lunes, 23 de marzo de 2015

Capitulo 71

Me fui, ya estaba el plan en marcha espero que Benja haya hecho su parte y que estos dos no vuelvan.

Cuenta Peter:
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Cuenta Peter:

No recuerdo que fue lo que paso ni cuando fue que me dormi, solo que cuando me desperte estaba Paula ami lado en la cama y desnuda. Cuando y como llegamos a este punto? Ahora lo unico que me preocupaba era como le diria a Lali lo ocurrido si se lo decia, solo tenia que encontrar el momento perfecto.

Lo primero que hice fue vestirme y hacer que Paula se vista, despues la acompañe a la puerta. Al parecer hacia rato que habian llegado los papas de Lali, pero no vi a mi novia por ningun lado. Bauti y mama me dijeron que se habia ido con Ana Laura porque no se encontraba bien despues de subir a despertarme. Hay cai que ella me vio con Paula, por eso se debio ir y no porq se sintiese mal, ya sabe y debe pensar que le cague, que jugue con ella.

Despues de que Paula se marchara le dije a mama que iria a ver como se encontraba Lali, asi que me acerque hasta su casa. Toque el timbre y Ana Laura me atendio, no tenia buena cara al verme alli.

Ana: Que haces aca Peter?
Peter: Quiero ver como esta Lali y explicarle, se que me vio con Paula pero no se si paso o no paso algo.
Ana: Explicarle que? Lo cornuda que es? Que jugaste con ella?  Que le prometes amor eterno y la cagas con otras a su espalda? Cagon! Asiq Nene ya podes volver por donde viniste y olvidarte de mi hermanita.
Peter: Ana yo amo a Lali, no le haria algo asi. Segun Paula paso pero no lo se, no se como sucedio, ni siquiera recuerdo haber estado con ella. Estoy confuso y me duele la cabeza. Yo no se ni como llegamos a tanto, solo se que subimos a mi cuarto por el guion para ensayar; despues me empece a sentir pesimo y me dormi. Ahi tuve un sueño en el que si estaba con Lali pero fue eso un sueño.
Ana: *interrumpiendo a Peter* Peter puede que te drogara. La brujita menor es capaz de eso y mas. Vamos a contarle a Lali ella debe saber que es posible que te drogara.
Peter:Por fin nena me creiste, pense que no me entenderias. Y si Paula no es la que conoci, cambio mucho, nos hizo creer algo que no es.
Ana: Si cambio Cande, Paula y Lali eran muy unidas de chiquitas pero se fueron distanciando, Cande es como una hermana para Lali y Paula solo era su prima y mejor amiga.  Pero lo del concurso fue la gota que lleno el vaso porq desde entonces le tiene aun mas bronca. Aunque se distanciaron porque Paula queria ser la popular la que mas atencion debia de tener en todo lugar al que fuese, pero no era asi todos los nenes y nenas del jardin y despues en la escuela. Todos querian ser amig@s de Lali y Paula para ellos siempre fue "la prima de Lali".
Peter: Aja, comprendo. Seguramente Paula odiaba ser la que estaba detras de Lali y le hacia cosas. Paula no lleva muy bn eso de ser la segunda y tal, vamos que no le gusta no ser la numero 1.
Ana: Si Peter, y encima nunca la pillaban porque hacia que pareciesen accidentes. Cosa que Candela, Lali, Pato y yo sabiamos que no eran y que ella estaba detras de todas y cada una de las veces que le ocurria algo a Lali. Dale subamos.

Asi fue que subimos al cuarto de Lali. Ana me dijo que esperara fuera que ella iba a convencer a Lali para que hablaran los tres aunque sea. Al cabo de diez minutos mas o menos la puerta se abrio y Ana me indico que pasara.

Cuenta Lali:
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Chic@s siento no haber subido estado muy ocupada espero subirles mas a menudo. Comenten las dos noves me gustaria saber que piensan de lo que subo, si les gusta o no.

domingo, 15 de marzo de 2015

Capitulo 33


Sarcasmo
Uno de los muchos servicios que ofrecemos.
(Camiseta)

Treinta minutos y un horrible viajecito en coche después (Benja no había dejado de despotricar sobre el plan hasta que llegamos a mi jeep), me encontraba frente a la casa de Sussman, observándolo a través de una de las ventanas de la primera planta. Estaba de espaldas a mí, así que supuse que estaría observando a su esposa.

Había muchos coches aparcados junto a su magnífica residencia de tres plantas. La gente entraba y salía hablando en susurros. No obstante, a diferencia de lo que ocurría en las películas, no todos estaban vestidos de negro y no todos lloraban. Bueno, algunos sí. Pero había muchos que se reían por una cosa u otra, animaban la conversación con gestos de las manos o recibían a los visitantes con los brazos abiertos.

Me arrastré con desgana hasta la puerta principal y entré. Nadie me detuvo mientras vagaba entre la multitud hacia la escalera. Las subí despacio y caminé sobre la gruesa alfombra beige que cubría el suelo de la primera planta hasta que encontré lo que parecía el dormitorio principal.

La puerta estaba entreabierta, y pude oír los sollozos que procedían del interior. Llamé a la puerta con suavidad.

—¿Señora Sussman? —pregunté mientras me asomaba al dormitorio.

Patrick me miró con sorpresa. Estaba apoyado en la repisa de una ventana, observando a su esposa. Otra señora, corpulenta y vestida de luto estricto, estaba sentada al lado de su mujer y le rodeaba los hombros con fuerza.

La mujer me dirigió una mirada asesina. Ay, madre. Una lucha territorial.

—Me gustaría hablar con la señora Sussman, si a ella le parece bien —dije. La señora que la acompañaba hizo un gesto negativo con la cabeza.
—No es un buen momento.
—No pasa nada, Harriet —dijo la señora Sussman, que levantó la cabeza para mirarme.

Tenía los enormes ojos castaños enrojecidos por el llanto, y el cabello rubio despeinado. Poseía ese tipo de belleza que los hombres solían pasar por alto en un principio. Un atractivo suave y honesto. Me dio la impresión de que sus sonrisas eran genuinas y sus risas, sinceras.

—Señora Sussman —dije al tiempo que me inclinaba hacia delante para tomarle la mano—. Me llamo Mariana Esposito. Siento muchísimo su pérdida.
—Gracias. —Se sonó la nariz con un pañuelo de papel—. ¿Conocía a mi marido?
—Nos conocimos hace poco, pero era una gran persona. —Debía explicar mi presencia de alguna manera.
—Sí, lo era.

Pasé por alto la mirada cáustica de la otra mujer y continué.

—Soy detective privado. Su marido y yo trabajábamos juntos en un caso, y ahora colaboro con el Departamento de Policía de Buenos Aires para ayudar a descubrir al responsable de su muerte.
—Entiendo —dijo, sorprendida.
—Me parece que este no es el momento adecuado para hablar de eso, señorita Esposito.
—Claro que sí —aseguró la señora Sussman—. Es el momento perfecto. ¿La policía ya ha averiguado algo?
—Tenemos algunos indicios muy prometedores —respondí, evasiva—. Solo quería que supiera que trabajamos duro para resolver este caso y que... —Me volví hacia Sussman—, su marido no paraba de hablar de usted.

Los sollozos comenzaron de nuevo, y Harriet se dispuso a consolar a su amiga. En el rostro de Sussman apareció una débil sonrisa de agradecimiento.

Después de dejarle mi tarjeta y despedirme, le hice un gesto a Sussman para pedirle que se reuniera conmigo fuera.

—Ha sido embarazoso.

Estábamos delante de su casa, apoyados en Misery, observando los coches que pasaban de vez en cuando. Se había levantado un viento frío que me ponía la piel de gallina, así que me rodeé con los brazos, contenta de haberme puesto un suéter bajo la chaqueta de cuero.

—Lo siento —dijo él—. Pensaba regresar con los demás, pero...
—No te preocupes. Tienes muchos problemas. Lo entiendo.
—¿Qué habéis descubierto?

Una vez que lo puse al día, Sussman se animó un poco.

—¿Crees que todo esto está relacionado con el tráfico de seres humanos?
—Tenemos un plan de acción casi consolidado, si quieres participar.
—Por supuesto que sí. —Genial. Parecía estar mejor. Reflexionó un momento y luego preguntó—: Mientras tanto, ¿te importaría que utilizara tu cuerpo para enrollarme con mi esposa?

Tuve que contener una risotada.

—Las cosas no funcionan así.
—En ese caso, ¿podrías enrollarte tú con mi esposa y fingir que estoy dentro de tu cuerpo?
—No.
—Puedo pagarte. Tengo dinero.
—¿De cuánto estamos hablando?

Volví a colarme en el despacho de abogados de Sussman, Ellery & Barber, dejé las llaves de memoria en el escritorio de Barber y realicé otra búsqueda rápida por si acaso me había dejado alguna. Nora no había aparecido por allí, lo que era de agradecer. Si no había estado allí, no habría echado en falta las memorias y no podría causarme problemas.

El paso siguiente eran las compañeras de clase de Peter.

El Dave’s Diner era un local que parecía salido de los años cincuenta, con cartelitos de metal y batidos de chocolate con huevo y nata que, sorprendentemente, no llevaban ni huevos ni nata.

Dos mujeres sentadas en un rincón me saludaron con la mano en cuanto me vieron entrar. Me acerqué a su mesa, aunque no entendía cómo me habían reconocido.

—¿Lali? —preguntó una de ellas.

Era una mujer grande y muy bonita, con el pelo castaño cortado a la altura de los hombros y una enorme sonrisa.

—Sí, soy yo. ¿Cómo lo sabíais?

La otra también sonrió. Era una chica latina con el pelo rizado recogido en una coleta y una piel envidiable.

—Tu ayudante nos dijo que serías la única chica que entrara por la puerta con pinta de sentirse orgullosa de un nombre como Mariana Esposito. Yo soy Louise.

Estreché la mano de Louise y luego la de su acompañante.

—Me llamo Chrystal —dijo la amiga—. Acabamos de pedir algo para comer, si tienes hambre.

Me senté en el cubículo circular y pedí una hamburguesa y un refresco bajo en calorías.

—No os imagináis lo mucho que me alegra que hayáis accedido a reuniros conmigo.

Se echaron a reír, como si compartieran alguna broma privada, y luego se apiadaron de mí y me lo explicaron.

—Aprovechamos cualquier oportunidad para hablar de Peter Lanzani.
 —Vaya —dije, sorprendida—. Yo también. ¿Lo conocíais bien?
—Nadie conocía bien a Peter Lanzani —aseguró Louise después de volver a mirar de reojo a su amiga.
—No sé —comentó Chrystal—. Quizá Amador.
 —Es cierto. Había olvidado que salía con Amador Sánchez.
—¿Amador Sánchez? —Abrí el bolso y saqué el historial de Peter—. Amador Sánchez estuvo con él en prisión. De hecho, fueron compañeros de celda. ¿Me estáis diciendo que ya eran amigos antes de ingresar en prisión?
—¿Amador estuvo en prisión? —preguntó Chrystal, atónita.
—¿Te sorprende? —Louise miró a su amiga y arqueó una de sus delicadas cejas.
—Un poco, la verdad. Era un buen chico. —En aquel momento me miró—. Peter nunca se relacionaba con nadie hasta que conoció a Amador. Se hicieron amigos enseguida.
—¿Podéis hablarme de Peter?

Se me aceleró el corazón a causa de la expectación. Había buscado a Peter durante mucho tiempo, pero lo cierto era que había sido él quien me había encontrado. Era el Malo Malísimo. ¿Cómo no me había dado cuenta antes?

Louise examinó una servilleta de papel que había plegado en forma de cisne.

—Todas las chicas del instituto estaban enamoradas de él, pero era tan callado, tan... reservado.
—Era muy listo, ¿sabes? —añadió Chrystal—. Yo siempre lo había tomado por un holgazán, pero de eso nada. Está claro que tenía muchas facetas.
—Capuchas —dijo Louise, que estaba de acuerdo con su amiga—. Siempre llevaba puesta la capucha de la sudadera. Eso le acarreaba muchos problemas, pero no dejaba de hacerlo.
—Todos los días intentaba entrar en clase sin quitarse la capucha —comentó Chrystal—, y todos los días el profesor le ordenaba que se la bajara.

Louise se inclinó hacia mí con un brillo especial en los ojos castaños.

—Bueno, tienes que entender que a pesar del poco tiempo que Peter estuvo allí, aquello se convirtió en un ritual. No para él ni para los profesores, sino para las chicas.
—¿Para las chicas? —pregunté.
—Sí, para las chicas —respondió Chrystal, que asintió con expresión soñadora—. Había un momento todos los días en el que se podía escuchar la caída de un alfiler: el instante en que él levantaba las manos para bajarse la capucha y dejaba al descubierto las puertas del paraíso.

Pude verlo en mi mente. Tuve la certeza de que mostrar su hermoso rostro de aquella manera había conseguido que los corazones latieran más deprisa, que la sangre se acelerara en las venas y que las chicas suspiraran al unísono.

—Era muy inteligente —comentó Louise después de dedicarle un instante a aquel recuerdo—. Estaba en la misma clase de matemáticas que nuestra amiga Holly, y siempre se salía de las tablas. Sacaba sobresaliente en todos los exámenes.
—Nosotras íbamos con él a lengua y a ciencias. Un día, el señor Stone nos puso un examen —intervino Chrystal, entusiasmada—, y Peter sacó la máxima puntuación. El señor Stone lo acusó de haber copiado, ya que algunos de los conceptos que aparecían en el examen se estudiaban solo en la universidad.
—Ah, ya me acuerdo de eso. El señor Stone dijo que era imposible que Peter hubiera respondido bien a todas las preguntas. Y Peter dijo algo como: «Yo no he copiado, así que váyase a la mierda», y el señor Stone respondió: «Sí, sí que has copiado», y después llevó a Peter al despacho del director.
—Suzy trabajaba como ayudante en aquel momento, ¿te acuerdas? —le preguntó Chrystal a Louise, quien respondió con un gesto afirmativo—. Nos contó que el señor Stone tuvo problemas en la oficina porque el director aseguró que Peter sacaba la máxima puntuación en todos los exámenes, y que no tenía ningún derecho a acusarlo de hacer trampas.

—¿Le hicieron alguna vez un test para averiguar su coeficiente intelectual? —quise saber.
—Sí —respondió Louise—. El director pidió que se lo hicieran, y luego aparecieron unos tipos del comité de educación que querían hablar con él, pero la familia de Peter ya se había trasladado.

Sí, seguro que sí. El padre de Peter los mantenía en movimiento constantemente. Para eludir a las autoridades.

—Aún me cuesta creer que matara a su padre —dijo Chrystal.
—No lo hizo —aseguré.

Me pregunté si tanta convicción por mi parte procedía más de mis propios deseos que de las pruebas físicas.

Ambas me miraron con expresión sorprendida. Igual debería haberme callado, pero deseaba tenerlas de mi parte. De parte de Peter. Les hablé de la noche que lo conocí, de la paliza que le estaba dando su padre, de la hermana que había dejado dentro de casa.

Hice una pausa cuando llegó la comida, ya que quería que el camarero se marchara antes de continuar.

—Por eso estamos aquí. Necesito encontrar a su hermana. —También expliqué lo que había ocurrido en prisión y que Peter estaba en coma, pero ninguna de las dos recordaba mucho acerca de la chica—. Ella es la única que puede impedir que el estado ponga fin a los cuidados terminales. ¿Conocéis a alguien que pudiera haber salido con ella?
—Deja que haga unas cuantas llamadas —dijo Louise.
—Yo también voy a hacer algunas. Quizá podamos descubrir algo. ¿Cuánto tiempo tenemos?

Consulté mi reloj.

—Treinta y siete horas.

De camino a casa llamé a Euge y le dije que buscara a Amador Sánchez, ya que al parecer era la única persona que podría saber algo importante sobre Peter. Era tarde, pero había pocas cosas que a Euge le gustaran más que dar caza a un estadounidense de sangre caliente. Euge con un nombre era como un pitbull con un hueso.

Justo después de colgar, sonó el teléfono. Era Chrystal. Louise y ella habían recordado que su prima, que en aquella época estaba en el octavo curso, solía salir con una chica que había almorzado con la hermana de Peter de vez en cuando. Poca cosa, pero más de lo que tenía cinco minutos antes. Habían intentado llamar a la prima, pero no habían conseguido ponerse en contacto con ella, así que le habían dejado un mensaje con mi nombre y mi número de teléfono.

Tras anotar la información y darles las gracias un millón de veces, fui a un supermercado para comprar los alimentos básicos para la vida. Café, nachos y aguacates para el guacamole. Nunca se toma suficiente guacamole.

Cuando salí de mi jeep, escuché mi nombre y, cuando me di la vuelta, descubrí que Julio Ontiveros estaba justo detrás de mí. Era más grande de lo que me había parecido en la comisaría.

Cerré la puerta del coche y me dirigí a la parte de atrás para recoger las bolsas.

—Tienes mejor aspecto sin las esposas —le dije por encima del hombro.

Me siguió.

—Yo también te veo mejor ahora que no llevo las esposas puestas.

Vaya por Dios. Había llegado el momento de eludir los envites amorosos. Me detuve para enfrentarme a él. Tenía que acabar con aquello cuanto antes.

—La medalla que tu hermano consiguió en la operación Tormenta del Desierto está en el joyero de tu tía.

Se quedó muy decepcionado.

—Menuda gilipollez. Ya la busqué ahí. —Se acercó más. La furia y la preocupación que había disimulado brillaban ahora en sus ojos.
—Me dijo que dirías eso —repliqué mientras abría el portón trasero para coger las bolsas—. No está en ese joyero, sino en el que está escondido en el sótano. Detrás de la nevera vieja que no funciona.

Se detuvo un momento para pensarlo.

—No sabía que tuviera otro joyero.

—Nadie lo sabe. Era un secreto. —Sujeté dos de las bolsas con una mano y me dispuse a coger la tercera—. Y los diamantes también están allí.

Aquella información lo dejó aun más desconcertado.

—¿De verdad tenía diamantes? —inquirió.
—Sí. Solo unos pocos, pero los guardó para ti. —Me detuve y lo miré de arriba abajo—. Por lo visto cree que aún hay esperanzas para ti.

Dejó escapar un suspiro sobrecogido, como si esa idea le hubiese dado un puñetazo en el estómago, y se apoyó en Misery.

—¿Cómo sabes...? ¿Cómo es posible que...?
 —Es una larga historia —le dije mientras cerraba el coche y me dirigía a la puerta principal del edificio de apartamentos.
—Espera —dijo mientras trotaba detrás de mí—. Dijiste que sabías dónde encontrar las tres cosas que más deseaba en el mundo. Solo me has dicho dos.

Aún albergaba dudas. Su mente era como un hámster en una de esas norias: daba vueltas y más vueltas en un intento por descubrir cómo era posible que yo supiera aquellas cosas. Si de verdad sabía aquellas cosas.

—Ah, cierto. —Me pasé todas las bolsas a un brazo y rebusqué en el bolso que llevaba colgado al hombro con la otra—. Ay, no, por favor... —dije con tono sarcástico—, no me ayudes con las bolsas, que no hace falta. —Julio cruzó los brazos a la altura del pecho y sonrió con sorna. ¿Para qué me había molestado? Saqué la mano del bolso con un bolígrafo—. Dame tu mano.

Extendió el brazo y se acercó un poco mientras le escribía un número de teléfono en la palma. Y luego se arrimó un poco más.

Su sonrisa se volvió de lo más maliciosa cuando vio el número. Enarcó las cejas y se acercó más aún.

—Eso no es lo que más deseo.

Sin perder un instante, acorté la escasa distancia que nos separaba y lo miré a los ojos. El movimiento lo desconcertó, pero su sonrisa se hizo más amplia.

—José Ontiveros.

Se quedó inmóvil. La sonrisa se desvaneció de su rostro mientras volvía a contemplar el número escrito en su palma.

—Está en Corpus Christi, en un refugio. Pero se mueve un montón. Mi ayudante tardó dos horas en dar con él, y eso que contábamos con la información que nos dio tu tía.

Se quedó pasmado, con los ojos clavados en el número de su mano.

—¿Dos horas? —preguntó a la postre—. Llevo buscando a mi hermano...
—Dos años. Lo sé. Tú tía me lo dijo. —Volví a cambiarme las bolsas, ya que empezaba a temblarme el brazo a causa del peso—. Y por si acaso te queda alguna duda en esa cabecita, sí, tu tía Yesenia te está vigilando. Me pidió que te dijera que recojas todas tus mierdas, que dejes de meterte en problemas ridículos (son sus palabras, te lo aseguro) y que vayas a buscar a tu hermano, porque él es lo único que te queda.

Puesto que ya había cumplido mi parte del trato, me di la vuelta y caminé hacia el edificio antes de que reaparecieran las propuestas amorosas. Julio tenía mucho en lo que pensar.

Cuando salí del ascensor en mi planta, noté de inmediato la oscuridad que reinaba en el pasillo. El conserje había tenido problemas para arreglar los cables de la luz en aquella planta desde que me mudé, así que mi nivel de alerta solo subió un par de puntos.

Mientras buscaba las llaves, escuché una voz que procedía del rincón oscuro que había más allá de mi puerta.

—Señorita Esposito.

¿Otra vez? ¿En serio?

Sobre las ocho y media de aquella mañana, mi nivel de tolerancia con la Semana Nacional de Mata o Mutila Horriblemente a Lali Esposito había llegado a su cuota máxima. Poco después había cogido un arma. Saqué la Glock y apunté con ella hacia la oscuridad. Fuera quien fuese quien se ocultaba en las sombras no estaba muerto, de lo contrario habría podido verlo a pesar de la escasez de luz. En aquel momento, un chico dio un paso hacia adelante y me dejó sin aliento. Teddy Weir. Era imposible no reconocerlo. Era igualito que su tío.

Levantó las manos en un gesto de rendición e intentó parecer lo más inofensivo posible.

Bajé el arma.

—No quería golpearla, señorita Esposito.

Volví a levantar la pistola y enarqué las cejas en una expresión interrogativa. Pensé en arrojarle las bolsas del supermercado y darme a la fuga, pero los aguacates eran muy caros. Maldito fuera mi amor por el guacamole.

El muchacho se detuvo en seco y levantó las manos aún más. A pesar de que solo tenía dieciséis años, me sacaba casi diez centímetros.

—Creí... Creí que era uno de los tipos de Price. Estábamos despejando el lugar, pero pensé que nos habían encontrado antes de poder terminar.
—¿Fuiste tú quien me golpeó en el tejado?

Esbozó una sonrisa. Tenía el pelo rubio y los ojos azul claro. Un perfecto candidato a estrella de cine o a socorrista.

—Solo fue un puñetazo en la mandíbula, pero dio la casualidad de que estábamos en un tejado.
—Qué graciosillo —murmuré mientras le dirigía mi mirada mortal. Se echó a reír, pero volvió a ponerse serio enseguida.
—Cuando cayó por aquella claraboya creí que mi vida había terminado. Pensé que me pasaría el resto de la vida en prisión.

Guardé la pistola en la cartuchera y abrí la puerta del apartamento.

—¿Como tu tío?

Bajó la mirada al suelo.

—Se suponía que Carlos arreglaría eso.
—¿Carlos Rivera? —pregunté, sorprendida.
—Sí. Hace días que no lo veo.

Teddy entró detrás de mí, cerró la puerta y echó la llave. En condiciones normales, aquello me habría preocupado, más que nada por lo de la nueva fiesta nacional y todo eso, pero sabía que el chaval lo había pasado muy mal. Le había ocurrido algo y no estaba dispuesto a correr ningún riesgo.

Peter también estaba en el salón. Estuve a punto de caerme redonda al ver la neblina oscura frente a la ventana. Y luego lo sentí. Sentí su calor, su energía. La estancia olía como una tormenta en el desierto a medianoche.

—Siéntate —le dije a Teddy mientras señalaba uno de los taburetes de la barra como si no pasara nada.

Para disimular los temblores que invadían mi cuerpo ante la proximidad de Peter, me mantuve en movimiento. Primero preparé un café, y luego guardé los alimentos en la nevera. Puesto que noté que a Teddy también le temblaban las manos, saqué un poco de jamón, fiambre de pavo, lechuga y tomates.

—Me muero de hambre —mentí—. Iba a prepararme un sándwich. ¿Quieres uno?

Negó con la cabeza en un gesto educado.

—Es evidente que nunca has probado uno de mis sándwiches.

El brillo desesperado de sus ojos dejó bien claro el hambre que tenía.

—¿Jamón, pavo o los dos? —pregunté, fingiendo que comer o no era elección suya.
—Los dos, supongo —dijo, inseguro, encogiéndose de hombros.
—Suena bien. Creo que yo tomaré lo mismo. Ahora vamos con la parte más difícil.

Sus cejas se unieron en una expresión preocupada.

—¿Refresco, té helado o leche?

Esbozó una sonrisa y su mirada se desvió inevitablemente hacia la cafetera.

—¿Qué te parece la leche para acompañar el sándwich? Luego podrás tomarte un café.

De nuevo recurrió al silencio y a un gesto para darme su consentimiento.

—Ya hemos descubierto que el malo es Benny Price —dije mientras colocaba la tercera loncha de jamón en su sándwich—. ¿Podrías hablarme de la noche en que murió tu amigo?

Agachó la cabeza, reacio a hablar del tema.

—Teddy, tenemos que sacar a tu tío de prisión y encerrar a Price.
 —Ni siquiera sabía que habían arrestado al tío Mark. Es de risa pensar que él podría matar a alguien —añadió con un resoplido—. Es la persona más tranquila que he conocido en toda mi vida. No se parece en nada a mi madre, eso se lo aseguro.
 —¿Has visto a tu madre alguna vez desde que regresaste?
—No. El padre Federico dijo que arreglaría un encuentro cuando regresáramos a un lugar donde ella estuviera a salvo, pero él también lleva un tiempo desaparecido. Es posible que Price descubriera lo que pasaba y se hiciera cargo de él también.
—¿Y qué es lo que pasa? —pregunté después de llenarle un vaso alto de leche.

Dio un enorme mordisco al sándwich y lo engulló con la ayuda de un buen trago de leche fría.

—Price tiene rastreadores. Ya sabe, gente que se encarga de buscar a chicos sin hogar o con otro tipo de problemas. Chicos a los que nadie echará de menos.
—Lo he pillado. Pero tú no eras un chico sin hogar.
—James sí, más o menos. Su madre lo echó de casa cuando volvió a casarse. No tenía adónde ir, así que se quedaba en el cobertizo del tío Mark.
—Y cuando lo hirieron, fue allí.
—Sí. James no se fiaba de aquel rastreador que no dejaba de hacerle preguntas, que quería saber si a James le quedaba algún pariente vivo y si estaba dispuesto a vivir con él. Así que investigamos un poco por nuestra cuenta. —Dejó el sándwich—. Averiguamos para quién trabajaba el rastreador y nos colamos en uno de los almacenes de Price. Una especie de aventura a lo James Bond, ¿sabe? No teníamos ni idea de lo que ocurría en realidad.
—Así que os atraparon, pero conseguisteis escapar, ¿no?
—Sí, pero James estaba muy malherido. Nos separamos mientras huíamos. Yo tenía a dos tíos pisándome los talones. Tíos grandes. Nunca he pasado tanto miedo.

Me senté al lado de Teddy y le pasé un brazo por encima de los hombros. Dio otro mordisco al sándwich.

—Me enteré de lo que hacía el padre Federico...
—¿Lo que hacía? —lo interrumpí.
—Ayudar a chicos fugados y todo eso.
—Ah, sí —dije—. ¿Y fuiste a verlo?
—Sí. Lo curioso es que ya lo sabía todo sobre Benny Price. Me escondió en su almacén.
—Espera, el mismo almacén...
—El mismo. Le pido disculpas por eso otra vez, por cierto.

Por fin tenía la oportunidad de descubrir por dónde se había largado todo el mundo aquella noche.

—Vale, había dos tipos empaquetando cajas en el almacén, pero cuando aterricé en el suelo, todo el mundo había desaparecido. ¿Alguna idea al respecto?

Teddy sonrió.

—Ese almacén tiene un sótano con una entrada casi imposible de encontrar. Nos escondimos allí hasta que se marchó todo el mundo.

Muy listos.

—Así que el padre Federico intentaba ocultar a los chicos que buscaba Price, ¿no?
 —Sí.
—¿Y por qué no acudió a la policía?
—Lo hizo. Le dijeron que estaban preparando un caso contra él. Pero mientras tanto, los chicos seguían desapareciendo. Ya ha visto los carteles.

Los había visto.

—Dijeron que el padre Federico no tenía pruebas suficientes para demostrar que Price estaba detrás de los secuestros.
—Entonces, ¿estuviste en aquel almacén dos años? —Se le atragantó un bocado y tomó un trago de leche.
—No. Tiene que entender que el padre Federico es uno de esos tipos a los que les gusta hacerse cargo de todo. Al ver que los polis no nos ayudarían, decidió tomar cartas en el asunto. Organizó una vigilancia, un equipo de búsqueda y rescate, y una especie de ferrocarril clandestino.

Contuve mi asombro y esperé a que Teddy continuara.

—Tenemos a toda clase de gente trabajando en esto —dijo después de zamparse el último bocado—. En cuanto a mí... yo acabé en Panamá.
 —¿Panamá? —pregunté, atónita.

Aquel asunto era más gordo de lo que pensaba. De lo que todo el mundo pensaba.

—Sí. Conseguimos registros de embarques, facturas e incluso la dirección de algunos compradores. Los había en todas las malditas partes del mundo. Pero Price no paraba de buscarme, así que el padre Federico se aseguró de esconderme bien.
—Entonces, ¿Carlos Rivera trabajaba para el padre Federico?
—Al principio no. Era un rastreador. El rastreador. El que intentó atrapar a James. Supongo que cuando asesinaron a James, Carlos decidió que ya estaba harto. Acudió al padre Federico e hicieron un trato. El padre puede ser muy persuasivo cuando quiere. ¿Y ese café?

Cierto, el café.

No pude evitar preguntarme por qué Carlos no había acudido a la policía. Aunque supuse que su decisión tendría algo que ver con el hecho de que si hubiera acudido a la policía se habría convertido en el objetivo principal. Algunas personas creen que los policías son peores que los criminales, que recurrir a ellos es un suicidio.

—Así que has estado en Panamá...
—Sí. He salvado a siete chicos, si quiere saberlo —dijo con orgullo—. Bueno, ayudé a salvar a siete chicos.
—¿Y no sabías lo que le estaba pasando a tu tío?
—Sí, lo sabía. El padre Federico me mantenía informado, pero pensábamos que retirarían los cargos contra el tío Mark. En realidad no había hecho nada, así que me parecía imposible que lo declararan culpable. No queríamos arriesgar nuestra operación para salvar al tío Mark, pero cuando lo encarcelaron, no nos quedó otra opción. Todavía me cuesta creerlo. ¿Cómo es posible que los zapatos del tío Mark estuvieran manchados con la sangre de James?
—Eso ya lo he solucionado —le dije—. Había estado lloviendo. Tu tío sacó la basura aquella noche, y es posible que pisara la sangre de James. Él no se dio cuenta de que estaba detrás del cobertizo, pero alguien debió de ver a James saltando la valla y llamó a la policía.
—Claro. —Dio un largo trago del café solo y humeante.
—¿Tienes edad suficiente para beber el café solo?

Sonrió. En aquel momento me pareció lo bastante mayor como para beber el café como le diera la gana. Sus ojos habían visto muchas cosas. Su corazón había experimentado demasiado miedo y demasiado dolor. Debía de haber envejecido una década en los últimos dos años.

—¿Por qué regresaste? —quise saber.
—Tenía que hacerlo. No podía permitir que el tío Mark fuera a la cárcel por algo que no había hecho.
—¿Aun cuando eso significara poner tu vida en peligro? —pregunté con el corazón henchido de orgullo.
—No he hecho otra cosa que arriesgar mi vida en los últimos dos años —respondió—. Estoy cansado de huir. Si Price me quiere, que venga a buscarme.

Sentí una opresión en el pecho. No pensaba dejar que eso ocurriera.

—Tenemos que llamar a la policía, ¿lo sabes, verdad?
—Lo sé. En parte, por eso estoy aquí. El padre Federico ha desaparecido, y queremos contratarte.
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Chic@s mañana les subire mi novela.

jueves, 5 de marzo de 2015

Capitulo 70

Peter: Paula me disculpas?? Tengo que ir al baño.
Pau: Anda tranquilo, te espero.

Cuenta Paula:
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Cuenta Paula:

Me desperte temprano, tenia que aprobechar el sabado para llevar acabo mi plan, pues al imbecil de Benja no le daban mas plazo. Asi que aca estoy a las 9 de la mañana en casa de Peter tomando un te, para poder cumplir acepte y asi disimular. Cogi de mi bolso el paquetito de xxx; una droga que se utiliza para mantener relaciones sin que la otra persona se acuerde o si quiera sepa que paso.
Puse en la chocolatada de Peter un poco mas d ela cantidad que me aconsejaron, tampoco mucho mas. Pronto tendria mi plan en marcha.

Peter volvio, removio la chocolatada y se la tomo. Tenia 15 minutos antes de que empezara a hacer efecto, asi que me tome mi te y una tostada.

Paula: Peter, bombon dnd esta tu libreta?
Peter: El guion lo deje en mi cuarto ahora vengo.
Paula: Te acompaño y asi podemos ver mejor como va no?
Peter: Dale coge y subi.

Cogi mis cosas y subi al cuarto de Peter tras el. Al llegar ya habian hecho los 15 minutos asi que ya habia empezado ha hacer efecto.

Peter: Hace calor aca.
Paula: Si un poco *se quita el abrigo*.
Peter: Te importa que me saque la remera?
Paula: Para nada.

Asi Peter se saco la remera y yo le bese, le toque el dorso y la cosa se fue calentando. El me saco mi remerita y yo le desabroche su pantalon de pijama que llevaba. Peter desabrocho mi sosten, y me besaba el cuello y los senos; yo le agarraba el pelo y con una d mis manos le agarre su miembro y comence a masturbarlo.

Peter: Lali, eres hermosa amor, quiero q seas mi primera vez.

Ya tuvo que hablar y salir mi primita al cuento, pero bueno eso no me importo mucho. le puse la proteccion y nos hicimos uno. Ya saben, lo disfrutamos. A eso de las 11 nos dormimos, antes de eso me deshice de la proteccion, por si acaso volvian o no surguia efecto esta parte del plan o plan A.

Me desperto el ruido del timbre a eso de las 12, las voces de mi familia eran inconfundibles. A eso de cinco minutos escuche que alguien subia, supuse que era mi prima asi que me destape un poco y me pegue mas a Peter. La puerta se abrio y Lali nos vio, se quedo rara y por su cara vi que estaba cumpliendo mi objetivo porque salio corriendo de alli.

Al de poco de irse Lali, llame a Benja para confirmarle la parte del plan. El dijo que iria a consolarla, tenia que pillarla de sorpresa y mal para que funcione. Terminar de hablar y Peter se desperto.

Peter: Mmm... Que ha pasado?? Lali?? No, yo no recuerdo que paso. Paula vos y yo?? No puede ser, era Lali.
Paula: No mi amor, dijiste que me amabas a mi y bueno paso, fuiste mi pirmera vez. Bueno nuestra primera vez.
Peter: No puede ser, yo...no puede haber pasado...
Paula: Pitt si paso y lo dsifrutamos mucho.
Peter: Vestite por favor.

Me comence a vestir, justo cuando termine entro un hermano de Pitt. Creo que era Bauti, el mas chiquito.

Bauti: Peter!!! Baja a comer, estan los papas de Lali aca hace rato que llegaron.
Peter: Esta Lali?? *se cambia rapido y sale directo abajo*.
Bauti: No, se fue...

Cogi mis cosas y baje, ya me tenia que ir.

Claudia: Ya te vas??
Paula: Si señora, tengo cosas que hacer.
Peter: Mejor que se vaya.
Claudia: Viste a Lali? Subio a tu cuarto y bajo rara. Paso algo?
Paula: No subio nadie, estabamos solos ensayando y nos quedamos dormidos.
Peter: No se si subio porq me quede dormido.
Claudia: Tal vez no queria interrumpir y por eso bajo.
Paula: Bueno señora me voy, chau *besa la mejilla de Claudia y Peter*

Me fui, ya estaba el plan en marcha espero que Benja haya hecho su parte y que estos dos no vuelvan.

Cuenta Peter:
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Chic@s volvi con mi nove, comenten mucho en las dos. Nos leemos.

miércoles, 4 de marzo de 2015

Capitulo 32


Lo importante en la vida no es encontrarte a ti mismo.
Lo importante es el chocolate.
(Camiseta)

—Tío Bob —dije—, ¿me darías la oportunidad de explicarme?

Estábamos en el pasillo que había junto a la oficina de la señora Tarpley, hasta donde el tío Bob me había arrastrado del brazo.

—¿Peter Lanzani? —preguntó con los dientes apretados—. ¿Sabes quién es PeterLanzani?
—¿Y tú? —contraataqué, intentando mitigar la preocupación de mi voz.
—Yo sí.
—¿Sois íntimos o qué? —pregunté, esperanzada. Me miró con el ceño fruncido.
—No suelo entablar amistad con asesinos.

Menudo esnob.



—Solo necesito conseguir cierta información sobre él.
—Golpeó a su padre con un bate de béisbol hasta matarlo, lo metió en el maletero de su Chevy y luego le prendió fuego al coche. ¿Qué más hay que saber sobre una persona, Lali?

Dejé escapar un suspiro mientras buscaba un buen argumento. ¿Dónde narices estaban mis abogados cuando los necesitaba? A nadie se le daban mejor las discusiones que a los abogados. Como no se me ocurrió nada, decidí darle un poco más de información a Ubie. Los momentos desesperados precisan medidas desesperadas.

—Él no lo hizo —dije en un susurro.
—No estabas allí. No viste...
—No le habría hecho falta. —Me incliné hacia delante para añadir—: Es... diferente.
—La mayoría de los asesinos lo son. —Ubie no pensaba ceder sin una prueba contundente.

Tomé una profunda, profundísima, bocanada de aire.

—Fue él. Hoy. ¿Recuerdas lo de médula espinal seccionada? Pues lo hizo él.
—¿Qué?

El tío Nico no quería oírme, no quería escuchar, pero no pudo evitarlo. La curiosidad siempre había sido su punto débil. Y yo conocía un método infalible para conseguir toda su atención.

—Tienes que prometerme que no se lo contarás a papá —le dije mientras me aferraba a su chaqueta.

De pronto, Ubie empezó a salivar ante la posibilidad de saber más. Le expliqué lo más brevemente que pude que Peter era algo más que humano; le conté el aspecto que tenía y cómo se movía, y también le dije que había aparecido en la sala de partos el día que nací. Fue entonces cuando tuve la certeza de que mi tío había entrado en una especie de trance extraño causado por la tensión nerviosa.

No mencioné los otros dos casos de sección medular y, bueno, tampoco le hablé nuestros devaneos nocturnos. No le hacía falta saber lo intensos que eran mis sentimientos por Peter.

—¿Qué es ese tipo? —preguntó al final.

Hice un gesto negativo con la cabeza antes de responder.

—Ojalá lo supiera. Pero morirá dentro de dos días si no lo impedimos. Y la única forma de evitarlo es encontrar a su hermana.
—Pero si es un... ser tan poderoso...
—Morirá su forma humana —me corregí—. Y no sé qué le ocurrirá si su cuerpo muere.

Pero sí sabía lo que me ocurriría a mí. No quería vivir sin él. Ni siquiera sabía si podría hacerlo. Ya no.

Quince minutos después teníamos la agenda escolar de Peter y una lista de alumnos de cada curso.

—¿Usted lo recuerda? —le pregunté a la señora Tarpley. La mujer apartó la mirada del tío Bob para observarme.
—Solo llevo aquí diez años —dijo.
—¿Y no aparecen otros Lanzani en el registro?
—No, lo siento. Quizá su hermana no estuviera en el instituto todavía.
—Podría ser. Además, él solo estuvo aquí tres meses. —Volví a echar un vistazo al expediente de Peter—. Pero el caso es que aquí dice que se graduó en Rockland.
—En este centro no —aseguró la señora Tarpley—. Espere. —Apretó las teclas del ordenador con las uñas—. Tenemos un registro en el que dice que recibió el diploma, pero eso es imposible.

Me incliné hacia el tío Nico.

—No para un hacker experto.

Empezaba a entender para qué le habían servido a Peter su inteligencia y sus conocimientos informáticos.

—Le agradezco mucho todo esto, señora Tarpley —dijo Ubie al tiempo que le tomaba la mano.

La mujer le hizo ojitos. El tío Bob le hizo ojitos. Todo fue muy romántico, pero yo tenía una persona desaparecida a la que encontrar. Le di un codazo a mi tío.

—¿Nos ponemos en marcha ya?

Tras una suave protesta, se volvió hacia la auxiliar para despedirse. Justo cuando llegábamos a la puerta, me detuve en seco.

—¡Ah! —exclamé al tiempo que le entregaba una nota—. Encontré esto en aquel rincón de allí. Me pareció... importante.
—Gracias —dijo mientras la abría.

Cuando pasamos junto a la fachada principal del edificio, miré por la ventana. La mujer aferraba la nota contra su pecho y lloraba. Debía de ser por lo de la hoja de nenúfar.

 Nos pasamos por mi oficina para entregarle a Euge los listados de alumnos. Ella haría una comparación entre los alumnos que habían compartido asignaturas con Peter e intentaría contactar con alguno de ellos para tratar de localizar a su misteriosa hermana.

Puesto que ya podía entrar de nuevo en mi oficina, saqué mi Glock de la caja de seguridad, la metí en la cartuchera y me la colgué al hombro. Con la chaqueta de cuero apenas se notaba. A decir verdad, nunca había tenido que utilizarla, pero quería sentirla contra mi cuerpo, saber que estaba allí, aunque solo fuera durante un ratito.

Durante el viaje de vuelta a la comisaría, dos de mis abogados aparecieron en el monovolumen del tío Nico. Poco antes había conducido yo, pero tras un pequeño despiste, el tío Nico insistió en ponerse al volante.

La rubia con labios de rubí, Elizabeth Ellery, estaba sentada justo detrás de él.

—Hola, Mariana.
—Hola. —Me volví hacia ellos—. ¿Qué tal os va? —Jason Barber enarcó ambas cejas y volvió a bajarlas.
—Mi madre está enfadada.
—¿Y te sorprende? —pregunté.

El tío Nico comenzó a removerse con incomodidad en su asiento. En realidad nunca había llegado a acostumbrarse a tenerlos cerca. Era una situación en la que tenía control cero. Y ni siquiera le gustaban las bebidas con cero calorías.

—Bueno, sí, más o menos.
—¿Tu tío se encuentra bien? —quiso saber Elizabeth, cuyos ojos azules parecían llenos de preocupación.
—Está enfadado conmigo —respondí con una sonrisa inquieta.
—¿Estáis hablando de mí?
—Elizabeth y Barber están aquí con nosotros. Ella me ha preguntado si te encontrabas bien.

Sus nudillos se pusieron blancos cuando apretó el volante con algo más de fuerza de la necesaria.

—No volverás a conducir este coche nunca. —Puse los ojos en blanco.
—Por favor. Aquella señal era totalmente superflua. En serio, tío Nico, ¿cuántas veces hace falta que nos recuerden el límite de velocidad? Nadie la echará de menos.

Respiró hondo para tranquilizarse.

—Me estoy haciendo viejo para toda esta mierda.
—Ah, sí. Impotencia, decrepitud. Aun así, siempre tendrás los Werther’s Originals. —Observé cómo el rostro del tío Nico pasaba de la palidez a una blancura extrema y luego a un rubor rosado. Me resultó imposible no reírme. Para mis adentros, claro, porque estaba muy enfadado conmigo—. ¿Dónde está Sussman? —les pregunté a los abogados.

Elizabeth bajó la vista.

—Sigue con su esposa. La mujer lo está pasando muy mal.
—Lo siento. —No solo odiaba la parte de la gente que quedaba atrás, también odiaba hablar sobre la parte de la gente que quedaba atrás. Por desgracia, muchas veces no tenía más remedio que hacerlo—. ¿Cómo está tu familia?
—Mi hermana lo lleva bastante bien. Creo que está tomando fármacos. Mis padres... no tanto.
—¿Tu hermana no ha hablado con ellos? —Elizabeth negó con la cabeza.
—No quiero ni imaginarme lo duro que debe de ser todo esto para ellos.
—Necesitan pasar página, Mariana.
—Estoy de acuerdo.
—Debemos encontrar al que hizo esto. Creo que eso ayudaría mucho.

Tenía razón. Saber los cómos y los porqués de un crimen a menudo ayudaba a las víctimas a superar lo ocurrido. Y encerrar al responsable entre rejas era la guinda del pastel. Quizá la justicia fuese ciega, pero como tratamiento paliativo no tenía precio.

Volví a mirar a Barber.

—Oye, cogí siete llaves de memoria de tu oficina, pero todas eran tuyas. ¿Recuerdas qué hiciste con la que te entregó Carlos Rivera?

Se dio unas palmaditas en la chaqueta.

—Mierda, ¿qué hice con esa cosa?
—¿Es posible que se la llevaran? ¿Es posible que supieran que él te la había entregado?
—Supongo que es posible, sí. —Se pellizcó el puente de la nariz—. Lo siento. No logro recordarlo.

Era algo que sucedía a menudo. Sobre todo cuando el sujeto había recibido dos balas en la cabeza. Puesto que no podíamos contar con la llave de memoria, tendríamos que confiar en nuestras peculiares habilidades.

—Vale, nuestro antiguo sospechoso y actual informante, Julio Ontiveros, declaró que le había entregado a un amigo una caja de munición después de vender su nueve milímetros. Esa es la razón por la que encontramos sus huellas en los casquillos de la escena del crimen.
—¿Quién era el amigo?
—Chaco Lin. ¿Y adivináis para quién trabaja Chaco Lin?
—¿Para Satán? —preguntó Elizabeth.
—Casi. Para Benny Price.

Elizabeth y Barber intercambiaron una mirada.

—En condiciones normales no podríamos hablar de esto —dijo Barber—, pero puesto que en realidad no estamos aquí, creo que las leyes ya no son aplicables. Benny Price ha sido acusado de traficar con seres humanos.
—Háblales de la investigación sobre el tráfico de personas —dijo el tío Nico.
—Por lo visto ya lo saben. —Volví a mirar a Barber—. Y tenemos a un adolescente asesinado y a otro desaparecido. ¿Conseguiste alguna información sobre el sobrino desaparecido de Mark Weir? —Se suponía que él debía vigilar a la hermana de Weir, averiguar si mantenía algún tipo de contacto con su hijo.
—No exactamente, pero debo admitir que da la impresión de que la madre del chico trama algo.
—¿Que trama algo? —Sentí un súbito hormigueo en las tripas—. ¿Podrías ser un poco más específico?

El tío Nico también se puso en alerta.

—Hace unos días recibió una llamada de un tal padre Federico. Se puso de los nervios.    Respiré hondo ante la mención del dueño del almacén.
—¿Qué pasa? —preguntó el tío Nico. Barber continuó.
—Por lo que pude deducir gracias a esa conversación telefónica unilateral, se suponía que ella debía reunirse con él, pero el cura nunca apareció.

Ubie me miró con desesperación.

—Jane Weir debía reunirse con el padre Federico, pero él no apareció —le expliqué.    Llegamos a la comisaría.
—Parece que nadie lo ha visto desde hace días.
—¿Crees que podría haberle ocurrido algo malo?
—Es posible. ¿Ha aparecido... ya sabes... en versión transparente?
—No. Pero eso no significa necesariamente que...
—Cierto —dijo.

Sacó el teléfono móvil y pulsó una de las teclas de marcación rápida para llamar a uno de sus detectives. Se pasaba más tiempo al teléfono que la mayoría de los adolescentes.

Me volví de nuevo hacia los abogados.

—¿Vosotros sabéis cuánto cuesta un parachoques para un Dodge Durango? Barber hizo un gesto negativo con la cabeza. Elizabeth se rió por lo bajo.

Cuando entramos en la comisaría para revisar la operación «Postrar de Rodillas a Benny Price», vimos a Benjamin en el pasillo, ojeando sus planes para aquel día.

—¿Sabes lo que resulta más inquietante? —preguntó cuando pasamos a su lado, justo antes de cerrar la libreta.
—¿Tu adicción al porno de enanos?
—Nadie ha visto al padre Federico desde hace días —dijo sin inmutarse.

Por lo visto, había sido una cuestión retórica. Ojalá lo hubiera dejado claro antes de hacerme desperdiciar una de mis mejores réplicas ingeniosas. Detestaba equivocarme.

—Se suponía que la hermana de Mark Weir debía reunirse con él hace unos días, pero el tipo no apareció —señaló el tío Nico.

Las cosas comenzaban a encajar. Si Benny Price traficaba con niños fuera del país, quizá tuviese en su poder al sobrino de Mark Weir, Teddy. Y tal vez también hubiese atrapado a James Barrilla, el chico que apareció muerto en el jardín de Weir. Quizá James acabara muerto al intentar escapar. Pero, por el antiguo planeta Plutón, ¿por qué habían dejado su cadáver en el jardín de Weir? ¿Para encasquetarle el crimen? ¿Acaso Weir suponía algún tipo de amenaza para ellos? Necesitaba cafeína.

Dejé al grupo de mentes pensantes y me dirigí a la cafetera. Las mentes me siguieron, se sirvieron su propio café y luego me precedieron hasta una pequeña sala de conferencias.

—¿Por qué no puedo olerlo? —preguntó Barber.
—¿Cómo dices? —Dejé el café en la mesa y aparté sillas para ellos.
—El café. Ni siquiera puedo olerlo.
—Yo intenté oler el cabello de mi sobrina —dijo Elizabeth con voz triste.
—No estoy segura del todo —dije—. ¿Hay algo que sí podáis oler?
—Sí. —Elizabeth olfateó el aire—. Pero no las cosas que tengo justo delante.
—Percibís las esencias del plano en el que os encontráis, que, técnicamente, no es este.
—¿En serio? —dijo Barber—. Porque juraría que hace un rato me ha olido a barbacoa. ¿Hacen barbacoas en el Más Allá?

Solté una carcajada y me senté al lado del tío Nico.

Después de discutir veinte minutos sobre cómo acabar con Benny Price, se me ocurrió un plan. Benny era dueño de una serie de locales de striptease llamados Patty Cakes Clubs. Solo el nombre ya daba repelús. Y de acuerdo con el informe del grupo de operaciones especiales que lo investigaba, a Benny le gustaban las strippers, aunque no tanto como se gustaba él mismo.

—Tengo un plan —dije, pensando en voz alta.
—Ya tenemos a una unidad operativa investigándolo —señaló el tío Ubie—. Lo mejor sería coordinar esfuerzos, aprovechar lo que descubran en su investigación.
—Están tardando una eternidad. Y mientras tanto, Mark Weir sigue en la cárcel, Teddy Weir sigue desaparecido y las familias afectadas siguen sin respuestas.
—¿Qué quieres que haga, Lali?
—Prepara una operación encubierta —contesté.
—¿Una operación encubierta? —inquirió Benjamin con un gesto de incredulidad.
—Si me dais una oportunidad, conseguiré pruebas contra ese tipo antes de que el sol se ponga esta noche.

Benjamin estuvo a punto de saltar de la silla, pero el tío Nico se inclinó hacia mí con un brillo de interés en los ojos.

—¿Qué tienes en mente?
—No puedes tomarla en serio, detective —dijo Benja a modo de reprimenda.

Ubie sacudió un poco la cabeza, como si saliera de una especie de trance.

—No, claro. Solo era una idea.
—Pero tío Nico... —gimoteé, como una niña que acabara de descubrir que no podía pedir un poni como regalo de cumpleaños. O un Porsche.
—No, Benja tiene razón. Además, tu padre contrataría a alguien para asesinarme, seguro.
—Bufff —bufé mientras lo miraba de arriba abajo con expresión decepcionada—. ¿La gallinita tiene miedo?

Aquello le escoció. No le bufaban a menudo.

—Hoy han estado a punto de matarte, Lali.—Los ojos plateados de Garrett echaban chispas. Siempre estaba de mal humor—. Y ayer. Ah, y también anteayer. ¿No deberías tomarte un respiro?
—Lo que debería hacer es mandarte a la mierda. —Me volví hacia el tío Nico—. Puedo conseguirlo, y lo sabes. Juego con cierta ventaja con respecto a todos los demás.
—¿Quieres decir que eres algo mejor que los psicópatas? —preguntó Benja—. Lo dudo mucho.

Vaya, se estaba poniendo mezquino.

—¿Qué quieres hacer? —preguntó Ubie sin poder evitarlo.

Mi sonrisa adquirió un tinte de superioridad. ¿Acaso Benja nunca aprendería?

—Dijiste que no habíais podido poner escuchas en su oficina, ¿verdad? —quise saber.
—Cierto. No había pruebas suficientes.
—No puedo creer que la escuches —dijo Benjamin.
—Nosotros también te escuchamos —aseguró Barber. Elizabeth asintió para mostrar su acuerdo
—Gracias, chicos. —Fulminé con la mirada al traidor antes de volver a dirigirme a Ubie—. También sabemos que Price graba en vídeo todas las entrevistas con las chicas nuevas.
—Sí. —El tío Nico frunció el ceño en un gesto pensativo.
—Y que realiza todas esas entrevistas en su oficina, en un sofá que utiliza solo en esas ocasiones.
—Cierto.

Mientras le explicaba mi plan al tío Nico, Benjamin hervía de furia en su silla. Parecía estar a punto de sufrir un infarto.

—Es un plan bastante bueno —dijo el tío Nico cuando terminé de hablar—, pero ¿no podrías aparecer allí y susurrarle algo al oído, como hiciste con Julio Ontiveros? Eres como el encantador de perros, solo que con los tipos malos.
—Aquello funcionó por una razón, y solo por esa razón.
—¿Y qué razón era esa?
—Que Julio no era el malo.
—Ah. Es verdad.
—Mis poderes de persuasión solo funcionan cuando tengo algo bueno con lo que respaldarlos.
—Bueno, a mí me gusta el plan —dijo Elizabeth—. Y ver al señor Amadeo echando humo por las orejas resulta muy entretenido.

Barber y yo asentimos con una risilla disimulada.

—Me alegra que puedas reírte de todo esto, Lali —comentó Benjamin con expresión airada—. No tienes ni idea de la clase de hombre que es Price.
—¿Y tú sí?
—Yo sé qué clase de hombre hay que ser para involucrarse en algo tan horrible como el tráfico de seres humanos.
—Lo he pillado, Amadeo. No es la clase de hombre al que una lleva a su casa para presentárselo a su madrastra. —Lo pensé mejor—. Espera un momento, puede que a mi madrastra le gustara conocerlo. ¿Crees que sus barcos llegan a Estambul?
—Lali... —dijo el tío Nico con tono de advertencia.

Conocía muy bien los cimientos de la escabrosa relación que mantenía con mi madrastra. Una vez incluso llegó a decirme que nunca había entendido por qué mi padre no había hecho nada al respecto. Algo que a mí también me sorprendía.

—Solo era una idea —dije, a la defensiva.

Mientras el tío Nico comenzaba las negociaciones con el grupo de operaciones especiales que investigaba el caso de Benny Price, decidí buscar a Sussman, que llevaba desaparecido bastante tiempo.

Fiel a su estilo, Benja salió como una exhalación mientras consultaba mi móvil al lado de la sala de conferencias. Podía correr todo lo que quisiera. Él tenía su furgoneta y yo no había podido coger mi coche, así que tendría que llevarme. Cuanto antes se sentara al volante, más tendría que esperar. Algo que me beneficiaba en más de un sentido.

Tenía dos mensajes de texto. Los dos eran de Eugenia y los dos decían: «Llámame en cuanto leas esto». Debía de tener algo importante.

—He dado con una de las mujeres que iban con Peter al instituto —dijo Euge nada más coger el teléfono—. Tanto ella como una amiga suya recuerdan a nuestro chico a la perfección.
—Buen trabajo. —Adoraba a aquella mujer.
—Podrían reunirse contigo en Dave’s, si quieres.
—Quiero. ¿A qué hora?
—A la hora que te venga bien. Tengo que llamarlas de nuevo para decírselo.
—Peeerrrrrrfecto —ronroneé en una de mis mejores imitaciones de Catwoman—. Tengo que ir a buscar a Sussman. Está desaparecido en combate. ¿Qué te parece dentro de una hora?
—Las llamaré. Por cierto, ¿cómo estás? No hemos podido hablar desde tu última experiencia cercana a la muerte.
—Estoy viva —dije—. Supongo que no puedo pedir mucho más.
—Sí, Lali, sí que puedes.

Lo pensé durante un buen rato.

—¿Entonces puedo pedir un millón de dólares? —pregunté al final.
—Por pedirlo... —contestó antes de colgar con un resoplido.

Me conocía lo bastante bien como para saber que no tenía ganas de hablar de mi último drama en aquellos momentos. Ya me desahogaría después. Y ella se llevaría la peor parte. Pobre mujer.
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Espero poder subirles mañana la otra nove.

martes, 3 de marzo de 2015

Capitulo 31


Bueno, esto es muy embarazoso.
(Camiseta)

Por lo visto, aquella era sin duda la Semana Nacional de Mata a Lali Esposito. O al menos la de Déjala Horriblemente Lisiada. Me pareció que la reluciente pistola que me apuntaba desde el otro lado de la puerta era una buena confirmación de ello. Aunque seguramente aquella fiesta nunca conseguiría la aprobación del gobierno; estaba destinada a ser infravalorada, como la de Halloween o la del Día del Diccionario.

Cuando abrí la puerta me encontré de frente a Zeke Herschel, el marido maltratador de Rosie, que me miraba con un brillo vengativo en los ojos. Mientras contemplaba la pistola plateada que el tipo tenía en la mano, noté que mi corazón se detenía, titubeaba y luego daba un vuelco; un instante después empezó a latir con fuerza, cada vez más rápido, hasta que cada latido se unió al siguiente en un redoble continuo similar al de esas piezas de dominó que caían una tras otra.

Es curioso, pero el tiempo se detiene cuando la muerte es inminente. Mientras veía por el rabillo del ojo cómo se contraían los músculos de Herschel, cómo apretaba el gatillo con el dedo, observé su rostro con detenimiento.

Sus ojos transparentes estaban cargados de prepotencia, de arrogancia.

Volví a bajar la vista hasta el arma y vi que el percutor salía disparado hacia delante; acto seguido, mis ojos se desviaron hacia arriba, hacia mi derecha... hacia él. El Malo estaba al lado de Zeke Herschel, observándolo con furia. La capucha de su capa se encontraba a escasos centímetros de la cabeza del hombre, y su hoja plateada emitía destellos a pesar de la escasez de luz. En aquel momento, el Malo concentró todo el poder de su mirada en mí y el efecto fue similar al del estallido de una explosión nuclear. Su furia, densa y palpable, ardiente e implacable, cayó sobre mí y me dejó sin aliento.

El Malo seccionó la médula espinal de Herschel en menos de lo que se tarda en dividir un átomo. Lo supe porque ya lo había hecho antes. Pero un instante después sentí la punta de su hoja plateada clavada en mi costado. En el preciso momento en que comprendí que me había herido, Herschel salió volando hacia atrás y chocó con tanta fuerza contra la puerta del ascensor que el edificio entero se estremeció.

Un segundo más tarde, el Malo se volvió hacia mí. Su capa y su aura se fundían en una masa ondulante, y su hoja estaba a salvo entre los pliegues de la densa materia negra. Fue entonces cuando me di cuenta de que me estaba cayendo. El mundo se abalanzó sobre mí en el momento exacto en que unos brazos me rodeaban la cintura. Y, por primera vez, vi quién se ocultaba bajo la capucha de la capa.

Juan Pedro Lanzani, alias Peter Lanzani.

Mi padre me entregó una taza de chocolate caliente mientras permanecíamos fuera del bar, apoyados en su monovolumen. Me había envuelto con su chaqueta, ya que la mía todavía formaba parte de la escena del crimen. La chaqueta parecía engullirme, y eso me sorprendió, dado lo delgado que era mi padre. Las mangas me llegaban hasta las rodillas. Con infinito cuidado, mi padre enrolló una de las mangas, y me cambió la taza de mano antes de empezar con la otra.    El ascensor se detuvo con un crujido en el interior del bar, y supe que los de emergencias iban a sacar a Herschel. Contuve la respiración mientras hacían rodar la camilla hasta el interior de la ambulancia y cerraban las puertas. Aquel era el mismo hombre que me había golpeado en el bar. El mismo hombre que, un día sí y otro también, intentaba someter a su esposa a base de palizas. El mismo hombre que me había apuntado con una pistola mientras me miraba con los ojos llenos de odio y el corazón rebosante de violencia.    Debía de haber descubierto que su mujer lo había dejado en la estacada y, después de sumar dos y dos, había ido a buscarme para vengarse. Y, posiblemente, también para conseguir información.    Y ahora se pasaría el resto de la vida inmovilizado por la parálisis. Debería haberme sentido mal por ello. ¿Qué clase de persona sería sino? ¿Qué clase de monstruo se deleitaba con el dolor y el sufrimiento ajeno? ¿Acaso era igual que el Malo? ¿Igual que Reyes?    Sentí un vuelco en el corazón al recordar, una vez más, que el Malo y Reyes eran el mismo ser. La misma criatura destructiva. De hecho, también debía de ser el borrón que veía de cuando en cuando, revoloteando a mi alrededor como un Superman maligno. Así que el Tipo Borrón era el Malo y el Malo era Peter. La perversa trinidad. Joder, ¿por qué tenía que estar tan bueno?

Me puse una mano en las costillas, en el lugar donde había sentido el corte de la hoja, y me maravillé ante el hecho de que la piel estuviera ilesa, ante la falta de una mancha de sangre en el suéter. El Malo tenía estilo a la hora de cortar de dentro a fuera. Me había herido, pero solo de refilón, y únicamente una resonancia magnética podría revelar la verdadera extensión de los daños.

Pero como no me daba la impresión de tener una hemorragia interna, decidí pasar de una visita a la sala de urgencias que tenía más posibilidades de acabar en un viajecito al manicomio que en una cita con el cirujano.

—Aquí está la bala —le dijo al tío Nico un agente de paisano. Sostenía en alto una bolsa de plástico sellada para que Ubie la inspeccionara—. Estaba en la pared occidental.

¿Cómo había acabado allí? La pistola estaba justo delante de mí.

Euge volvió a sonarse la nariz, incapaz de hacerse a la idea de que habían estado a punto de pegarme un tiro. Le di unas palmaditas en el hombro. Sus emociones flotaban hasta mí como si fueran una entidad física. Quería regañarme, exigirme que tuviera más cuidado, abrazarme hasta mi próximo cumpleaños, pero debo decir en su favor que se controló muy bien delante de todos aquellos hombres uniformados.

El tío Nico estaba charlando con Benjamin, quien, a juzgar por su palidez, debía de estar en estado de choque.

Había sido Peter quien me había tendido en el suelo. Un instante después de sujetarme, me dejó tumbada bocarriba en el suelo, me examinó de arriba abajo poniendo especial atención al lugar donde me había cortado la punta de su hoja, y luego se desvaneció ante mis ojos con un gruñido. Parpadeé con dificultad, pero cuando conseguí abrir los ojos, era Benja quien estaba encima de mí, haciéndome preguntas que no lograba comprender. Peter había dejado rastros palpables de su presencia. Su desesperación había arraigado en cada célula de mi cuerpo y comenzaba a circular por mis venas. Podía olerlo y saborearlo, y lo deseaba más que nunca.

—Esta no es la primera vez ocurre algo así, ¿sabes?

Levanté la cabeza para mirar a mi padre. Un instante antes le había suplicado que no llamara a mi madrastra. Había accedido a regañadientes, aunque me juró que lo pagaría muy caro cuando llegara a casa. No me lo creí.

—Sucedió exactamente lo mismo en el edificio de apartamentos en el que vives ahora —dijo, de pie a mi lado—. Por aquel entonces eras muy pequeña.

Mi padre intentaba sonsacarme información. Hacía mucho que sospechaba que aquella noche me había ocurrido algo. Fue el detective principal en el caso del extraño ataque al pederasta en libertad condicional, y después de más de veinte años, empezaba a encajar las piezas. Tenía razón. No era la primera vez que ocurría algo así, ni la segunda. Al parecer, Peter Lanzani llevaba bastante tiempo siendo mi ángel de la guarda.

Incapaz de encajar los cómos y los porqués, decidí no pensar en ello y concentrarme en dos cosas que no guardaban ninguna relación con Peter: beberme el chocolate caliente y calmar el temblor de mis manos.

—Apareció otro hombre con la médula espinal seccionada sin ninguna herida externa. Sin ninguna magulladura. Sin ningún traumatismo. Y tú estabas presente en ambos casos.

Otra vez husmeando, intentando que le contara lo que sabía, que confirmara sus sospechas. Supongo que sí cambié aquel día, que me volví algo más retraída de lo normal en una niña de cuatro años. Pero ¿por qué iba a decírselo ahora? Solo le causaría dolor. No le hacía falta conocer todos los detalles de mi vida. Y había algunas cosas no se le podían contar a un padre, ni siquiera a los veintisiete. Creo que aunque hubiese querido hacerlo, no me habrían salido las palabras.

Coloqué la mano sobre la suya y le di un apretón.

—Yo no estaba allí, papá. No aquel día —mentí entre dientes.

Se alejó de mí y cerró los ojos. Él deseaba saber la verdad, pero, tal y como le había dicho a Euge, algunas veces era mejor no saberla.

—¿Ese era el tío de la otra noche? ¿El que te pegó? —preguntó el tío Nico. Me aparté el chocolate de la boca para responder.
—Sí. Intentó ligar conmigo, le dije que no, se cabreó... y ya conoces el resto de la historia.

No pensaba decir lo que había ocurrido en realidad, ya que eso pondría en peligro la libertad de Rosie.

—Creo que deberíamos ir a la comisaría y hablar sobre esto —dijo el tío Nico.

Se me agarrotaron los músculos al ver la mirada de advertencia que le dirigió mi padre. No era agradable ver cómo se peleaban aquellos dos. Divertido sí, quizá, pero me costaba creer que alguien tuviera ganas de reírse. Aparte de mí, claro. Reírse era como la gelatina. Siempre quedaba un huequecito para tomar un poco más de gelatina.

—Genial. Estaba deseando librarme de este maldito frío —dije, esquivando por los pelos la tercera guerra mundial.
—Puedes venir conmigo en el coche —dijo Ubie un instante después.

¿Qué esperaba mi padre que hiciera el tío Nico? Conocía las reglas. Al final tendríamos que pasar por la comisaría de todas formas. Lo mejor era acabar con ello cuanto antes.

El tío Nico echó un vistazo a Benja.

—Tú también puedes venir conmigo.

Ubie le guiñó un ojo a mi padre, y este lo miró primero con asombro y luego con agradecimiento.

—Tienes que repasar tu historia en el camino —me susurró papá al oído mientras me acompañaba hasta el monovolumen del tío Nico—. En la declaración, limítate a decir que cuando abriste la puerta viste a dos hombres peleando, que el arma se disparó y que el otro tipo huyó por la escalera de incendios.

Me dio unas palmaditas en la espalda y me ofreció una sonrisa tranquilizadora antes de cerrar la puerta. Lo rodeaba una neblina de preocupación, y de pronto me sentí culpable por todo lo que le había hecho pasar mientras crecía. Había soportado muchas cosas por mi culpa. Había inventado excusas, había ideado maneras de meter a los hombres entre rejas sin involucrarme directamente, y ahora debía confiar en que el tío Nico hiciera lo mismo.

—¿Cómo hiciste eso? —preguntó Benjamin antes de que Ubie entrara en el coche—. Ese tipo debía de pesar más de noventa kilos.

Ambos estábamos sentados en la parte de atrás.

—No lo hice.

Me miró fijamente mientras se esforzaba por entender mis palabras.

—¿Fue uno de tus muertos?
—No —respondí mientras observaba a mi padre y al tío Bob charlando. Todo parecía ir bien—. No, esto ha sido distinto.

Oí cómo Benjamin se reclinaba en el asiento y se frotaba la cara con las manos.

—Vale, ¿me estás diciendo que hay algo más que muertos por ahí? ¿Qué hay? ¿Demonios? ¿Poltergeists?
—Los poltergeists no son más que muertos furiosos. En realidad todo esto no es tan misterioso —le dije.

Pero mentía. Peter era lo más misterioso del mundo.
Por más que me esforzaba, no conseguía dejar de pensar en él. Me intrigaban sus tatuajes, así que intenté encontrar su significado dentro de la caótica jungla en la que se había convertido mi mente. Ojalá no hubiera almacenado tanta información inútil. Maldito fuera el Trivial Pursuit.

También me intrigaban otras cosas. ¿Era una forma de vida basada en el carbono? ¿De verdad tenía treinta años o más bien treinta mil? ¿Tenía el ombligo para afuera o para adentro? Era lo bastante lista como para no cuestionarme su planeta de origen. No era un extraterrestre. La cuarta dimensión, también conocida como el Más Allá, no funcionaba de ese modo. No había planetas ni países ni fronteras que marcaran sus límites. Se extendía por todo los confines del universo. Existía, sin más. Y estaba en todos los lugares a la vez. Como Dios, podría decirse.

—Vale —dijo el tío Nico después de ponerse el cinturón de seguridad—. Tengo que pensar muy bien las cosas de camino a la comisaría, así que lo más probable es que no quiera oír lo que os decís el uno al otro, chicos. —Me miró por el espejo retrovisor y guiñó el ojo de nuevo.

Para el momento en que llegamos a la comisaría, ya tenía claro que había dos hombres en el pasillo cuando abrí la puerta. El otro era un tipo rubio con barba y pelo sucio ataviado con prendas oscuras y sin ninguna marca distintiva, por lo que resultaría casi imposible identificarlo.

Qué gilipollez. Para ser sincera, me sorprendió bastante que Benjamin estuviera dispuesto a apoyar aquella historia.

—A ver si te crees que quiero que me encierren en una celda acolchada —dijo mientras entrábamos en la comisaría.

Empezaba a ver las cosas desde mi punto de vista y a entender por qué nunca le contaba a la gente quién era en realidad.

El primer par de ojos que me encontré en la comisaría fue el del agente Taft, que todavía estaba furioso. Dejó de leer el expediente que tenía abierto en el escritorio y me fulminó con la mirada cuando pasamos a su lado. Tarta de Fresa hizo lo mismo, pero al menos no me atacó. Todo un detalle por su parte.

Aun así, no pude evitarlo. Le dediqué a Taft mi mejor sonrisa burlona y caminé un poco más despacio para poder hablarle.

—Cuando averigüe lo que le ocurre en realidad y necesite ayuda, no venga a buscarme.
—No soy yo quien necesita ayuda —replicó.

El tío Nico apresuró el paso para situarse a mi lado.

—¿De qué iba todo eso? —preguntó, muy intrigado.
—¿Te acuerdas del Engendro Infernal de Satán? Pues ahora hace notar su presencia, y él no puede soportarlo... así que se cabrea conmigo.

Ubie se dio la vuelta con expresión pensativa.

—Puedo enviarle a por una ronda de donuts para enfriarle los motores. —Sonaba bien.

En cuanto terminamos de hacer nuestras declaraciones, con frases sospechosamente similares, fuimos a tomar algo; después, el tío Nico y yo dejamos a Benjamin y nos dirigimos al Instituto Rockland.

Benjamin nos suplicó que le permitiéramos acompañarnos, como si fuera un niño al que dejaban en casa un sábado por la noche. Incluso gimoteó un poco.

—Por favor —había dicho.
—No significa no. —A ver si lo entendía de una vez.

El Instituto Rockland estaba situado en el corazón de la zona sur de Buenos Aires; era una vieja escuela con un pasado sórdido y una excelente reputación. Llegamos justo en un cambio de clases. Los chicos aprovechaban los cinco minutos de descanso para hablar, flirtear y acosar a los novatos. Antes de llegar, no echaba nada de menos el instituto. Y una vez allí, seguí sin echarlo nada de menos.

Los remanentes de la mañana aún pesaban sobre mis hombros. Las cosas no se movían a la velocidad normal. Todo me parecía lento, letárgico, como si nadara a través de la realidad de un mundo que no se había detenido de repente después de mi casi-experiencia cercana a la muerte. El mundo seguía en movimiento, inmerso en un ciclo interminable de aventuras episódicas que llamábamos vida. Los minutos pasaban. El sol avanzaba por el cielo. El tacón de mi bota tenía una chincheta clavada.

Entramos en la secretaría del Instituto Rockland y nos encontramos con una auxiliar administrativa de lo más atareada. Había al menos siete personas que requerían su atención. Dos querían un permiso para llegar tarde. Uno tenía una nota de su padre que decía que si el colegio no permitía que su hijo se llevara la medicina a clase, presentaría una demanda contra los elegantes uniformes nuevos de los atletas. Otra era una profesora a la que le habían robado las llaves del escritorio durante el almuerzo. Otros dos eran ayudantes de oficina que esperaban instrucciones. Y la última era una jovencita muy guapa con coleta, gafas de ojos de gato y calcetines tobilleros blancos que parecía haber muerto en los años cincuenta.

Estaba sentada en un rincón con los libros apretados contra el pecho y las piernas cruzadas a la altura de los tobillos. Me senté a su lado y esperé a que el caos se despejara. El tío Nico aprovechó la ocasión para salir a hacer una llamada. Como siempre.

Calcetines Blancos no me quitaba los ojos de encima, así que monté el teatrillo del teléfono móvil y la miré mientras hablaba.

—Hola —dije.    Abrió los ojos como platos y batió las pestañas en un gesto de sorpresa, preguntándose si hablaba con ella.
—¿Vienes por aquí a menudo? —le pregunté con una risilla, entusiasmada con mi portentoso sentido del humor.
—¿Yo? —preguntó por fin.
—Sí, tú —le dije.
—¿Puedes verme?

Nunca he conseguido entender por qué siempre me preguntan eso cuando los miro fijamente.

—Claro que sí. —Se quedó boquiabierta, así que me expliqué—: Soy un ángel de la muerte, pero de los buenos; no tengo nada de espeluznante. Puedes cruzar al otro lado a través de mí, si quieres.
—Eres hermosa —dijo mientras me observaba con asombro. Suelo causar ese efecto en la gente—. Eres como una piscina en un día soleado.

Vaya, aquello sí que era un buen cambio. Eché un vistazo rápido a mi alrededor y descubrí que la multitud se dispersaba.

—¿Cuánto tiempo llevas aquí?
—Alrededor de dos años, creo. —Cuando vio que unía las cejas en un gesto de incredulidad, añadió—: Ah, la ropa. Aquella semana celebrábamos la vuelta a clase. Era el Día de los Años Cincuenta.
—Vaya —dije—. Pues estás perfecta. —Inclinó la cabeza con timidez.
—Gracias.

Solo quedaba uno de los chicos que deseaban un permiso para llegar tarde. Al parecer, el director se encargaría de la amenaza de demanda, y los de mantenimiento, de las llaves robadas.

—¿Por qué no has cruzado? —quise saber.

Un chaval que pasaba por el pasillo llamó a su amigo.

—Oye, Westfield, ¿te darán una azotaina otra vez?

El chico que esperaba el pase, sin duda un atleta, le enseñó el dedo corazón por detrás de la espalda, al estilo incógnito. Tuve que esforzarme mucho para contener la risa.

La chica que había a mi lado se encogió de hombros y luego señaló a la auxiliar administrativa con un gesto de la cabeza.

—Esa es mi abuela. Se enfadó muchísimo conmigo cuando morí.

Miré a la mujer. En su plaquita identificativa ponía: «Sra. Tarpley». Tenía el cabello estilosamente desaliñado, oscuro con mechas rojas, y unos ojos verdes impresionantes.

—Vaya, pues está genial para ser una abuela. —Calcetines Blancos rió por lo bajo.
—Solo quiero decirle una cosa.

¿No había sido yo quien poco antes había tenido una rabieta delante de Benjamin por aquel mismo motivo? ¿Cómo lo había expresado? ¿No había dicho que estaba «harta de atar cabos sueltos»? A veces me comportaba como una zorra.

—¿Quieres que te ayude?

El rostro de la chica se iluminó.

—¿Podrías hacerlo?
—Claro que sí.

Se mordió el labio inferior durante unos instantes.

—¿Podrías decirle que no le gasté toda la espuma? —preguntó.
—¿En serio? —No pude evitar sonreír—. ¿Es eso lo que te retiene aquí?
—Bueno, en realidad sí que le gasté toda la espuma, pero no quiero que piense mal de mí.

Sentí que algo me atenazaba el corazón al escuchar su confesión. Las ideas que se le pasaban a la gente por la cabeza antes de morir nunca dejaban de asombrarme.

—Cielo, dudo mucho que tu abuela piense algo sobre ti que no sea maravilloso. De hecho, me apostaría el alma a que ni siquiera se acuerda del asunto de la espuma.

Bajó la barbilla y balanceó los pies por debajo de la silla.

—Supongo que entonces puedo marcharme —dijo.
—Si quieres que le diga algo, aunque sea lo de la espuma, me aseguraré de que reciba el mensaje.    Esbozó una enorme sonrisa.
—¿Podrías decirle que mi hoja de nenúfar es más grande que la suya?

Solté una risotada. Aunque me habría encantado conocer aquella historia, en la oficina ya no quedaban ni alumnos ni profesores.

—Te lo prometo que lo haré.

Y Calcetines Blancos se marchó. Olía a pomelo y a loción para bebés, y había tenido un elefante rosa llamado Chubs cuando era pequeña.
—¿Puedo ayudarla? —preguntó la abuela.

El tío Nico, también conocido como el caballero de la brillante armadura, entró en la sala y mostró su placa al estilo de los polis de la tele. Qué bueno era, por Dios.

Puesto que al parecer había leyes que prohibían proporcionar información sobre los alumnos a cualquier fulano que la pidiera, no podíamos conseguir los expedientes sin una orden. Mi única esperanza era que la placa de Ubie fuera garantía suficiente, ya que no tenía ni idea de en qué podríamos basarnos para solicitar una.

—Necesitamos todos los expedientes y los listados de asignaturas de un alumno que estuvo aquí hace...

El tío Nico se volvió hacia mí. Guardé el teléfono y me levanté de un salto.

—Ah, sí, hace unos doce años.

La mujer miró a Ubie antes de coger un bolígrafo para escribir las fechas que le di. Ubie le devolvió la mirada. Saltaron las chispas.

—¿Y el nombre? —quiso saber.

Claro. El nombre. Con suerte, el tío Nico no se acordaría de un hombre al que había encerrado de veinticinco años a perpetua.

—Mmm. —Me incliné hacia delante con la intención de dejarlo fuera de la conversación—. Lanzani. Peter Lanzani.

No me hizo falta mirar para saber que el tío Nico seguía a mi lado. De pronto, el aire estaba tan tenso que se podía cortar.

Vaya. Mierda
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Tengo bloqueado el doc cn los caps de la otra, estoy recuperandolos, mientras les subo esta.