Capítulo 31
— ¿Vas a ver la tele en la tele? — preguntó mirándome muy seria con aquellos ojos azules como su madre.
— ¿En vez de en la tostadora? — Al ver que apretaba los labios y parpadeaba, esperando una respuesta, me rendí —. No, no voy a ver la tele en la tele.
— Vale.
Sonrió y entró sorteándome de un salto.
— Pero voy a ducharme en la ducha.
— Muy bien. — Encontró el mando a distancia, se dejó caer en el sofá y recogió las piernas bajo ella —. Mi madre ha cancelado la suscripción al cable.
— Venga ya — dije intentando reprimir una risa nerviosa.
Euge salió por su puerta y asomó la cabeza por la mía en ese preciso instante, también en pijama. La fulminé con la mirada, horrorizada.
Puso los ojos en blanco.
— ¿Ya te ha convencido para que vuelva a contratar el cable?
— Ma, ¿por qué ha de pagar yo que vos quieras estás sana? — protestó Rufi, tumbándose sobre la panza.
Insistí en la mirada horrorizada.
— No habrás sido capaz... — musité incapaz de ocultar mi rencor.
Suspiró y me tendió más papeles después de cerrar la puerta.
— Mi médico dice que debo perder peso.
— ¿El doctor Kyost? — pregunté.
El nombre de nuestro cliente potencial aparecía en el encabezamiento de las hojas que me había alargado. ¿Por qué iba un otorrinolaringólogo a recomendable que perdiera peso? Sobre todo si no solía visitarse con él.
— No, el doctor Kyost no. — Se acercó hasta la barra en zapatillas y tomó asiento en un taburete —. ¿Por qué iba a ir a visitarme con el doctor Kyost?
— Ah, son sus antecedentes. — Les eché un vistazo mientras le daba otro mordisco al burrito —. Y ¿qué tiene que ver lo de perder peso con el cable?
— No demasiado, salvo que la comida sana sale mucho más cara que la comida chatarra.
— Razón por la que no como sano. — Agité mi burrito de pollo delante de sus narices —. Que te sirva de lección.
— Tú no cuentas. Las petizas y terremotos no pueden opinar porque nunca paran.
— ¿Disculpa? ¿Me dijiste petiza? Que vos hayas tomado más levadura de lo normal no es mi culpa.
— El médico tiene razón. Tengo que empezar a controlarme. — De pronto pareció desanimada —. ¿Sabes lo difícil que es quitarme el café? Es lo primero que me ha quitado el doctor.
— Un, esto pone los pelos de punta. — Me quedé mirando al vacío, maravillada de cuánto nos unía —. También es difícil hacer que me quiten cosas como el chocolate, amo el chocolate. ¿Y si nos los cambiamos? — propuse, volviéndome hacia ella.
— Lo haría con los ojos cerrados si creyera que serviría de algo. ¿Qué opinas? — preguntó, señalando el expediente que me había dejado mientras se inclinaba sobre la barra y se servía una taza de café.
— Egue el café...
— ¡Tienes todos los canales de cine! — gritó Rufina, emocionada —. ¿Cómo es posible que no lo supiera?
— ¿En serio? — pregunté —. Con razón la factura es tan alta.— Me concentré en un artículo que hablaba sobre la primera esposa de Kyost —. La mujer del doctor Kyost fue hallada muerta en una habitación de hotel tras haber sufrido un ataque al corazón. — Levanté la vista y miré a Eugenia —. No podía tener más de veintisiete años. ¿Un ataque al corazón?
— Tú sigue — me recomendó Eugenia.