miércoles, 24 de mayo de 2017

Capítulo 13


Cuatro

Esta vez no se nos quedaron mirando todos los presentes en las zonas comunes, gracias a Dios,a excepción de unos cuantos que pasaban por allí y se detuvieron a observar la escena.

— ¿Qué demonios te crees que estás haciendo? — me preguntó la muñequita, con los ojos castaños bien abiertos y chispeando de pura furia.

Ahora que estaba lo suficientemente cerca, pude echarle una buena ojeada. Tenía la misma constitución esbelta de todos los moroi, aunque no su peso habitual, que era en parte lo que le hacía parecer tan joven. Lucía un escaso vestido de color púrpura lo bastante extravagante para hacerme recordar que mi ropa procedía de una tienda de segunda mano, pero una inspección más exhaustiva me llevó a pensar que era un modelo de imitación de algún diseñador.

Crucé los brazos sobre el pecho.

— ¿Te has perdido, chiquitina? La escuela de primaria para nenas chillonas está en el campus occidental.

Un rubor rosado cubrió sus mejillas.

— No vuelvas a tocarme otra vez. Si me aprietas las tuercas yo también te las apretaré a ti.

Vaya, hombre, qué buena oportunidad era ésa. Sólo la negativa de Mery fue capaz de hacerme reprimir la hilera de replicas hirientes​ que tenía en la punta de la lengua. En su lugar, opté por la fuerza bruta, por decirlo de alguna manera.

— Y si tú vuelves a molestarnos a cualquiera de las dos otra vez, te partiré la cara. Si acaso no me crees, vete a preguntarle a Melody Paz lo que le hice a su brazo en noveno grado. Aunque seguramente tú todavía llevarías pañales en esas fechas.

El incidente con Melody no había sido uno de mis momentos estelares. En realidad no esperaba romperme un hueso cuando la empotre contra un árbol. Aún así, aquel asunto me había dado una reputación de chica peligrosa, además de la de listilla. La historia de alcanzado dimensiones legendarias con el tiempo y me complacía pensar que todavía se hablaba de mí de madrugada, alrededor de los fuegos de campamento. Y desde luego, así debía ser teniendo en cuenta la expresión que mostraba el rostro de la chica.

En ese momento, uno de los miembros del personal, que patrullaba la zona, se acercó lanzando miradas suspicaces a nuestra pequeña reunión punto la muñequita se retiró aferrando el brazo de Teo.

— Vámonos — le ordenó.
— Hola, Teo — le dije con voz animada, recordando de pronto que él también estaba allí —. Me alegro de verte otra vez.

Me dedico un seco asentimiento y una sonrisa insegura, mientras la chica se lo llevaba a rastras. El mismo Teo de siempre. Tal vez fuera encantado el ingenioso, pero desde luego, la agresivo, nada.

Me volví hacia Mery.

— ¿Estás bien? — ella asintió —. ¿Tienes alguna pista de a quién acabo de amenazar con zurrarle?
— Ni idea — comencé a llevarla hacia la cola del almuerzo, pero ella sacudió la cabeza en mi dirección —. Vamos a ver a los proveedores.

Me asaltó un extraño sentimiento. Estaba tan acostumbrada se su fuente alimentación primaria que se me hacía raro la idea de volver a la rutina normal de los moroi. De hecho, casi me molestó y no debería haber sido así. La alimentación diaria la parte de la vida de un moroi, algo que yo no había sido capaz de ofrecerle mientras vivíamos por nuestra cuenta. Había sido una situación inconveniente, porque me dejaba a mí muy débil en unos días en que la alimentaba, ya ella los días intermedios. Debería alegrarme que las cosas regresaran a la normalidad.

Forcé una sonrisa.

— Claro.

Anduvimos hacia el área de proveedores como contigo a la cafetería. Se hallaba organizando en pequeños cubículos, de ese modo el espacio disponible quedaba dividido de forma que garantizan una cierta intimidad. Una mujer moro de pelo negro no saludo en la entrada y miró a su anotador, haciendo pasar las páginas. Cuando encontró lo que buscaba, tomó unas cuantas notas y luego le hizo un gesto a Mery para que la siguiera. Me lanzó una mirada desconcertada, pero no me impidió entrar.

Nos llevó a uno de los cubículos donde estaba sentada una regordeta mujer de mediana edad ojeando una revista. Alzó la mirada cuando nos acercamos y no sonrío. Poder ser van en sus ojos la mirada vidriosa y soñadora propia de la mayor parte de los proveedores. Probablemente ya ya casi había cubierto su cuota del día, a juzgar por el subidón que parecía tener.

Su sonrisa se acentuó cuando reconoció a Mery.

— Bienvenida a casa, princesa.

Capítulo 51

Capítulo 51


Al volverme, me encontré con una mujer envuelta en un abrigo marrón, a conjunto con los mocasines, prácticos pero feos.

— Depende de quién lo pregunté.

Se acercó a mí, sin dejar de mirar a su alrededor. Tenía el pelo largo y oscuro, aunque lo llevaba un tanto descuidado, y unas enormes gafas de sol le ocultaba la mitad del rostro. Era la misma mujer del Buick de la mañana anterior. El mismo pelo. Las mismas gafas de sol. Las misma tristeza filtrándose hacia la superficie. Sin embargo, su aura era calidad y desprendió una luz suave, similar al resplandor de una vela, como si no se atreviera a brillar con demasiada intensidad.

— Señorita Esposito. — Me tendió la mano —. Me llamo Mónica Dean. Soy la hermana de Teresa Kyost.
— Señorita Dean. — Se la estreché. Pase lista las emociones propias de una mujer que desconoce el paradero de su hermana y no faltaba ninguna. Estaba asustada, atravesada por el dolor, con el corazón en un puño —. He estado buscándola.
— Lo siento. — Se subió las gafas con un gesto nervioso —. Mi hermano me dijo que no hablara con usted.
— Ya, creo que no le gustó mi visita de ayer. ¿Quiere que entremos?

Le indiqué la parte trasera del bar de mi padre. Se me había metido el frió en los huesos y no parecía dispuesto a soltarme, como un chihuahua puesto de esteroides.

— Sí, claro — dijo envolviéndose un poco más en su abrigo —. Su visita dejó muy desconcertado a mi hermano. Le causó buena impresión.
— ¿De verdad? — Eché a andar hacia el bar —. Pues yo tuve la sensación de que quería hacerme una llave de estrangulación hasta que le suplicara clemencia. — ¡Eso era! ¡Luchadora profesional! —. Siento mucho lo de su hermana — añadí, redirigiendo mis pensamientos hacia el tema que nos ocupaba.

Aunque, en serio, lo haría de fábula. Si bien primero tendría que pillarme un buen bronceado. Y puede que uno músculos ocurridos de venas.

— Gracias.

Tampoco estaría de más un seguro médico.

Encendí las luces nada más entrar en el local de mi padre, aunque al ver el resplandor que se proyectaba desde la cocina supuse que Sammy ya había llegado y que estaba disponiéndolo todo para el turno del mediodía. El bar se encontraba a medio camino entre un pub irlandés y un burdel victoriano. El espacio principal tenía un techo catedralicio de madera oscura y forja centenaria que coronaba las paredes como si de antiguas molduras se tratarán, trayendo la vista hacia la pared más occidental, donde se alzaba magnífico imponente ascensor de hierro forjado, de esos que ya solo se ven en algunos viejos hoteles y en las películas antiguas, de esos cuya maquinaria y poleas quedan a la vista de todo el mundo, de esos que tardaban una eternidad en trasladar a sus ocupantes a la segunda planta.  Fotos enmarcadas, medallas y banderines que conmemoraban diversas celebraciones de las fuerzas del orden asfixiaban en las paredes. La barra original, de caoba, caía nuestra derecha.

— ¿Le apetece un​ café? — pregunté, invitándola a tomar asiento den uno de los reservados del Rincón. Mónica parecía medio muerta de hambre, incapaz de detener el temblor de las manos causado por la angustia y el cansancio. Pensé que si nos sentamos en una mesa, tal vez a Sammy no le importaría prepararnos algo rápido —. Si desea acompañarme, estaba a punto de almorzar.

La puerta trasera se abrió de golpe y un hombre con pinta de no estar muy alegre llamado Luther Dean irrumpió en el bar.

— Esto no irá en serio, ¿verdad? — dijo fulminando a su hermana con la mirada.

Mónica se dejó caer en una silla y lanzó un hondo suspiro que arrastró consigo una tristeza tan profunda y abisal que llegó a asfixiarme. Llené los pulmones de aire para aligerar la carga y pase por debajo de la barra para preparar el café.

— Me he informado — se defendió —, es muy buena en su trabajo.

Luther Dean volvió la vista hacia mí por encima de un hombro hercúleo.

— Pues muy buena no parece. Tiene un ojo morado.
— ¿Disculpe? — protesté fingiendo sentirme ofendida. Qué gracioso.
— Luther siéntate — Mónica se quitó las gafas de sol y le dirigió una mirada de pocos amigos al ver que se negaba a dar su brazo a torcer —. Ya te lo dije, ella puede ayudarnos, así que, o te comportas, o te vas. Tú mismo.

El hombre cogió una silla de la mesa de al lado con un gesto brusco y se sentó.

— Me llamó imbécil.
— Es que eres imbécil.

Sonríe y lleve tres tazas de café, debiendo lo divertida que iba a ser aquella conversación. Treinta minutos después, estamos dando cuenta de un impresionante plato de huevos rancheros con guarnición de enchiladas de chile verde. Dios, adoraba a Sammy. Había pensado en casarme con él, pero su mujer sorprendido cuando le pide la mano.

— ¿Qué la hace tan digna de confianza? — preguntó Luther, dirigiéndome una durísima mirada glacial. Aquello le daba un nuevo significado al escepticismo —. Me explicó que trabaja para Naithan. ¿Por qué deberíamos creer nada de lo que diga?
— En realidad, no trabajo para él — intervine, esperando que me creyeran —. Además ¿por qué no confía en el marido de su hermana?

Lo cierto era que todavía no habíamos hablado del caso, así que decidió ofrecer una imagen falsa de sociedad, que hubiera funcionado mucho mejor de no haberle robado el último bocado del plato. Era muy susceptible en cuanto a su comida.

Aún así, tuve la sensación de que empezaba a pasar por el aro. Intercambiaron​ una mirada.

— Por nada en concreto — admitió Mónica finalmente, suspirando con resignación. Se encogió de hombros —. Es perfecto, el marido perfecto, cuñado perfecto. Es…
— ¿Demasiado perfecto? — sugerí.
— Exacto — dijo Luther —. Y hay cosas, pequeños detalles, que no es dan mala espina.
— Como…

Se volvió hacia su hermana y obtuvo su aprobación antes de continuar.

— Hace un par de meses, Teresa nos invitaba a cenar fuera, un día que Naithan no estaba en la ciudad, solo nosotros tres.
— Parecía preocupada por algo — Rosillo Mónica, y habría jurado que sentí que  la asaltaba el remordimiento —. Nos dijo que acaba de contratar un seguro de vida, tanto para Naithan como para ella, y que, si algo le sucediera, nosotros seríamos los beneficiarios.
— Entonces, ¿lo contrató ella? — pregunté —. ¿No Naithan?

Volvió a sentirlo. Un remordimiento tremulo y palpitante enano de ella al responder:

— Exacto. No sé ni siquiera si Naithan sabe de su existencia.
— Quería que supiéramos dónde estaba la póliza de seguros — añadió Luther —. Lo dejó muy claro.

Mónica sacó una llave.

— Incluso nos incluyo como beneficiarios en su cuenta de ahorros, para que pudiéramos acceder a la caja fuerte de seguridad, donde la guardaba.
— Eso sí que es raro — dije, intentando ignorar las alarmas que salían disparado en mi cerebro. ¿Le tenía miedo a su marido? ¿Creía que su vida estaba en peligro? —. ¿De qué importe estamos hablando?
— Dos millones de dólares — contestó Luther —. Para cada uno.
— La santísima madre del cordero lechón. — Me salió la poetisa que llevaba dentro —. ¿De verdad?
— Parece ser que sí — dijo Mónica.

Luther cruzó los brazos sobre el pecho.

jueves, 18 de mayo de 2017

Capítulo 12

Juan Cruz inclinó la cabeza, con el rostro lleno de curiosidad. Franca y los demás habían adoptado la misma expresión cuando se mencionó nuestro lazo, como si fuéramos ratas de laboratorio.

— ¿Y cómo es…? Si no te importa que te pregunte.
— Es… no sabría explicarlo. Es como si siempre​ estuviera presente en mi interior el modo en que ella se siente. Generalmente sólo son emociones, porque no nos podemos enviar mensajes ni nada parecido — no quise decirle nada de cuando me deslizaba dentro de su mente, ya que incluso a mi se me hacía difícil la comprensión de esa parte.
— Pero ¿no funciona en dirección opuesta? ¿Ella no puede sentirte?

Sacudí la cabeza.

Su rostro resplandeció maravillado.

— ¿Cómo ocurrió?
— No lo sé — le contesté, aún con la mirada fija en otro sitio —. Simplemente sucedió hará unos dos años o así.

Él frunció el ceño.

— ¿Por la época del accidente?

Asentí, llena de dudas. El accidente no era algo de lo que me gustase hablar, eso estaba más que claro. Los recuerdos de Mery eran lo suficientemente malos sin mezclar los míos con los suyos. El metal retorcido, la sensación de calor, después frío y luego calor otra vez. Mery chillaba encima de mí, gritándome para que me despertara, gritándoles también a sus padres y su hermano con la misma intención, pero ninguno de ellos lo hizo, sólo yo, y los médicos dijeron que fue un auténtico milagro, porque estaba claro que si no, yo no habría sobrevivido.

Aparentemente, al sentir mi incomodidad, Juan Cruz dejó pasar el tema y mostró su emoción de nuevo.

— Apenas puedo creérmelo. Ha pasado tanto tiempo desde la última vez. Si ocurriera más a menudo… Sólo piensa en lo que supondría para la seguridad de todos los moroi el que otros pudieran compartir esa experiencia. Tendré que investigar más el asunto y ver si se puede repetir eso en otros.
— Ah, vale — empezaba a impacientarme, a pesar de lo bien que me caía. Natalie parloteaba un montón y estaba claro de cuál de sus padres había heredado esa cualidad. El turno para el almuerzo se estaba acabando y aunque los moroi y los novicios compartían las clases de por la tarde,Mery y yo no tendríamos mucho tiempo para hablar.
— Quizá si pudiéramos… — comenzó a toser, una tos tan fuerte que hizo que le temblara el cuerpo entero. Su enfermedad, el síndrome de Sandovsky, le destrozaba los pulmones mientras le conducía lentamente hacia la muerte. Lancé una mirada cargada de angustia a sus guardianes y uno de ellos dio un paso al frente.
— Su alteza — indicó con educación —, necesita volver al interior, aquí hace demasiado frío.

Juan Cruz asintió.

— Sí, sí. Y estoy seguro de que Lali quiere comer algo — se volvió hacia mí —. Gracias por esta conversación. No soy capaz de explicarte lo mucho que significa para mí que María se encuentre a salvo… y que tú hayas colaborado en ello. Le prometí a su padre que cuidaría de ella si a él le pasaba algo y me sentí como si le hubiera fallado cuando desaparecisteis.

Sentí un peso en el estómago cuando le imaginé agobiado por la culpa y la preocupación después de que nos esfumáramos. Hasta ese momento, no había pensado en realidad en cómo podrían sentirse otros debido a nuestra marcha.

Nos despedimos y finalmente entré en la escuela. Cuando lo hice, sentí el pinchazo de la ansiedad de Mery. Ignoré el dolor de las piernas y me apresuré hacia las zonas comunes.

Y casi me caigo encima de ella.

Sin embargo, no​ me habían visto ni ella ni sus acompañantes, Teo y esa chica con aspecto de muñequita. Me detuve y escuché, captando sólo el final de la conversación. La chica se inclinaba hacia Mery, que parecía más anonadada que otra cosa.

— Eso parece salido de un mercadillo. Pensaba que una preciosa del Cerro tendría más nivel — de la palabra «del Cerro» pendía una dosis considerable de desprecio.

Agarré a la muñequita del hombro y la aparté de un tirón. Era tan flaca que casi se cayó después de dar dos o tres pasos inseguros.

— Ella tiene nivel de verdad — repliqué —, motivo por el cual está conversación se ha terminado.

Capítulo 50

Capítulo 50


Se cometieron errores. Se la cargaron otros.
(Camiseta)

Dado que todavía quedaban un par de horas antes de que abriéramos el chiringuito, decidí repasar la documentación de la que disponía sobre el caso de la esposa desaparecida antes de entrar en la ducha. El tío Nico me había facilitado las declaraciones entorno a la primera esposa del doctor Kyost, pero decidí concentrarme en la víctima. Además de realizar tareas de voluntariado y ser miembro de un par de juntas, la primera mujer del buen estimado doctor se había licenciado en Lingüística en la Universidad de Buenos Aires con una media de sobresaliente, lo que significaba que era un cerebrito. Y puede que supiera una o dos lenguas más. Había trabajado mucho con niños discapacitados y había contribuido de manera decisiva en la puesta en marcha de una hípica destinada específicamente a niños en silla de ruedas.

— Y no se merecía morir — comenté con el señor Wong, quien siguió de cara a la pared, como si tal cosa.

Dos horas después, estaba sentada bebiendo café con una toalla enrollada en la cabeza, intentando apaciguar a una Euge indignadísima por no haberla llamado.

— ¿Desnudo?
— Estaba en la ducha, así que… sí.
— ¿Y no le hiciste una foto? — protestó, lanzando un suspiro.
— Estaba esposada.
— ¿Te…? ¿Tú...?
— No. Ya sé que suena raro, pero da igual si lo hacemos o no cuando se trata de él, porque solo con mirarlo mis partes pudendas ya empiezan a estremecerse de placer, así que para el caso vendría siendo lo mismo.
— No es justo. Creo que voy a salir​ a cargarme a todo el que se me ponga delante.
— ¿Quieres que te deje en alguna parte?
— No tengo que llevar a Rufina al colegio. Al menos deja que te eche una mano con lo de Peter.
— No.
— ¿Por qué no? — Frunció el ceño, enojada —. Soy un hacha haciendo trabajo de campo. En eso no me gana nadie.
— Tengo varios nombres. Los investigaré mientras tú miras a ver qué puedes averiguar sobre las finanzas del buen doctor.
— Ah, vale, de acuerdo. ¿No es millonario o algo así?

Sonreí.

— Eso es exactamente lo que quiero saber.

Después de disimular el ojo morado con suficiente corrector como para que la difunta Tammy Faye Banner se sintiera orgullosa de mí, arrastré los pies hasta el aparcamiento con la sensación de que me pesaban cada vez más. Si había de guiarme por la niña que me seguía con un cuchillo en la mano, todo parecería indicar que aquel asunto de la falta de sueño empezaba a hacer mella en mí.

— ¿Ayer no ibas de adorno en un capó? — pregunté.

Ni me miró. Qué maleducada. Llevaba un vestido gris marengo con botas negras de charol, un atuendo que podría haber pasado por un uniforme escolar ruso. El pelo, largo y oscuro, le llegaba hasta los hombros y empuñaba un cuchillo por único complemento, aunque, la verdad, no combinaba con el resto. Estaba claro que lo de los accesorios no era lo suyo.

Me fui derecha al tipo que me vigilaba, aparcado en la acera de enfrente, y llamé a la ventanilla. El hombre se sobresaltó.

— ¡Me voy a trabajar! — le grité a través del cristal mientras él bizqueaba, intentando protegerse de la luz —. Estate atento.

Se frotó los ojos y me saludó. Lo reconocí, era uno de los hombres de Benjamín Amadeo. Benjamín​ Amadeo, pensé, con un resoplido. Maldito traidor. El tío Nico dice «sigue a Lali», y él va y lo haces sin rechistar, como si nuestra amistad no significara nada para él, que así era, pero bueno. El muy imbécil.

— ¿Es usted Lali Esposito?

Capítulo 49

Capítulo 49


Dejó la frase incloncusa mientras sacudía la cabeza y decidí sincerarme con él, a pesar de los pelos que llevaba.

— Tío Nico, ¿es posible que el hombre de la furgoneta no fuera Bartolomé Bedoya Agüero?
— ¿Eso es lo que te dijo Lanzani?
— ¿Es posible? — insistí.

Nicky agachó la cabeza y apagó el motor del monovolumen.

— Es como tú, ¿verdad?

Su pregunta me sorprendió y no supe qué responder, aunque debería de haber imaginado que algún día sucedería. Había visto el cuerpo de Peter después de que los demonios se hubieran cebado con él. Había visto con qué rapidez se recuperaba. De hecho, los médicos consideraban un milagro que Peter hubiera sobrevivido. Y dos semanas después, ahí estaba, paseándose entre los demás presos como si nada. Me hubiera jugado un café frappé con chocolate a que Nicky seguía a Peter de cerca. Yo lo hubiera hecho, después de lo que había visto.

— Posees un don asombroso para sobrevivir a situaciones inverosímiles — prosiguió —, te recuperas mucho más rápido que nadie que haya conocido y a veces te mueves de manera distinta, casi como si no fueras humana.

Sí, creo que no se había dejado nada.

— Tengo que preguntarte algo y quiero que seas completamente sincera conmigo.
— De acuerdo — dije un poco preocupada.

No estaba en mi mejor momento. Hacia tres horas que no probaba la cafeína y era evidente que él había empezado a sumar dos y dos.

— ¿Te envía Dios?

Y le había dado doce.

— No — contesté ahogando una risita —, digamos que, si acabo en la oficina de objetos perdidos de un aeropuerto, no creo que el tipo de arriba bajara a reclamarme.
— Pero eres diferente — afirmó con toda naturalidad.
— Sí, lo soy. Y… sí, Peter también.

Se escapó un hondo suspiro entre los dientes.

— No mató a su padre, ¿verdad? — dijo al fin.
— Primero, Bartolomé Bedoya Agüero no es su verdadero padre. — Nicky confirmó que lo sabía con un gesto de cabeza. Era un dato que había salido a la luz durante el juicio —. Segundo, estoy empezando a creer que ese hombre ni siquiera está muerto.
— Es posible — admitió tras mirar por la ventanilla largo rato —. Desde luego es muy poco probable, pero no imposible. Por poder hacerse, se puede.
— ¿Dando el cambiazo de la ficha dental? — pregunté.

Asintió.

— ¿Y nadie le llamó la atención que la novia de Bartolomé Bedoya Agüero trabajara de asistente dental en el consultorio del que las autoridades obtuvieron dichas fichas?

Sabía que Nicky había sido el inspector a cargo del caso, así que podría decirse que navegaba por aguas turbulentas. Y la vela no era lo mío.

Apretó los labios.

— ¿Estás ayudándolo?
— Sí.

¿Para qué iba a mentirle? El tío Nico no era idiota.

Sentí correr la adrenalina por sus venas al oír mi respuesta, aunque sospecho que mi franqueza era lo que realmente lo había sorprendido. De modo que probó una vez más.

— ¿Sabes dónde está?
— No. — Al ver que fruncía el ceño con cierta desconfianza, añadí —: Por eso me esposó, para tener un poco de ventaja. No quería comprometerme.
— Y te pegó porque…
— Llamé a su hermana tonta del culo.

Me miró exasperado.

— Es muy susceptible.
— Lali…
— Quería que pareciera verosímil, ya sabes, para los polis.
— Ah. ¿Has tenido algo que ver con su fuga?
— ¿Aparte de que utilizara mi coche después de secuestrarme? No.
— ¿Vas a informar al sargento de guardia de estos detalles que tan convenientemente has omitido?
— No.

No podía hablarle de Agustín y Daky, ni del plan de superagentes secretos que habían urdido para sacarlo de allí.

— ¿Crees que Emilia estará despierta?

Tuve que reprimirme para no poner los ojos en blanco y en ese momento vi a mi coche. Por lo visto, Agustín lo había hecho llevar hasta allí durante la noche. Qué detalle.

Tal vez la unión pecaminosa de Emilia y el tío Nico no fuera tan mala idea. Hacia poco que habían empezado a tontear, y por mucho que aquello me provocara una sensación de ardor en el estómago, ambos eran adultos sanos y responsables, capaces de tomar sus propias y pésimas decisiones, aunque acarrearan años de terapia de pareja y, finalmente, costas legales.

Emilia hacía un mes que se había mudado a nuestro vecindario, ahora también era vecina de Euge y por lo tanto mía y el tío Nico se interesaba muchísimo por saber cuando estaba en casa…

No pensaba quedarme a verlo. También podía empaquetar todas mis cosas y vivir en mi coche. El jeep, no el sentimiento.

Me volví hacia el tío Nico, hacia aquella mirada esperanzada que movía a la compasión, y decidí negociar.

— ¿Vas a retirar a esos tipos que tengo todo el día pegados al culo?

Señalé el coche aparcado en la acera de enfrente.

Puso cara larga.

— No. Es bueno para tu culo.
— También lo es subir escaleras y utilizo el ascensor siempre que puedo. — Al ver que se encogía de hombros, añadí —: Emilia está durmiendo — justo antes de salir del coche.

Capítulo 48

Capítulo 48


La policía nunca lo encuentra tan gracioso como tú.
(Camiseta)

Minutos después de haber sido noqueada por el hombre con mayores votos para ser elegida la Persona con Más Posibilidades de Acabar Asesinada por una Chica Blanca Cabreada, el mundo regresó con la furia desatada de un tornado. Un equipo de las fuerzas especiales de la policía echó la puerta abajo con el rifle apoyado en el hombro y comprobó que la habitación estuviera despejada. Uno de ellos se arrodilló a mi lado y lancé un quejido, en parte para que fuera más verosímil y en parte porque fue lo único que me salió.

¡Peter me había pegado! ¡Me había pegado de verdad! No importaba que pegarme a mi no fuera como pegarle a otra chica, ni que me recuperará en cuestión​de horas. Seguía siendo una maldita chica y él era muy consciente de ello, joder. Tendría que devolvérsela, con una tubería de plomo, o un trailer de dieciocho ruedas.

— ¿Está usted bien? — preguntó el tipo de las fuerzas especiales, examinando mi ojo.

Maldita sea, me encantaba cuando los hombres de uniforme me miraban a los ojos, o al culo, tanto daba. Asentí mientras él iba retirando la cinta adhesiva con sumo cuidado. La pegó a un trozo de plástico y la metió en una bolsa de pruebas que estaba cerrando cuando un inspector y dos agentes entraron en la habitación para hablar con el oficial al mando. El hombre abrió las esposas, y uno de los agentes le echó una mano para devolver el somier y el colchón a su sitio y ayudarme a sentarme en la cama.

— ¿Quiere un poco de agua?
— No, estoy bien, gracias.
— Creo que deberíamos detenerla.

Sobresaltada, miré al agente. Era Jerónimo Vaughan. Sí, ese Jerónimo Vaughan, el tipo que había intentado matarme o dejarme paralítica en el instituto con el monovolumen de su padre. Pues menuda mierda, porque el tío me odiaba hasta la médula y todo lo que la rodeaba, incluso esa cavidad que alojaba la médula. ¿Cómo se llamaba esa cosa?

— Creo que no será necesario, agente — dijo el inspector —. Un momento. — Se acercó un poco más —. Usted es la sobrina de Vázquez.
— Sí, señor, la misma — contesté, tocándome el ojo con un dedo. Me dolió. El dedo no, el ojo.

El hombre lanzó un largo suspiro y miró a Vaughan.

— De acuerdo, deténgala — se decidió al fin.
— ¿Qué?

Una sonrisita de satisfacción se dibujó en el rostro de Jerónimo y otra maliciosa en el del inspector.

— Es broma — dijo.

Jerónimo frunció el ceño, decepcionado, y salió ofendido de la habitación mientras su colega se sentaba a mi lado.

— ¿Qué ha ocurrido? — preguntó.
— Me secuestraron con mi propio coche. — Era obvio que el plan consistía en que se lo contara a la policía, sino Peter no me habría pegado. Al menos eso esperaba —. Y me esposaron a este armazón con las esposas.
— Ya veo. — El inspector sacó su libreta y empezó a tomar notas cuando un alguacil entró por la puerta —. ¿Se ha llevado su coche?

Lancé un suspiro mental, comprendiendo que íbamos a tener para rato.

Yyyyyyyyyy así fue.

Dos horas después, subí al asiento trasero del coche patrulla de Jerónimo a la espera de que el tío Nicky viniera a buscarme. Había sido examinada por un técnico sanitario y acosada por el sinvergüenza de un oficial que se hacía llamar Bud. Después de aquello, decidí que había llegado el momento de salir cagando leches, así que pedí refuerzos en forma de mi tío preferido para convencer a las fuerzas del orden de Buenos Aires de que me dejaran ir. El ojo morado ayudó. La madre del cordero, Peter pegaba fuerte, y sospechaba que ni siquiera le había puesto ganas. Gracias a Dios, por otro lado.

Miré a Jerónimo por el retrovisor. Estaba en el asiento del conductor, cosa lógica por otra parte teniendo en cuenta que se trataba de su coche.

— ¿Vas a contarme de una vez qué es lo que te hice? — pregunté, rezando para que no le diera por meterme una bala por el culo por preguntar.
— ¿Vas a morirte de una vez en medio de gritos agónicos?

Lo que vendría siendo un tajante y rotundo «pues va ser que no». Joder, sí que me odiaba, y encima nunca sabría por qué. Decidí intentar que me viera como a una persona para que se sintiera menos inclinado a matarme en el caso de que se le presentara la oportunidad. Había leído en alguna parte que sí, por poner un ejemplo, un secuestrador oía varias veces el nombre​ de su víctima, este acababa creando un vínculo emocional con la persona que había tomado como rehén.

— Lali Esposito es buena gente. Estoy segura de que si le cuentas a Lali lo que hizo, estará más que dispuesta a solucionarlo.

Se quedó callado, muy tenso, y luego se volvió hacia mí, despacio, como​ si lo hubiera ofendido.

— Si vuelves a hablar de ti en tercera persona, te mato aquí mismo.

Vale, estaba claro que le preocupaban mucho las formas narrativas. Dudaba que fuera legal que un agente de la policía amenazara a un civil de aquella manera, pero teniendo en cuenta que él llevaba pistola y yo no, decidí que lo mejor sería no preguntárselo.

Descubrí dos cosas sobre Jerónimo Vaughan mientras esperábamos a Nicky allí sentados: primero, poseía la asombrosa capacidad para mirar fijamente a una persona a través del espejo retrovisor sin pestañear durante… pongamos que unos cinco minutos. Ojalá hubiera podido ofrecerle un poco de colirio para los ojos. Y segundo: tenía una especie de deformación nasal le hacia lanzar un pequeño silbido cuando respiraba.

Poco después de mi desquiciante visita al infierno — también conocido como el coche patrulla de Jerónimo Vaughan —, un hombre bastante huraño llamado tío Nico me llevó a casa.

— ¿Así que Lanzani te secuestró? — dijo Nicky mientras aparcaba, completamente ajenos a los pelos que llevaba.
— Sí, me secuestró.
— ¿Y qué hacías en ese veinticuatro horas en medio de la nada en plena noche en mitad de una amenaza de riadas?
— Recibí un mensaje de… ¡Ay! ¡Candela! — Rescaté el móvil del fondo del bolso, que Peter había tenido el detalle de dejar en la mesita que había junto a la cama, y la llamé.

Seguía apagado. Probé en el de casa.

— Candela Esposito — contestó con voz tan somnolienta como me sentía yo.
— ¿Dónde estás? — pregunté.
— ¿Quién es?
— Elvis.
— ¿Qué hora es?
— La hora de la verdad.
— Lali.
— ¿Me has enviado un mensaje? ¿Se te ha estropeado el coche?
— No y no. ¿Por qué me haces esto?

Qué graciosa.

— Mira el móvil.

Oí un suspiro adormecido y profundo, un susurro de sábanas y por fin:

— No se enciende.
— ¿Nada?
— No. ¿Qué le has hecho?
— Me lo zampé en el desayuno. Mira la batería.
— ¿Dónde está?
— Pues… ¿debajo de la tapa de la batería?
— ¿Estás gastándome una de esas bromas pesadas?

La oí toqueteando el teléfono.

— Cande, si quisiera gastarte una broma pesada, no me limitaría a apagarte el móvil. Te embadurnaría el pelo de miel mientras duermes. O, bueno, algo por el estilo.
— ¿Fuiste tú? — preguntó, atónita.

Se había tragado por completo la vieja técnica de dejar la ventana abierta para desviar las sospechas de la víctima hacia otra persona que no fuera el verdadero agresor. Llevaba años creyendo que había sido Jenny Martínez. Iba a contarle la verdad, pero cambié de idea cuando vi qué le hizo a Jenny Martínez en represalia. Las pestañas de la pobre nunca volvieron a ser las mismas.

— Espera, la batería no está — dijo —. ¿Me la has quitado?
— Sí. ¿Has salido esta tarde?
— No — contestó tras un nuevo y hondo suspiro —. Sí. Salí a comprar algo de beber con un compañero.
— ¿Te tropezaste con alguien? ¿Se le cayó algo delante de…?
— ¡Sí! Oh, por todos los cielos, me tropecé con un hombre, se disculpó y luego, unos cinco minutos después, se presentó con una botella de vino para resarcirme por el encontronazo. No fue nada, es decir, apenas me tocó.
— Te robó el teléfono, me envió un mensaje, quitó la batería y luego te lo devolvió, junto con la botella de vino.

Viendo en qué círculo de amistades se movía Peter, no me sorprendía que un carterista se contara entre ellas.

— Me siento ultrajada.
— ¿Por el móvil o por la miel?
— Ya sabes que la venganza nunca es buena consejera. Eh, no volviste a llamarme después de verte con Peter. ¿Cómo fue?
— Oh, fue super bien. — Miré al tío Nico, quien seguía esperando que le diera el parte —. Bueno, eso explica todo — dije, cerrando el teléfono sin más.
— Lali, ya te lo he dicho antes, pero pienso repetirlo: ese hombre está acusado de asesinato. Si hubieras visto lo que le hizo a su padre…

miércoles, 17 de mayo de 2017

Capítulo 11

Dos clases más tarde, al fin conseguí un descanso para almorzar. Mientras cruzaba a trompicones el campus en dirección a las zonas comunes, Peter acompasó sus zancadas a las mías, sin un aspecto especialmente divino en ese instante a no ser que se tomaran por tal las endiosadas miradas que me dedicaba.

— Supongo que viste lo que pasó en la clase de Nico — le espeté, sin andarme con miramientos.
— Sí.
— ¿Y no te parece que fue un poco injusto?
— ¿Tenía razón? ¿Realmente te crees preparada de verdad para proteger a María?

Clavé la mirada en el suelo.

— La he mantenido con vida — mascullé entre dientes.
— ¿Qué tal te fue la lucha hoy con tus compañeros de clase?

Era una pregunta mezquina. No contesté y sabía que no había necesidad de ello. Tenía otra clase de entrenamiento después de la de Nico y, sin duda, Peter había estado atento y me había visto caer vencida otra vez.

— Si ni siquiera puedes con ellos…
— Vale, vale, lo sé — repliqué con brusquedad.

Él disminuyó el ritmo de sus largas zancadas para acompasadas a mis pasos doloridos.

— Eres rápida y fuerte por naturaleza, lo que ocurre es que debes entrenarte bien. ¿Practicaste algún tipo de deporte mientras estuvisteis por ahí fuera?
— Ya lo creo — respondí con un encogimiento de hombros —. De vez en cuando.
— ¿No te uniste a ningún equipo?
— Demasiado trabajo. Me habría quedado aquí si hubiera querido practicar a ese nivel.

Me lanzó una mirada exasperada.

— Nunca serás capaz de defender de verdad a la princesa si no afinas tus habilidades​, y siempre tendrás carencias.
— Seré capaz de protegerla — repuse con fiereza.
— No tienes ninguna garantía de que te la asignen, ya lo sabes, después de tu período de experiencia de campo o de la graduación — la voz de Peter era fuerte y no mostraba arrepentimiento. Desde luego, no me habían dado un mentor cálido y comprensivo —. Nadie quiere desperdiciar la conexión existente entre vosotras, pero tampoco le van a dar un guardián poco capacitado. Si quieres estar con ella, entonces debes trabajártelo bien. Tienes tus clases, me tienes a mí, y puedes usarnos o no. Eres la opción ideal para proteger a María cuando ambas os graduéis, pero para ello has de probar tu valía. Ojalá lo consigas.
— Mery, llámala Mery — le corregí. Ella odiaba que la llamaran por su nombre completo, y prefería con mucho su apodo americano.

Él se marchó y de repente no me sentí ya tan mala persona.

Pero a estas alturas había perdido un montón de tiempo al salir de clase. La mayoría de la gente había salido disparada hacia las zonas comunes para almorzar, deseosos de disfrutar en compañía todo lo que pudieran de su tiempo de esparcimiento. Esto me dio casi ganas de volverme por donde había venido cuando una voz me interesó desde debajo de la cornisa de la puerta.

— ¿Lali?

Entorné los ojos en la dirección de la que procedía la voz y capté la imagen de Juan Cruz Pérez, que me sonreía con su rostro amable, reclinado en un bastón cerca de la pared del edificio. Sus dos guardianes andaban por allí cerca, a una distancia conveniente.

— Señor Per…. esto, su alteza, hola.

Me contuve a tiempo, ya que casi se me habían olvidado los modales que había que emplear con un moroi de sangre real, porque no los había usado mientras vivía entre los humanos.los moroi elegían a sus gobernantes entre doce familias reales. El de más edad entre los familiares adquiría el título de «príncipe» o «princesa». Mery había obtenido el suyo por el hecho de ser la única superviviente de su linaje.

— ¿Qué tal te ha ido en tu primer día? — me preguntó.
— Todavía no ha terminado — intenté buscar algo con lo que poder entablar una conversación —. ¿Está por aquí de visita?
— Me marcharé esta tarde después de saludar a Natalie. Cuando oí que Mery y tú habíais regresado, simplemente me acerqué para veros.

Yo asentí, no muy segura de qué decir a continuación. Era más amigo de Mery que mío.

— Quería decirte… — comenzó con voz vacilante — que comprendo la gravedad de vuestros actos, pero creo que la directora Guzmán se equivoca al no reconocer los hechos. La verdad es que fuiste capaz de mantener a María a salvo durante todo este tiempo, y eso es algo impresionante.
— Bueno no es que haya tenido que enfrentarme a ningún strigoi ni nada parecido — repuse.
— Pero seguramente sí que te enfrentaste a alguna que otra cosa.
— Claro que sí. La escuela mandó sabuesos psíquicos una vez.
— Asombroso.
— Lo cierto es que no. Me resultó bastante fácil evitarlos.

Se echó a reír.

— He cazado con ellos alguna vez. No son tan fáciles de evadir, no desde luego con sus poderes e inteligencia — en eso llevaba razón, porque los sabuesos psíquicos eran un tipo de criaturas mágicas que vagabundeaba por el mundo, criaturas de las que los humanos no tenían noticia y cuya existencia no hubiesen creído aunque las hubieran visto con sus propios ojos. Los sabuesos viajaban en manadas y compartían algún tipo de comunicación psíquica que les hacía especialmente peligrosos para sus presas, aparte del hecho de su aspecto de lobos mutantes —. ¿Os enfrentaste la a algo más?

Me encogí de hombros.

— Alguna que otra cosilla de vez en cuando.
— Asombroso — repitió de nuevo.
— Pura suerte, supongo. Al parecer, estoy bastante verde en todo este asunto de la protección — mi afirmación sonó exactamente como las palabras de Nico en ese momento.
— Eres una chica muy lista, y lo conseguirás. Además, tenéis vuestra conexión — aparté la mirada. Mi habilidad para percibir a Mery había sido un secreto durante tanto tiempo que me resultaba extraño que otros estuvieran al tanto de eso. El príncipe agregó —: Las viejas historias están repletas de cuentos sobre guardianes capaces de percibir cuándo sus protegidos se encontraban en peligro. Estudiar este tema y otras de las viejas costumbres ha sido uno de mis pasatiempos y he oído que es algo extremadamente valioso.
— Eso supongo — me encogí de hombros. «Qué afición más aburrida», pensé para mis adentros, imaginándole absorto en historias del año de la catapulta en alguna húmeda biblioteca cubierta por telarañas.