miércoles, 10 de mayo de 2017

Capítulo 42

Capítulo 42


— Estás herido.

El hombre retrocedió para verlo mejor.

— ¡Quita, papá! Que no veo.

La preciosa niña de largos rizos castaños empujó ligeramente a su padre para poder pasar y frunció sus diminutas cejas.

— Tío Peter, ¿qué te ha pasado?

Peter le sonrió.

— Voy a decirte algo muy importante que no debes olvidar, Caridad. ¿Estas lista?

Al asentir, los rizos brincaron alrededor de su cabecita.

— Nunca, jamás, por nada del mundo te subas a la parte trasera de un camión de basura.
— Ya te dije que era mala idea — se lamentó Agustín.
— Para empezar, fue idea tuya.

Daky se adelantó.

— Entonces, peor que mala. — Se inclinó sobre él y la preocupación se dibujó en su bello rostro al intentar apartar el mono empapado de sangre de la herida —. No puedo creer que le hicieras caso.
— Y yo no puedo creer que te casaras con él.

Lo miró con los ojos entrecerrados, aunque su expresión delataba más las ganas de echarse a reír que las de reprenderlo. Y amor. Amor genuino, sincero. De pronto sentí un extraño ataque de celos. Lo conocían mejor que yo, tal vez mejor de lo que jamás llegaría a conocerlo. Era algo que no había sentido nunca, pero últimamente parecía ser la única emoción que me asaltaba cuando me encontraba ante las personas que formaban parte de la vida de Peter.

— ¿Cuándo entrarás en razón y te divorciarás de él? — preguntó Peter.

Bajé la vista. Daky era toda una belleza. Igual que su hija, tenía unos enormes ojos de una viveza extraordinaria y el largo cabello castaño a diferencia de la niña ella lo tenía listo y por los hombros.

— Está enamorada de mí, pendejo — dijo el marido, encogiéndose de hombros —. A saber por qué.
— Yo me casaré contigo, tío Peter.

Peter río de nuevo y le dedicó una cariñosa sonrisa.

— Entonces seré el hombre más afortunado de la Tierra.

Caridad saltó a su regazo y su madre lanzó un chillido, cogida por la sorpresa.

— ¡No, amor mío!

Peter la tranquilizó con un guiño y estrechó a la niña contra él con suma cautela, intentando no marcharía de sangre. Parecía disfrutar genuinamente de aquel momento, como si llevara mucho tiempo esperando aquel abrazo. Las lágrimas asomaron a los ojos de Daky cuando esta se inclinó para besarlo en la mejilla. Peter alargó la mano y la atrajo hacia él para abrazarlas a las dos.

Cuando volví a alzar la vista, Agustín sonreía con evidente satisfacción, y entonces comprendí que me hallaba en medio de una reunión familiar largamente esperada. No debería estar allí. Por muchas razones,no debería estar allí.

Peter miró al jovencito pegado a la falda de su madre y le sonrío.

— Hola, señor Sierra.
— Hola — contestó el niño, formándosele unos hoyuelos en las mejillas —. ¿Vas a vivir con nosotros?

Daky ahogó una risita y lo levantó del suelo para que Peter pudiera verlo.

— Creo que a tu padre no le haría demasiada gracia Machito. — Estrechó con gran solemnidad la manita que el niño le tendía —. Veo que ya estás hecho todo un hombrecito​.

El niño se echó a reír.

— Vale, vale — dijo Agustín, en segundo plano —. Dejad respirar al tío Peter.

Nacho se volvió hacia su padre.

— ¿Puede vivir con nosotros, papá?
— Porfi, porfi — se sumó Caridad.
— Es evidente que nunca habéis vivido con el tío Peter. Da mucho miedo. Y ronca. ¡Todo el mundo adentro!

Los niños echaron a correr perseguidos por su madre. A continuación, Agustín se quedó mirando a Peter con semblante serio y le preguntó:

— ¿Puedes andar?,
— Creo que sí.

Se pasó el brazo de Peter sobre los hombros y fue enderezándose poco a poco.

— No recuerdo que esto formara parte del plan.
— Ella tiene la culpa — dijo Peter señalándome con un gesto de cabeza cuando me bajaba del auto.
— Creo que va a echarte la culpa de todo, Lali — dijo Daky riendo.
— No me extrañaría. ¿Os echo una mano?

Peter se detuvo y se volvió hacia mí como si la pregunta lo hubiera sorprendido. La sonrisita que esbozó me detuvo el corazón y vi un brillo de agradecimiento en sus ojos. Aunque tampoco se me pasó por alto el mudo intercambio de miradas entre Daky y Agustín, y la sombra de una sonrisa en los bellos labio de Daky.

— ¡Mamá, mamá!

Caridad entró en el garaje con tanta prisa que casi tropezó con Peter y su padre.

— Cuidado, mi niña.

Daky acogió a la exaltada niña entre sus brazos.

— Hay un policía en la puerta.

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