lunes, 15 de mayo de 2017

Capítulo 1

Uno


Percibí su miedo mucho antes de oír sus gritos.

Su pesadilla latió en mi interior y me alteró con tal virulencia que acabó por sacarme de mi propia ensoñación, protagonizada por un tío bueno embadurnándome de crema solar en la playa. Las imágenes de su sueño — sangre y fuego, el hedor del humo, el metal retorcido y achicharrado de un coche — no guardaban relación alguna con las del mío, desde luego, pero se dispersaron por mi mente, envolviéndome, asfixiándome, hasta que la parte racional del cerebro me recordó que ese delirio no era el mío.

Me desperté con unos mechones de largo pelo castaño pegados a la frente.

Mery descansaba en su cama sin dejar de retorcerse y gritar. Salté de la mía y cruce con rapidez la escasa distancia entre ambos lechos.

— Mery — le insté sacudiéndola —. María, despierta.

Cesaron sus gritos, reemplazados por unos suaves suspiros.

— Poli — gimió —. Oh, Dios mío.

La ayudé a incorporarse.

— Mery, ya pasó, despierta.

Al cabo de un rato parpadeó y en la tenue penumbra comprobé que comenzaba a recobrar la conciencia. Acompasó poco a poco la respiración agitada y se reclinó sobre mí, descansando la cabeza sobre mi hombro. Le pasé un brazo por la espalda y la mano por el pelo.

— No ocurre nada — le dije con dulzura —. Todo va bien.
— He tenido otra vez ese sueño.
— Ah, sí, ya lo sé.

Permanecimos en silencio y en esa misma posición durante varios minutos. Cuando sentí que se calmaban sus emociones, me incliné hacia adelante y encendí la lámpara de la mesilla de noche situada entre nuestras camas. Comenzó a brillar suavemente, pero lo cierto era que ninguna de las dos necesitábamos mucha luminosidad. Óscar, el gato de nuestro compañero de piso, acudió atraído por la luz desde su trono en el alféizar de la ventana abierta.

Se mantuvo a una distancia prudencial de mí, pues, por la razón que sea, a los animales no les gustan los dhampir, aunque no le importó saltar sobre el lecho y frotar la cabeza contra Mery, maullando ligeramente. Los animales no solían tener problemas con los moroi en general, y todos amaban a Mery en particular. Ella le rascó el cuello, sonriente, y percibí cómo se serena un poco más.

— ¿Cuándo te alimentaste por última vez? — le pregunté mientras estudiaba su rostro. La piel clara estaba más pálida de lo habitual. Tenía unos círculos oscuros debajo de los ojos, y un leve aire de fragilidad. Esa semana había habido una actividad frenética en la escuela y no conseguía acordarme de la última vez que le había dado sangre —. Han pasado más de dos días, ¿no? ¿O tres? ¿Por qué no me has dicho nada?

Ella se encogió de hombros y evitó mi mirada.

— Estabas ocupada, y yo no quería…
— Venga, no me cuentes historias — repliqué acomodándola en una posición mejor. No era de extrañar ese aspecto de debilidad. Óscar, que no me quería tan cerca, saltó y volvió a la ventana, donde podía observarme a una distancia segura —. Venga, vamos.
— Lali…
— Vamos ya. Haré que te sientas mejor.

Ladeé la cabeza y me aparté el pelo para poner al descubierto el cuello, cuya visión, y lo que ofrecía, demostró ser irresistible para Mery. Una expresión de hambre le atravesó el rostro y retiró los labios ligeramente, mostrando los colmillos que solía mantener ocultos mientras convivíamos con los seres humanos corrientes. Aquellos colmillos contrastaban con el resto de sus rasgos, eran anómalos, pues ella tenía un aspecto más parecido al de un ángel, con aquel bello semblante y su cabello rubio, que al de un vampiro.

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