miércoles, 17 de mayo de 2017

Capítulo 5

Mientras caminábamos en dirección a los edificios principales de bachillerato, me aparté de i guardián y corrí hacia Peter.

— Eh, camarada.

Él siguió andando y no me dedicó ni una mirada.

— ¿Ahora te han entrado ganas de hablar?
— ¿Nos llevas a presencia de Franca?
Directora Guzmán — me corrigió. Desde su otro costado, Mery me lanzó una mirada cuyo significado era «no empieces a liarla».
— Directora o lo que sea, sigue siendo una estirada y vieja perr…

Mis palabras se desvanecieron conforme los guardias nos introducían a través de una serie de accesos directos hacia las zonas comunes. Suspiré. ¿De verdad esta gente podía ser tan cruel? Debía de haber al menos una docena de caminos para llegar a la oficina de Franca Guzmán, pero nos llevaban justo por el que atravesaba las zonas comunes.

Y era la hora del desayuno.

Los guardias novicios — dhampir como yo y los moroi se sentaban juntos, comiendo y relacionándose, con los rostros iluminados por cualquiera que fuese el cotilleo que mantuviera a la Academia en ascuas en ese momento. Cuando entramos, el fuerte zumbido de las conversaciones se detuvo de repente, como si alguien hubiera pulsado un interruptor. Cientos de pares de ojos se giraron hacia nosotros.

Les devolví las miradas a mis antiguos compañeros de clase con una mueca perezosa, intentando captar en qué podían haber cambiado las cosas. En nada. O al menos no lo parecía. Nina Inchausti seguía teniendo el mismo aspecto remilgado de lagartona perfectamente acicalada que recordaba, y aún era la líder autoproclamada de la camarilla de los moroi de sangre real de la Academia. Al otro extremo, la desgarbada prima de Mery, Natalie, nos observaba con los ojos dilatados, tan inocente e ingenua como siempre.

Y al lado opuesto de la habitación… bueno, eso sí que era interesante. Teo. EL pobrecito Teo que sin duda se había quedado con el corazón destrozado cuando Mery se marchó. Tenía el mismo aire adorable de siempre, incluso algo más ahora, con el aura dorada que tan bien casaba con la de ella. Sus ojos seguían todos sus movimientos. Sí, definitivamente, no la había olvidado. Y era una pena, porque Mery nunca había estado tan colada por él. Creo que tan sólo salió con él porque parecía que era lo que se esperaba de ella.

Pero lo que me pareció más interesante de todo esto fue que, aparentemente, Teo había dado con una manera de pasar tiempo sin ella. A su lado, sujentándole de una mano, se encontraba una chica moroi con aspecto de tener once años, aunque debía de ser mayor, a menos que él se hubiera convertido en pedófilo en nuestra ausencia. Tenía el aspecto de una muñequita de porcelana con sus mejillas redondeadas y su pelo lacio y rubio. Una malvada y muy enojada muñeca de porcelana. Se aferró a su mano con fuerza y le lanzó a Mery una mirada de odio tan ardiente que me dejó aturdida. ¿De qué infiernos iba todo esto?Yo no la conocía, y supuse que sólo era una novia celosa y nada más. El caso es que era normal estar muy enfadada si tu chico mira a alguien de esa manera.

Misericordiosamente, nuestro paseo de la vergüenza terminó, aunque nuestro nuevo decorado, la oficina de la directora Guzmán, no es que mejorara mucho las cosas. La vieja bruja tenía la misma apariencia que yo recordaba: alta y delgada, como la mayoría de los moroi, con la nariz afilada y el pelo negro. Siempre me recordaba a un buitre. La conocía muy bien gracias al montón de tiempo que había pasado en su oficina.

La mayoría de nuestros escoltas se marchó en cuanto Mery y yo nos sentamos, momento a partir del cual me sentí bastante menos prisionera. Sólo se quedaron Peter y Emilia, la capitana de los guardianes de la escuela. Tomaron posiciones junto a la pared, adoptando esa apariencia estoica y aterradora tan propia de su trabajo.

Franca Guzmán fijó sus ojos airados en nosotras y abrió la boca para empezar lo que sin duda sería una sesión de quejas de primera categoría, pero una voz profunda y amable la detuvo.

— María.

Sorprendida, advertí en ese momento que había alguien más en la estancia, aunque no me había dado cuenta al principio. Era un descuido imperdonable en un guardián, incluso en un novicio.

Con una considerable dosis de esfuerzo, Juan Cruz Perez se alzó de una silla de la esquina. El príncipe Juan Cruz Perez. Mery se levantó de un salto y corrió hacia él, arrojando los brazos alrededor de su cuerpo frágil.

— Tío — susurró, y su voz sonó al borde de las lágrimas cuando intensificó el abrazo.

Él le palmeó suavemente la espalda, con una sonrisa apenas insinuada.

— No tienes idea de lo feliz que me hace que estés a salvo, María — miró en mi dirección —. Y también tú, Lali.

Asentí en respuesta a la cortesía e intenté esconder lo impresionada que me encontraba. Estaba enfermo cuando nos marchamos, pero esto… esto era horrible. Se trataba del padre de Natalie, y rondaba los cuarenta, aunque parecía tener el doble de esa edad. Pálido, macilento, con las manos temblorosas. Se me rompió el corazón al verle. Con toda la gente tan horrible que había por el mundo, me parecía fatal que este tipo hubiera cogido una enfermedad que le matara y que al final no le permitiera convertirse en rey.

Los moroi utilizaban los términos de parentesco con cierta inexactitud, en especial en el seno de la familia real, y técnicamente el príncipe no era tío de Mery, pero sí un amigo íntimo de la familia del Cerro y había hecho de todo por ayudarla a la muerte de sus padres. Me caía muy bien y era la única persona a la que me alegraba ver entre los allí presentes.

Guzmán les concedió unos momentos y después, con rigidez, llevó a Mery hasta su asiento.

Había llegado la hora del sermón.

Y fue uno de los buenos, el mejor de Franca, quizás, y eso no era poca cosa, ya que se trataba de una maestra en tales lides. Estoy más que convencida de que ése era el único motivo por el cual había escogido la administración escolar, porque ya me gustaría ver alguna prueba de que realmente le gustaran los niños. El discursito cubrió todos los temas habituales: responsabilidad, comportamiento temerario, egocentrismo… bla, bla, bla. Pronto me descubrí con la cabeza en otra cosa, considerando las posibilidades de huir a través de la ventana de su oficina.

Pero cuando la invectiva cambió de dirección y me tocó a mí… Bueno, entonces tuve que volver a concentrarme.

—  Y usted, señorita Esposito, ha roto el compromiso más sagrado entre los de su especie: la promesa de todo guardián de proteger a su moroi. Es una gran confianza la que se deposita en usted, una confianza que usted ha traicionado de forma egoísta sacando a la princesa de aquí. Los strigoi estarían encantados de terminar con los del Cerro y usted casi se lo sirve en bandeja.

— Lali no me secuestró — terció Mery; sentía una gran inquietud en su fuero interno, pero transmitía aplomo en el semblante y el tono de voz —. Era yo quien quería irse, no la culpe.

La señora Guzmán nos chistó a ambas para hacernos callar y recorrió la oficina de un lado a otro con las manos enlazadas tras su estrecha espalda.

— Señorita del Cerro, según lo que a día de hoy obra en mi conocimiento, seguro que usted pudo ser perfectamente la que orquestara todo el plan, pero era responsabilidad de ella asegurarse de que usted no lo llevara a cabo. Si hubiera cumplido con su deber, habría notificado esto a quien correspondiese. Si hubiera cumplido con su deber, la habría mantenido a salvo.

Yo repliqué de forma instantánea.

— ¡Yo he cumplido con mi deber! — grité, saltando de mi silla. Peter y Emilia dieron un respingo pero no me hicieron nada ya que no intenté golpear a nadie. Al menos todavía —. ¡La he mantenido a salvo! ¡La he protegido incluso cuando ninguno de ustedes hizo nada por ella! — acompañé mi defensa con un gesto que abarcó a todos los ocupantes de la habitación —. Me la llevé para apartarla del peligro, hice lo que debía hacer, algo que ninguno de ustedes hizo, por cierto.

Mery estaba intentando hacerme llegar mensajes de calma a través del lazo que nos unía, urgiéndome a que no dejase que la ira eclipsara lo mejor de mí, pero ya era tarde.    Franca permaneció mirándome fijamente con rostro inexpresivo.

— Señorita Esposito, perdóneme si no soy capaz de seguir la lógica de su argumento al entender que usted pretende que sacarla de un lugar muy bien protegido y defendido con recursos mágicos es lo que entiende por protección. A menos que haya algo más que no nos haya contado.

Me mordí el labio.

— Ya veo. Bien, entonces. Según mi estimación, el único motivo por el cual usted se marchó, además de por el afán de novedad que tanto le atrae, sin duda, fue para evitar las consecuencias de esa horrible y destructiva hazaña que cometió inmediatamente antes de su desaparición.

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