martes, 2 de mayo de 2017

Capítulo 32

Capítulo 32


— Según las fuentes consultadas — dije, leyendo en voz alta —, Ingrid Kyost, que veraneaba sola en las islas Caimán, llamó y dejó un mensaje en contestador de su marido apenas unos minutos antes de sufrir el infarto, de modo que, a pesar de la extraña concatenación de acontecimientos que rodean la muerte de la señora Kyost, la policía asegura que no se abrirá ninguna investigación. — Volví a mirar a Euge —. ¿La extraña concatenación de acontecimientos?
— Sigue — insistió, arrancando un trocito de burrito de pollo.

Le di un mordisco mientras leía y finalmente dejé el artículo en la encimera.

— De acuerdo — dije, tragando —, de modo que, dos días antes de pedir el divorcio, Ingrid Kyost presenta una denuncia ante la policía en la que asegura que su marido ha estado amenazándola. A continuación, vuela a las islas Caimán sin mayor equipaje que el cepillo de dientes, llama y deja un mensaje en el contestador automático de la casa del médico diciendo que siente mucho no haber sido mejor esposa y que ya no quiere divorciarse, y ¿muere cinco minutos después?
— Sí, eso es.
— ¿Sin un historial previo de problemas cardíacos?

Levanté el teléfono y marqué el número de la agente Carson. Eugenia enarcó las cejas con curiosidad mientras arrancaba otro trocito del burrito.

— ¿Qué es lo que está pasando aquí? — pregunté, cuando la agente Carson contestó.
— Un segundo, que voy a otra habitación. — Al cabo de un momento preguntó —: ¿Ya ha encontrado a la señora Kyost?
— ¿Dónde está?
— En la casa de los Kyost. Mi compañero todavía cree que pedirán un rescate.
— ¿Más de una semana después?
— Es nuevo. ¿Qué tiene?
— ¿Su primera mujer había presentado cargos contra él dos días antes de que ella pidiera el divorcio, dos días antes de que volara a las islas Caimán y muriera de un ataque al corazón? ¿En serio?
— Entonces no la ha encontrado.
— ¿Un divorcio con el que él perdería una pequeña fortuna?
— ¿Dónde quiere ir a parar?
— No sé, ¿tal vez a que todo está relacionado?
— Por supuesto que está relacionado, pero intenté demostrarlo. Comprobamos el pasaporte y los vuelos del médico. No fue a las islas Caimán. Dice que se fue de caza para intentar aclarar las ideas.
— Eso no significa que no lo hiciera. Ese hombre está forrado, podría haber pagado a alguien para que hiciera el trabajito. Posee conocimientos más que suficientes sobre las sustancias que pueden provocar un ataque al corazón. Además, ¿no cree que el mensaje del contestador automático no fue ya la guinda del pastel?
— ¿En qué sentido?
— Básicamente en dos. Uno, según el informe policial, estaba histérica. ¿Quién dice que no la obligaron o la amenazaron para que dejara ese mensaje?
— Cierto, pero ¿con qué fin?
— Para alejar las sospechas de sí mismo. Si estaban en plena reconciliación, nadie sospecharía de él. Es más, encima se ganaría la compasión de los demás por la situación en la que se encontraba.
— Es posible. ¿Y el otro? — preguntó.
— ¿Desde cuando un médico utiliza contestador en casa? ¿No tienen servicios de contestador automático para eso? ¿Buzón de voz en el trabajo? Demasiadas casualidades.

Tardó un buen rato en responder​, pero oí pasos, como si estuviera yendo de una habitación a otra.

— Tiene razón. Además, ahora no veo ninguno por aquí. Lo investigaré, trataré de averiguar cuándo compró el contestador y durante cuánto tiempo lo tuvo.
— Me parece bien. ¿Podría conseguirme una copia del mensaje que dejó la mujer?
— Mmmm, no sé que decirle. Teniendo en cuenta que no se abrió ninguna investigación, dudo mucho que nadie conservara una copia, pero miraré a ver si hay suerte.
— Gracias. Ya puestos, ¿le importaría echarle un vistazo a la alarma? Isabella Jefferson, la chica del salón de belleza, dijo que Kyost sabía que su mujer no había vuelto esa noche a casa porque, de lo contrario, hubiera quedado registrado.
— Cierto, de haber estado conectada la alarma. Fue una de la primeras cosas que comprobamos. Kyost dijo que esa noche se olvidó de ponerla.
— Entonces miente más que habla. — Tomé nota mental para​después, con buena letra, no fuera que se me olvidara —. Gracias por la info.
— De nada. No se ofenda, pero ¿no debería de haberla encontrado ya a estas alturas?, es decir, ¿no es ese su fuerte?
— Estoy en ello. No me presione.

Resopló.
— De acuerdo, pero no lo olvide.
— No se preocupe.

Sabía lo que se jugaban quienes se dedicaban a hacer cumplir la ley. Labrarse un nombre abría puertas. Y no solo las del Sizzler.

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