miércoles, 24 de mayo de 2017

Capítulo 13


Cuatro

Esta vez no se nos quedaron mirando todos los presentes en las zonas comunes, gracias a Dios,a excepción de unos cuantos que pasaban por allí y se detuvieron a observar la escena.

— ¿Qué demonios te crees que estás haciendo? — me preguntó la muñequita, con los ojos castaños bien abiertos y chispeando de pura furia.

Ahora que estaba lo suficientemente cerca, pude echarle una buena ojeada. Tenía la misma constitución esbelta de todos los moroi, aunque no su peso habitual, que era en parte lo que le hacía parecer tan joven. Lucía un escaso vestido de color púrpura lo bastante extravagante para hacerme recordar que mi ropa procedía de una tienda de segunda mano, pero una inspección más exhaustiva me llevó a pensar que era un modelo de imitación de algún diseñador.

Crucé los brazos sobre el pecho.

— ¿Te has perdido, chiquitina? La escuela de primaria para nenas chillonas está en el campus occidental.

Un rubor rosado cubrió sus mejillas.

— No vuelvas a tocarme otra vez. Si me aprietas las tuercas yo también te las apretaré a ti.

Vaya, hombre, qué buena oportunidad era ésa. Sólo la negativa de Mery fue capaz de hacerme reprimir la hilera de replicas hirientes​ que tenía en la punta de la lengua. En su lugar, opté por la fuerza bruta, por decirlo de alguna manera.

— Y si tú vuelves a molestarnos a cualquiera de las dos otra vez, te partiré la cara. Si acaso no me crees, vete a preguntarle a Melody Paz lo que le hice a su brazo en noveno grado. Aunque seguramente tú todavía llevarías pañales en esas fechas.

El incidente con Melody no había sido uno de mis momentos estelares. En realidad no esperaba romperme un hueso cuando la empotre contra un árbol. Aún así, aquel asunto me había dado una reputación de chica peligrosa, además de la de listilla. La historia de alcanzado dimensiones legendarias con el tiempo y me complacía pensar que todavía se hablaba de mí de madrugada, alrededor de los fuegos de campamento. Y desde luego, así debía ser teniendo en cuenta la expresión que mostraba el rostro de la chica.

En ese momento, uno de los miembros del personal, que patrullaba la zona, se acercó lanzando miradas suspicaces a nuestra pequeña reunión punto la muñequita se retiró aferrando el brazo de Teo.

— Vámonos — le ordenó.
— Hola, Teo — le dije con voz animada, recordando de pronto que él también estaba allí —. Me alegro de verte otra vez.

Me dedico un seco asentimiento y una sonrisa insegura, mientras la chica se lo llevaba a rastras. El mismo Teo de siempre. Tal vez fuera encantado el ingenioso, pero desde luego, la agresivo, nada.

Me volví hacia Mery.

— ¿Estás bien? — ella asintió —. ¿Tienes alguna pista de a quién acabo de amenazar con zurrarle?
— Ni idea — comencé a llevarla hacia la cola del almuerzo, pero ella sacudió la cabeza en mi dirección —. Vamos a ver a los proveedores.

Me asaltó un extraño sentimiento. Estaba tan acostumbrada se su fuente alimentación primaria que se me hacía raro la idea de volver a la rutina normal de los moroi. De hecho, casi me molestó y no debería haber sido así. La alimentación diaria la parte de la vida de un moroi, algo que yo no había sido capaz de ofrecerle mientras vivíamos por nuestra cuenta. Había sido una situación inconveniente, porque me dejaba a mí muy débil en unos días en que la alimentaba, ya ella los días intermedios. Debería alegrarme que las cosas regresaran a la normalidad.

Forcé una sonrisa.

— Claro.

Anduvimos hacia el área de proveedores como contigo a la cafetería. Se hallaba organizando en pequeños cubículos, de ese modo el espacio disponible quedaba dividido de forma que garantizan una cierta intimidad. Una mujer moro de pelo negro no saludo en la entrada y miró a su anotador, haciendo pasar las páginas. Cuando encontró lo que buscaba, tomó unas cuantas notas y luego le hizo un gesto a Mery para que la siguiera. Me lanzó una mirada desconcertada, pero no me impidió entrar.

Nos llevó a uno de los cubículos donde estaba sentada una regordeta mujer de mediana edad ojeando una revista. Alzó la mirada cuando nos acercamos y no sonrío. Poder ser van en sus ojos la mirada vidriosa y soñadora propia de la mayor parte de los proveedores. Probablemente ya ya casi había cubierto su cuota del día, a juzgar por el subidón que parecía tener.

Su sonrisa se acentuó cuando reconoció a Mery.

— Bienvenida a casa, princesa.

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