lunes, 15 de mayo de 2017

Capítulo 4

Dos


Peter Lan-lo-que-sea era bastante listo, debía admitirlo, por muy odioso que resultara. Después de transportarnos hasta el aeropuerto y embarcarnos en el jet privado de la Academia, nos había echado una ojeada mientras nosotras susurrábamos entre nosotras y ordenó que nos separasen.

— No les dejéis hablar entre ellas — advirtió al guardián encargado de escoltar me hasta la parte trasera del reactor —. Si las​ dejáis cinco minutos juntas, se les ocurrirá un plan de fuga.

Le lancé una mirada envenenada y salí disparada pasillo adelante. La verdad era que habíamos estado planeando precisamente eso.

Pero tal como andaban las cosas, no pintaban nada bien para nuestros héroes — o en este caso más bien heroínas —. Nuestras probabilidades disminuyeron todavía más en cuanto estuvimos en el aire. Aun imaginando que ocurriera un milagro y consiguiéramos deshacernos de los diez guardianes al completo, tendríamos más de un problemilla para salir del avión. Suponía que por alguna parte debía haber paracaídas a bordo, pero en el caso improbable de que fuéramos capaces de activar alguno, aún quedaba ese asunto poco relevante de cómo íbamos a sobrevivir, teniendo en cuenta que aterrizaría​mos en algún lugar de las Montañas Rocosas.

No, no podríamos salir de este jet hasta que nos bajásemos de él en algún lugar al otro lado de los bosques de Montana. Me tocaría pensar en algo entonces, algo que supondría deshacernos de las defensas mágicas de la Academia y diez veces la misma cantidad de guardianes que teníamos aquí. Ah, sí, claro, sin problemas.

Aunque Mery estaba sentada en la parte delantera con el ruso, su miedo llegaba en oleadas hasta mí, golpeando de forma insistente el interior de mi cerebro como si fuera un martillo, pero pude controlar mi furia debido a mi preocupación por ella. No la podían volver a llevar allí; otra vez a ese lugar, no. Me pregunté si Peter hubiera llegado a tener dudas en el caso de que pudiese sentir lo que yo sentía en esos momentos y supiera lo que yo sabía. Probablemente, no. A él le daba igual.

Tal como estaba la cosa, las emociones de mi amiga se intensificaron tanto que durante un momento sentí una cierta sensación de desorientación, como si me encontrara sentada en su asiento e incluso dentro de su propia piel. Me ocurría algunas veces: ella me atraía hasta introducirme en su mente sin aviso de ninguna clase. La alta estructura ósea de Peter estaba sentada allí a mi lado y mi mano — la suya — se aferraba a una botella de agua. Él se había inclinado para coger algo y el gesto reveló los seis diminutos símbolos tatuados en la parte posterior del cuello: las marcas molnija. Tenían el aspecto de dos líneas quebradas, con un trazo similar al de los relámpagos, entrevistadas en forma de equis, y cada una de ellas equivalía a un strigoi al que había matado. Por encima de ellas había una raya retorcida, como una especie de serpiente, que lo señalaban como guardián, la marca de la promesa.

Pestañeé con furia y puse una mueca mientras luchaba contra esa atracción a fin de regresar a mi propia mente. Odiaba esa situación cada vez que se producía. Una cosa era sentir las emociones de Mery, y otra muy distinta deslizarme en su interior; era algo que ambas aborrecíamos. Ella lo consideraba una invasión de su intimidad, de modo que cuando sucedía no solía comentárselo, ya que de todas formas ninguna de las dos era capaz de controlarlo. Ésa era otra de las consecuencias del vínculo existente entre nosotras, un vínculo que ninguna de las dos comprendía del todo. Existían leyendas acerca demás conexiones psíquicas trabadas entre los guardianes y sus moroi, pero esas historias no mencionaban nada parecido a esto, de modo que nos apañábamos con este tema lo mejor que podíamos.

Casi al final del vuelo, Peter se acercó a mí asiento e intercambió el lugar con el guardián situado junto a mí. Yo aparté la mirada hacia otro lado adrede y me quedé mirando por la ventanilla con la mente en blanco.

Pasó un buen rato en silencio. Por fin, él dijo:

— ¿De verdad ibas a atacarnos a todos? — no le contesté —. Hacer eso… protegerla de ese modo… es algo muy valiente — realizó una pausa —. Estúpido, pero valiente, sin duda. ¿Por qué lo intentaste siquiera?

Me aparté el pelo del rostro y volví la vista atrás, de modo que pudiéramos mirarnos directamente a los ojos.

— Porque soy su guardiana.

Tras es réplica, continúe mirando por la ventanilla. Después de otro momento de tranquilidad, se levantó y regresó a la parte delantera del avión.

Mery y yo no tuvimos la mejor oportunidad de intentar algo tras el aterrizaje, y debimos permitir que los comandos nos llevarán a la Academia. Cuando el coche se detuvo ante la verja, el conductor habló con los guardias, que comprobaron que no éramos strigoi de camino en una expedición de matanza, y unos instantes después cruzamos el perímetro defensivo y llegamos hasta el mismo edificio de la Academia. Era el momento del crepúsculo — el comienzo del día vampírico — y el campus estaba envuelto en sombras.

Y ése era el aspecto que tenía este lugar: extenso y gótico.

Los moroi confiaban mucho en la tradición y no les gustaban los cambios. Este centro no era tan antiguo como los de Europa, pero lo habían construido siguiendo el mismo estilo arquitectónico. Los edificios mostraban una construcción elaborada, casi como la de una iglesia, con afilados chapiteles y tallas en piedra. Verjas de hierro forjado cercaban pequeños patios, encuadrados por todos lados por portadas. Ahora, tras haber vivido en un campus universitario, gozaba de una perspectiva más cualificada para apreciar cuánto se parecía este sitio a una universidad, mucho más que a un típico instituto, eso desde luego.

Nos hallábamos en el campus de secundaria, dividido en las zonas de bachillerato y secundaria propiamente dicha. Cada una estaba construida en torno a un gran cuadrilátero abierto decorado con caminitos de piedra y enormes árboles centenarios. Nos condujeron hacia el patio de bachillerato. A un lado se alzaban edificios académicos y en el opuesto, los dormitorios de los dhampir y el gimnasio; la residencia de los moroi ocupaba otro de los costados y enfrente de la misma se erguían los edificios administrativos, de uso común para el bachillerato y la secundaria. Los estudiantes más jóvenes vivían en el campus de primaria, situado algo más lejos en dirección oeste.

Alrededor de los campus se extendían espacios abiertos realmente grandes, ya que, después de todo, estábamos en Montana y a muchos kilómetros de cualquier ciudad digna de tal nombre. Sentí el aire frío deslizarse en mis pulmones, un aire que olía a pino y a hojas caídas y húmedas. Los bosques circundantes crecían alrededor del perímetro del complejo estudiantil, y durante el día podían verse a lo lejos las cumbres de las montañas.

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