lunes, 15 de mayo de 2017

Capítulo 47

Capítulo 47



Encendió el motor y puso rumbo hacia la autopista sin un poli a la vista.

— ¿Quién conduce el otro coche?

Sonrió.

— Un primo de Agustín, que le debe cerca de un millón de pesos. No te preocupes, no les pasará nada. Agustín tiene un plan.
— Mira que os gustan los planes. ¿Cuánto hace que no conduces? — pregunté cayendo en la cuenta de llevaba mucho tiempo en la cárcel.
— ¿Preocupada?

¿Es que no pensaba contestar ni una sola pregunta?

— Eres más evasivo que un fantasma enfadado.

Paramos en un sórdido hotel al sur de la zona de guerra y entramos en recepción cogidos de la mano.en realidad, lo que Peter no quería era dejarme entrar sola porque no confiaba en mí. Empezaba a sentirme acomplejada. O así era como me habría sentido de haberme importado.

— Este lugar infringe todo el reglamento de salud pública — dije —. ¿Quieres quedarte aquí?

Peter se limitó a sonreír y esperó a que pagara a la recepcionista, una mujer de mediana edad con pinta de frecuentar las salas de bingo.

— Genial — contestó.

Pagué, recogimos nuestras cosas y nos dirigimos a la habitación 201.

— ¿Sabes?, ahora puedes ducharte tú, si te apetece. — Peter sonreía con malicia, yendo de un lado a otro mientras comprobaba las tuberías y las instalaciones antes de sentarse en la cama.
— Voy muy limpia, gracias.

Se encogió de hombros.

— Solo era una sugerencia.

Sin previo aviso, levantó el colchón y la somier de muelles y los dejó a un lado, con lo que el armazón de la cama quedó a la vista. Me hizo una seña para que me acercara.

— ¿Qué?
— No voy a arriesgarme a que te escapes cuando menos me lo espere.
— ¿En serio? Mira — dije mientras él me indicaba que me sentara, pusiera las manos detrás de la espalda y me las esposas al maldito armazón —, pongamos que Bartolomé Bedoya Agüero está vivo.
— ¿De verdad te apetece hablar de eso?

Suspiré para expresar mi irritación utilizando la comunicación no verbal y cambié de postura para estar más cómoda.

— Soy detective y podría, ya sabes, buscarlo. Ah, e investigo mucho mejor sin un preso fugado esposándome a cualquier cosa metálica que se le pone al alcance de la mano.

Se detuvo y me miró fijamente.

— Entonces, ¿estás diciendo que haces mejor tu trabajo cuando yo no estoy por medio?
— Sí.

Ya empezaba a sentirme molesta en aquella postura tan incómoda. Se inclinó hacia mí y me susurró al oído:

— Contaba con ello.
— Un momento, ¿vas a dejarme ir?
— Por supuesto. ¿Cómo si no vas a encontrar a Bedoya Agüero?
— Entonces, ¿por qué me has esposado a la cama?

Una sonrisa tersa como el cristal se dibujó en su rostro.

— Porque necesito un poco de ventaja. — Antes de que pudiera replicar, alzó un papel ante mi cara —. Estos son los nombres de los últimos socios conocidos de Barto.

Ladeé la cabeza y leí.

— ¿Solo tenía tres amigos?
— No era muy popular. Créeme, uno de estos hombres sabe donde está.

Se sentó a mi lado, sus ojos verde oliva brillaron en la penumbra y en ese momento fui plenamente consciente de estar en presencia de Peter Lanzani, un hombre por el que llevaba chiflada más de una década, un ser sobrenatural que rezumaba sensualidad del mismo modo que otras personas transmitían inseguridad. Metió el pedacito de papel en uno de mis bolsillos, pero no apartó su mano de mi cadera.

— Peter, quítame las esposas.

Cerró la boca y volvió el rostro hacia otro lado.

— No respondería de mí mismo si lo hiciera.
— No te pido que lo hagas.
— Pero se presentarán aquí de un momento a otro — dijo con cierto pesar.
— ¿Qué? — pregunté totalmente sorprendida —. ¿Quiénes?

Se levantó y rebuscó en la bolsa antes de volverse a arrodillar a mi lado.

— Por lo visto, he aparecido en las noticias de las diez. La recepcionista me ha reconocido y seguramente ha avisado a la policía en cuanto hemos salido por la puerta.

Me quedé boquiabierta.

— ¿Por qué no me lo has dicho?
— Porque esto tiene que parecer verosímil.
— No puedo creer que se me haya pasado por alto. — En ese momento comprendí para qué quería la cinta adhesiva —. ¡Espera! — dije al ver que empezaba a desenrollar la —. ¿Cómo has conseguido enviarme un mensaje desde el número de mi hermana?
— Yo no he sido — contestó con.p una sonrisa burlona, y antes de que pudiera protestar, la cinta adhesiva me cubría parte de la cara.

Peter recogió el petate, me levantó la barbilla con la palma de la mano y me plantó un beso en medio de la cinta. Cuando creyó estar listo — y yo al borde de la asfixia — me miró a los ojos con expresión compungida.

— Esto te va a doler.

¿Qué?, pensé, medio segundo antes de ver las estrellas y que el mundo se fundiera de negro.

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