lunes, 15 de mayo de 2017

Capítulo 46

Capítulo 46


— ¿Peter?

Volvió la cabeza hacia mí, aunque no conseguí distinguir su rostro con claridad.

— Te rindes ante mis amenazas con demasiada facilidad — dijo.

Su voz resonó contra las paredes embaldosadas.

Me recliné hacia atrás.

— ¿Eso significa que no debería?
— No. — Cerró el grifo, abrió la puerta de la mampara y se envolvió una toalla alrededor de la cintura, sin secarse el resto del cuerpo, antes de devolverme su atención —. Entonces no serviría de nada.
— Tú sí que sabes sacarle partido a un buen farol — dije apartando los ojos —. El miedo a tus amenazas suele estar justificado, pero lo recordaré para futuras ocasiones.
— Espero que no.

Sin embargo, al recordar el sujeto de sus bravuconadas, lo miré con el ceño fruncido.

— Aunque no lo dijeras en serio, no deberías haber utilizado a mis padres de esa manera.
— No me quedó otra opción — aseguró, enarcando una ceja.
— Comprendo que no quisieras volver a la cárcel, pero…

Me detuve al ver la expresión de su cara. Casi parecía decepcionado.

— No, Holandesa, no porque no quisiera volver a la cárcel, sino porque no iba a volver a la cárcel bajo ningún concepto.

Lo miré confusa, devanándome los sesos al tratar de comprender el significado de aquellas palabras.

— ¿Sabes qué podría haberles ocurrido a esos agentes si me hubieran encontrado? ¿Si Daky y los niños hubieran tenido que ver… eso? ¿De lo que soy capaz?

Por fin lo entendí.

— Solo estabas protegiéndolos. Estabas protegiendo a los agentes.

De pronto me sentí como la tinta del pueblo. Por supuesto que jamás habrían conseguido llevarlo de vuelta a la cárcel, antes hubiera matado o desgraciado a alguien de por vida. Y allí estaba yo, en el cuarto de la colada, pensando en mí y solo en mí. Incluso mirándolo desde una perspectiva distinta, ¿cómo hubiera afectado a los niños ver a Peter detenido y esposado? No me había hecho daño. Nunca me había hecho daño. En realidad, me había salvado la vida, literalmente, en más de una ocasión, y yo siempre se lo agradecía con dudas y desconfianza.

Aunque no hemos de olvidar que me puso un cuchillo en el cuello.

— Solo quería que no hicieras ruido — dijo acercándose.

El pelo empapado le caía en mechones sobre la frente y el agua le corría por la cara. Me miró como un depredador mira a su presa, sin parpadear, las pestañas eran pequeñas púas mojadas. Alargó un brazo y lo apoyó en la pared, por encima de mi cabeza.

— ¿Serías capaz de hacerle daño a mis padres? — pregunté.

Entornó los párpados y bajó los ojos hasta mis labios.

— Probablemente primero iría a por tu hermana.

¿Por qué me molestaba?

— Eres imbécil.

De haber tenido las manos libres, lo habría apartado de un empujón. Se encogió de hombros.

— Tengo que mantener las apariencias. Algún día averiguarás qué eres capaz de hacer… — se inclinó un poco más — … y entonces, ¿qué será de mí?

Se quitó la toalla y empezó a secarse. Me volví hacia la pared, asiéndome con ambas manos a la barra metálica en medio de sus risitas disimuladas. Se frotó la cabeza y luego se puso los vaqueros holgados y la camiseta que Daky le había llevado.

— ¿Me prestas un dedo? — preguntó.

Me volví. Se sujetaba la camiseta con una mano e intentaba vendarse la cintura con la otra.

— Pensaba que tenías el coeficiente intelectual de un genio.

Levantó la cabeza con brusquedad, como si el buen humor lo hubiera abandonado de pronto.

— ¿Dónde has oído eso?
— Pues… No sé, estaba en tu expediente, creo.

Me dió la espalda, aparentemente enojado.

— El expediente, claro.

Vaya, pues sí que le molestaba el dichoso expediente.

— Quítame las esposas y te echo una mano.
— No hace falta, puedo hacerlo solo.
— Peter, no seas idiota.

Al ver que se dirigía hacia el lavamanos, levanté una pierna y apoyé la bota contra el tocador para impedirle el paso.

Se detuvo y se la quedó mirando. De pronto, lo tuve delante, con una mano enterrada en mi pelo mientras me atraía hacia él con la otra. Sin embargo, no fue más allá. Se limitó a mirarme, a estudiarme.

— ¿Sabes lo peligroso que es eso? — dijo.

Alguien aporreó la puerta en ese momento y casi me di con la cabeza en el techo del susto.

— Tenemos que irnos, pendejo. Todavía vigilan la casa. La cosa ya está lo bastante complicada para que encima vayas arrastrándote medio deshidratado por culpa de haber hecho demasiado ejercicio, no sé si me entiendes.

Como si necesitara de todas sus fuerzas, Peter bajó los brazos y retrocedió un paso, con la mandíbula tensa.

— Un minuto — dijo mientras se agachaba y se ponía los calcetines y las botas que Daky le había proporcionado.

Se levantó e introdujo una llave en la cerradura de las esposas, entrelazando sus dedos con los míos mientras abría el trinquete con la otra mano. Salimos y echamos a andar por el pasillo. Cada latido, cada respiración alimentaba la corriente que creaba un arco voltaico entre nosotros. Agustín comprobó que el patio trasero estuviera despejado antes de hacernos una señal para que avanzáramos y desaparecer a toda prisa por un lado de la casa.

— ¿Tío Peter, te vas?

Peter se volvió. Caridad se asomaba por detrás de la mosquitera de la ventana de su habitación.

— Volveré pronto, corazón — dijo acercándose a ella —. ¿Qué haces que no estás en la cama?
— No puedo dormir. Quiero que te quedes.

Caridad colocó su manita en la mosquitera. Él la imitó y yo le quedé mirando, sin lograr comprender cómo era posible que alguien que segundos antes se comportaba con una fiereza animal pudiera demostrar aquella ternura infinita.

La niña frunció los labios y los apretó contra la malla. Peter se acercó y, al ver que le daba un cariñoso piquito en la nariz, lo primero que me vino a la mente fue que nunca llevaba una Kodak encima cuandola necesitaba. Los malditos momentos Kodak no valían un pimiento si no se tenía una Kodak.

— Cuando estemos casados — dijo Caridad apoyando la frente contra la pantalla —, nos besaremos sin una tela en medio, ¿eh?

Peter se rió.

— Pues claro, y ahora vuelve a la cama antes de que te vea tu madre.
— Vale — dijo Caridad.

Su boquita formó una O perfecta al lanzar un bostezo y desapareció.

— Tío, ¿estabas besuqueándote con mi hija?

Peter se volvió hacia Agustín con una sonrisa.

— Estamos enamorados.
— Vale, pero olvídate de ella hasta que tenga dieciocho años. — Dejó un petate en el suelo —. No, espera, que te conozco, hasta los veintiuno.

Daky apareció de pronto y le tendió otra bolsa a su marido.

— Para el camino — dijo antes de volverse rápidamente hacia Peter y abrazarlo con sumo cuidado. Se besaron en las mejillas para despedirse —. Ten cuidado, guapo.
— Por ti lo que sea.
— Veinticinco — decidió Agustín, al ver que Peter enarcando las cejas varias veces en su dirección.

Agustín, Peter y yo cruzamos el patio trasero a la carretera, saltamos una valla y atravesamos a toda prisa el patio del vecino hasta salir a la calle, donde nos esperaba una vieja camioneta de dos puertas. Hasta el momento, daba la impresión de que yo era la única que se asombraba de la rápida recuperación de Peter, y eso que también era la otra única persona entre los presentes que, si quisiera, podía colocarse la insignia de ser sobrenatural. Agustín no parecía ni remotamente sorprendido.

Depósito las bolsas en el cajón de la camioneta y le lanzó las llaves a Peter.

— Dos minutos — dijo dándole unos golpecitos a la esfera del reloj —. Esta vez no te retrases. — Se acercó a Peter con paso decidido y lo abrazó con fuerza —. Ve con Dios.

Venga, ¿solo yo captaba la ironía?

— Eso espero. Es probable que necesite su ayuda — dijo Peter.

Agustín volvió a consultar la hora.

— Minuto y medio.

Peter sonrió.

— Yo que tú, echaría a correr.

Agustín se fue por donde había venido.

— ¿Qué está pasando? — pregunté.

Peter subió a la camioneta y torció el gesto, aunque trató de disimularlo. No estaba al cien por cien, pero poco le faltaba.

— Una maniobra de distracción — dijo cuando me monté a su lado.

Un minuto después, las sirenas de la policía empezaron a aullar en algún lugar del tranquilo vecindario cuando de pronto dos deportivos aparecieron por una calle lateral, en plena carrera.

— Ahí está nuestra entrada — anunció Peter.

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