miércoles, 3 de mayo de 2017

Capítulo 34

Capítulo 34


Me arrepiento de todas las veces que no quise echarme la siesta de pequeño.
( Camiseta)


Me desnudé y me encogí ligeramente cuando el agua hirviendo fue lamiéndome las piernas y el cuerpo a medida que entraba en la bañera. Me envolvió un calor sofocante al tiempo que el vapor penetraba en mi piel, y mis párpados empezaron a cerrarse despacio casi de inmediato. Mis pensamientos vagaron hacia verdes praderas. Praderas con una cama de dosel en medio de un campo de altas hierbas, con suaves y sedosas almohadas de plumón que pedían a gritos que durmieses en ellas. Y patitos. A saber por qué, pero había patitos. Me froté los ojos, obligándome a regresar al presente, y me retiré un mechón mojado detrás de la oreja. Después de todo, tal vez no había sido tan buena idea. Si tenía intención de pasarme otra noche en vela, lo último que me convenía era un baño caliente y relajante.

Me enjaboné rápidamente y me sumergí por completo para aclararme. Antes de volver a incorporarme, me quedé mirando el centelleo de la luz por debajo del agua. A regañadientes, quité el tapón con el dedo del pie para vaciar la bañera y me levanté par alcanzar una toalla, con la que me envolví la cabeza y me escurrí el pelo.

El desagüe borbotaba formando remolinos de agua a mis pies, contra los que sentí algo sólido. Bajé la toalla lentamente. Un calor delatador subió por mis piernas, enroscándose a su alrededor como una voluta de humo, y Peter se materializó delante de mí. El agua resbalaba por sus hombros relucientes. Cerró una mano sobre mi cuello y me hizo retroceder hasta la fría pared embaldosado, en drástico contraste con el fuego abrasador que desprendía su cuerpo. Me lanzó una mirada dura y despiadada.

Sin embargo antes de que pudiera reaccionar, ese deseo tan familiar hizo presa en mí. Me armé de valor, opuse resistencia, pero era como hacer frente a un tsunami con un tenedor. Se acercó un poco más sin apartar sus ojos de los míos, unos ojos verdes de mirada entornada e inquisitiva.

Sentí que me apartaba las piernas con la rodilla.

— ¿Qué haces? — pregunté, ahogando un grito cuando el calor penetró hasta lo más profundo de mi ser.

Me arrancó la toalla de las manos sin mediar palabra y la arrojó a un lado.

— Peter, espera. No quieres estar aquí. — Planté las manos en su duro pecho —. No quieres hacer esto.

Se inclinó hacia mí hasta que nuestros labios casi se tocaron.

— No más de lo que tú lo quieres — contestó, desafiándome a rebatir sus palabras, que acariciaron mis labios como el terciopelo.

Olía a tormenta eléctrica, a tierra y a aire puro. Alzó una mano para levantarme la barbilla mientras la otra se deslizaba entre mis piernas. El estómago​me dio un vuelco al sentir sus dedos, tan sensible ante el mínimo contacto que casi me corrí allí mismo.

En ese momento llamaron a la puerta y volví la cabeza, con el ceño fruncido.

— Todavía no — advirtió Peter mientras sus dedos seguían indagando en mi interior, recuperando mi atención.

Gemí y le así la muñeca para apartarlo. Sin embargo, lo atrajera todavía más, me aferré a él, ansiando el orgasmo.

Arrimó su cuerpo fornido al mío y bajó la cabeza hasta que sus labios rozaron mi oreja.

— Quédate conmigo — susurró con voz profunda.

Me soltó la barbilla, me tomó una mano y la deslizó por su sólido abdomen.

La persona que llamaba a la puerta insistió y sentí que me arrancaban de él.

— Holandesa — gimió cuando mi mano rodeó su erección, pero el agua empezó a subir a nuestro alrededor, como si nos encontráramos en medio de una riada, hasta que sentí que me ahogaba.

Me incorporé sobresaltada, salpicando agua por todas partes y vertiendo parte de ella por el borde de la bañera, cuando recordé dónde estaba.

— ¿Vale? — oí que decía una voz. Rufina.
— ¿Qué, cariño? — dije intentando secarme la cara —. No te he oído.
— Me voy a casa. Mi móvil casi no tiene batería y tengo que llamar a Jazmín. Su novio ha roto con ella y por lo visto está a punto de acabarse el mundo.

Intenté respirar despacio.

— Vale, cariño. Nos vemos mañana — contesté casi sin aliento.
— Vale.

Intenté tranquilizarme, controlarme, abrir los puños y soltar la toalla empapada que en algún momento había metido en la bañera. Cuando conseguí calmarme, recogí las piernas y descansé la barbilla en las rodillas, esperando que acabara de pasé la tormenta que se había desencadenado en mi interior.

Aquello era cada vez más absurdo. Si lo había encadenado, ¿cómo era posible que siguiera apareciéndose en mis sueños? ¿Qué narices estaba ocurriendo? Y no digamos ya el hecho de que me hubiera quedado dormida en la bañera. Podría haberme ahogado.

Maldito hijo de Satán.

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