jueves, 18 de mayo de 2017

Capítulo 48

Capítulo 48


La policía nunca lo encuentra tan gracioso como tú.
(Camiseta)

Minutos después de haber sido noqueada por el hombre con mayores votos para ser elegida la Persona con Más Posibilidades de Acabar Asesinada por una Chica Blanca Cabreada, el mundo regresó con la furia desatada de un tornado. Un equipo de las fuerzas especiales de la policía echó la puerta abajo con el rifle apoyado en el hombro y comprobó que la habitación estuviera despejada. Uno de ellos se arrodilló a mi lado y lancé un quejido, en parte para que fuera más verosímil y en parte porque fue lo único que me salió.

¡Peter me había pegado! ¡Me había pegado de verdad! No importaba que pegarme a mi no fuera como pegarle a otra chica, ni que me recuperará en cuestión​de horas. Seguía siendo una maldita chica y él era muy consciente de ello, joder. Tendría que devolvérsela, con una tubería de plomo, o un trailer de dieciocho ruedas.

— ¿Está usted bien? — preguntó el tipo de las fuerzas especiales, examinando mi ojo.

Maldita sea, me encantaba cuando los hombres de uniforme me miraban a los ojos, o al culo, tanto daba. Asentí mientras él iba retirando la cinta adhesiva con sumo cuidado. La pegó a un trozo de plástico y la metió en una bolsa de pruebas que estaba cerrando cuando un inspector y dos agentes entraron en la habitación para hablar con el oficial al mando. El hombre abrió las esposas, y uno de los agentes le echó una mano para devolver el somier y el colchón a su sitio y ayudarme a sentarme en la cama.

— ¿Quiere un poco de agua?
— No, estoy bien, gracias.
— Creo que deberíamos detenerla.

Sobresaltada, miré al agente. Era Jerónimo Vaughan. Sí, ese Jerónimo Vaughan, el tipo que había intentado matarme o dejarme paralítica en el instituto con el monovolumen de su padre. Pues menuda mierda, porque el tío me odiaba hasta la médula y todo lo que la rodeaba, incluso esa cavidad que alojaba la médula. ¿Cómo se llamaba esa cosa?

— Creo que no será necesario, agente — dijo el inspector —. Un momento. — Se acercó un poco más —. Usted es la sobrina de Vázquez.
— Sí, señor, la misma — contesté, tocándome el ojo con un dedo. Me dolió. El dedo no, el ojo.

El hombre lanzó un largo suspiro y miró a Vaughan.

— De acuerdo, deténgala — se decidió al fin.
— ¿Qué?

Una sonrisita de satisfacción se dibujó en el rostro de Jerónimo y otra maliciosa en el del inspector.

— Es broma — dijo.

Jerónimo frunció el ceño, decepcionado, y salió ofendido de la habitación mientras su colega se sentaba a mi lado.

— ¿Qué ha ocurrido? — preguntó.
— Me secuestraron con mi propio coche. — Era obvio que el plan consistía en que se lo contara a la policía, sino Peter no me habría pegado. Al menos eso esperaba —. Y me esposaron a este armazón con las esposas.
— Ya veo. — El inspector sacó su libreta y empezó a tomar notas cuando un alguacil entró por la puerta —. ¿Se ha llevado su coche?

Lancé un suspiro mental, comprendiendo que íbamos a tener para rato.

Yyyyyyyyyy así fue.

Dos horas después, subí al asiento trasero del coche patrulla de Jerónimo a la espera de que el tío Nicky viniera a buscarme. Había sido examinada por un técnico sanitario y acosada por el sinvergüenza de un oficial que se hacía llamar Bud. Después de aquello, decidí que había llegado el momento de salir cagando leches, así que pedí refuerzos en forma de mi tío preferido para convencer a las fuerzas del orden de Buenos Aires de que me dejaran ir. El ojo morado ayudó. La madre del cordero, Peter pegaba fuerte, y sospechaba que ni siquiera le había puesto ganas. Gracias a Dios, por otro lado.

Miré a Jerónimo por el retrovisor. Estaba en el asiento del conductor, cosa lógica por otra parte teniendo en cuenta que se trataba de su coche.

— ¿Vas a contarme de una vez qué es lo que te hice? — pregunté, rezando para que no le diera por meterme una bala por el culo por preguntar.
— ¿Vas a morirte de una vez en medio de gritos agónicos?

Lo que vendría siendo un tajante y rotundo «pues va ser que no». Joder, sí que me odiaba, y encima nunca sabría por qué. Decidí intentar que me viera como a una persona para que se sintiera menos inclinado a matarme en el caso de que se le presentara la oportunidad. Había leído en alguna parte que sí, por poner un ejemplo, un secuestrador oía varias veces el nombre​ de su víctima, este acababa creando un vínculo emocional con la persona que había tomado como rehén.

— Lali Esposito es buena gente. Estoy segura de que si le cuentas a Lali lo que hizo, estará más que dispuesta a solucionarlo.

Se quedó callado, muy tenso, y luego se volvió hacia mí, despacio, como​ si lo hubiera ofendido.

— Si vuelves a hablar de ti en tercera persona, te mato aquí mismo.

Vale, estaba claro que le preocupaban mucho las formas narrativas. Dudaba que fuera legal que un agente de la policía amenazara a un civil de aquella manera, pero teniendo en cuenta que él llevaba pistola y yo no, decidí que lo mejor sería no preguntárselo.

Descubrí dos cosas sobre Jerónimo Vaughan mientras esperábamos a Nicky allí sentados: primero, poseía la asombrosa capacidad para mirar fijamente a una persona a través del espejo retrovisor sin pestañear durante… pongamos que unos cinco minutos. Ojalá hubiera podido ofrecerle un poco de colirio para los ojos. Y segundo: tenía una especie de deformación nasal le hacia lanzar un pequeño silbido cuando respiraba.

Poco después de mi desquiciante visita al infierno — también conocido como el coche patrulla de Jerónimo Vaughan —, un hombre bastante huraño llamado tío Nico me llevó a casa.

— ¿Así que Lanzani te secuestró? — dijo Nicky mientras aparcaba, completamente ajenos a los pelos que llevaba.
— Sí, me secuestró.
— ¿Y qué hacías en ese veinticuatro horas en medio de la nada en plena noche en mitad de una amenaza de riadas?
— Recibí un mensaje de… ¡Ay! ¡Candela! — Rescaté el móvil del fondo del bolso, que Peter había tenido el detalle de dejar en la mesita que había junto a la cama, y la llamé.

Seguía apagado. Probé en el de casa.

— Candela Esposito — contestó con voz tan somnolienta como me sentía yo.
— ¿Dónde estás? — pregunté.
— ¿Quién es?
— Elvis.
— ¿Qué hora es?
— La hora de la verdad.
— Lali.
— ¿Me has enviado un mensaje? ¿Se te ha estropeado el coche?
— No y no. ¿Por qué me haces esto?

Qué graciosa.

— Mira el móvil.

Oí un suspiro adormecido y profundo, un susurro de sábanas y por fin:

— No se enciende.
— ¿Nada?
— No. ¿Qué le has hecho?
— Me lo zampé en el desayuno. Mira la batería.
— ¿Dónde está?
— Pues… ¿debajo de la tapa de la batería?
— ¿Estás gastándome una de esas bromas pesadas?

La oí toqueteando el teléfono.

— Cande, si quisiera gastarte una broma pesada, no me limitaría a apagarte el móvil. Te embadurnaría el pelo de miel mientras duermes. O, bueno, algo por el estilo.
— ¿Fuiste tú? — preguntó, atónita.

Se había tragado por completo la vieja técnica de dejar la ventana abierta para desviar las sospechas de la víctima hacia otra persona que no fuera el verdadero agresor. Llevaba años creyendo que había sido Jenny Martínez. Iba a contarle la verdad, pero cambié de idea cuando vi qué le hizo a Jenny Martínez en represalia. Las pestañas de la pobre nunca volvieron a ser las mismas.

— Espera, la batería no está — dijo —. ¿Me la has quitado?
— Sí. ¿Has salido esta tarde?
— No — contestó tras un nuevo y hondo suspiro —. Sí. Salí a comprar algo de beber con un compañero.
— ¿Te tropezaste con alguien? ¿Se le cayó algo delante de…?
— ¡Sí! Oh, por todos los cielos, me tropecé con un hombre, se disculpó y luego, unos cinco minutos después, se presentó con una botella de vino para resarcirme por el encontronazo. No fue nada, es decir, apenas me tocó.
— Te robó el teléfono, me envió un mensaje, quitó la batería y luego te lo devolvió, junto con la botella de vino.

Viendo en qué círculo de amistades se movía Peter, no me sorprendía que un carterista se contara entre ellas.

— Me siento ultrajada.
— ¿Por el móvil o por la miel?
— Ya sabes que la venganza nunca es buena consejera. Eh, no volviste a llamarme después de verte con Peter. ¿Cómo fue?
— Oh, fue super bien. — Miré al tío Nico, quien seguía esperando que le diera el parte —. Bueno, eso explica todo — dije, cerrando el teléfono sin más.
— Lali, ya te lo he dicho antes, pero pienso repetirlo: ese hombre está acusado de asesinato. Si hubieras visto lo que le hizo a su padre…

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