martes, 9 de mayo de 2017

Capítulo 36

Capítulo 36


Eugenia tenía razón. Siempre estaban a punto de matarme en los sitios más insospechados.
Me abalancé sobre la puerta de mi lado, pero unos dedos largos, que podrían confundirse sin dificultad con unas tenazas, se cerraron sobre mi brazo. El hecho de que conociera la tasa de supervivencia de las mujeres secuestradas me animó a actuar. Me revolví con unos cuantos puñetazos estratégicamente dirigidos mientras buscaba a tientas la manija de la puerta. Cuando me atrajo hacia él con brusquedad, alcé los pies por encima del salpicadero y lo pateé. Sin embargo, el tipo me inmovilizó las piernas con un brazo de hierro y tiró de mí hasta colocarse encima.
Una manaza amortiguó mis chillidos mientras él descansaba todo su peso sobre mí, con lo que me incustró el salpicadero en la espalda, aunque no por eso dejé de lanzar patadas y revolverme, intentando poner en práctica lo que había aprendido en las dos semanas que aguanté yendo a clases de jiu-jitsu. No tenía ni la más mínima intención de ponérselo fácil.
— Estate quieta y te suelto — dijo, con un gruñido.
Ah, vaya, ahora el señor quería negociar. Retomé las patadas y los arañazos con energías renovadas. El instinto de supervivencia se había hecho con el mando de la situación y ya no era yo quien controlaba mis acciones. El tipo me obligó a echar la cabeza hacia atrás, se inclinó sobre mí y la escalofriante sensación de un objeto frío y afilado contra mi cuello me paralizó al instante. Entré en razón a velocidad vertiginosa, la misma con que comprendí cuán delicada y crítica era mi situación.
— Si no te estás quieta — añadió, con voz ronca —, te corto el cuello ahora mismo.
Durante un minuto interminable solo oí mi propia respiración entrecortada.bel torrente de adrenalina que corría por mis venas impedía detener lo temblores que me estremecían de pies a cabeza. El hombre estaba empapado, y frías gotas de agua caían sobre mi cara.
Justo entonces percibí una sensación remota y familiar. El calor. A pesar de lo frío que estaba y de lo mojados que llevaba el pelo y la ropa, su cuerpo desprendía un calor intenso que me dejó completamente atónita.
Apoyó su frente contra la mía, como si intentara recuperar el aliento. Luego, me apartó la mano de la boca y la deslizó hacia la nuca para ayudarme a que me incorporara. Continuaba con las piernas sobre el salpicadero cuando me sentó, asiéndome por las caderas — una hazaña sorprendente, dado el espacio reducido —, y volvió a colocar el arma contra mi cuello.
Su imponente silueta se cernía sobre mí y en ese momento atisbé el uniforme de la cárcel por debajo de un mono de trabajo, mugriento y medio raído.
— No voy a hacerte daño, Holandesa.
Al oír mi nombre, el nombre que él me había puesto, sentí que una descarga eléctrica recorría todo mi ser.
Seguía con los ojos clavados en él cuando un relámpago iluminó el estrecho cubículo y me encontré ante la intensa mirada de Peter Lanzani. Me quedé sin palabras. Había escapado de la cárcel, de una de máxima seguridad. ¿Qué podía haber más surrealista que aquello?
Peter temblaba de frío, lo que contestaba una de las preguntas que me había hecho unos minutos antes . Aunque en sus ojos se adivinaba la desesperación, sus acciones inspiraban algo muy distinto. Parecía tenerlo todo bajo control, por lo que era evidente que mantenía la cabeza fría. Una firme determinación dictaba todos sus movimientos​. No dudé ni por un instante que cumpliría su amenaza de matarme si se veía obligado a ello. Además, en cualquier caso, ya estaba muy cabreado conmigo.

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