jueves, 11 de mayo de 2017

Capítulo 44

Capítulo 44


Imaginé a mi padre, su cálida sonrisa. A pesar de que intentaba obligarme a dejar el negocio, haría lo que fuera por él, incluso convertirme en cómplice de alguien. Miré a Peter con odio reconcentrado mientras luchaba contra las ardientes lágrimas que me abrasaban los ojos. Nuestra  relación había alcanzado un nuevo mínimo lleno de desprecio y desconfianza. ¿Cómo era posible que hubiera llegado a sentir lástima por él?

Me lo quedé mirando, negándome a contestar, dejando que la rabia que se agitaba en mi interior echara raíces, decidiera mis acciones, endureciera mi corazón. Había sido una idiota. Se había acabado. Nunca más.

— Nos entendemos, ¿verdad? — preguntó.

No había movido ni un solo músculo. Se limitaba a esperar, mirándome como si estuviera dándome tiempo para que interiorizada la amenaza velada y sopesara las consecuencias de las medidas que pudiera emprender en su contra.

Le sostuve la mirada.

— Eres un gilipollas.

Su sonrisa no fue nada amistosa.

— Entonces nos entendemos.

La puerta se abrió y me hice a un lado sin apartar los ojos. Si quería guerra, tendría guerra.

Nos​hicieron pasar a una cocina espaciosa, equipada con electrodomésticos de anuncio y el horno eléctrico más alucinante que hubiera visto en mi vida, mientras Daky acostaba a los niños. Por lo visto, habían esperado levantados para ver a su tío Peter. Pobrecitos. No tenían ni idea de lo disfuncionales que eran sus familiares, incluso los postizos.

Agustín bajó las persianas y empezó a desnudar a Peter mientras Daky se apresuraba a traer todo lo que tenían en el botiquín. No pude evitar que se me fueran los ojos cuando se deshizo del mono y detrás fue el uniforme de la cárcel. No llevaba absolutamente nada debajo e intenté mirar hacia otro lado, pero incluso herido parecía un dios griego, con aquella piel que se amoldaba a la perfección a las colinas y valles que formaban sus músculos. Daky le envolvió una toalla alrededor de la cintura mientras que Agustín inspeccionaba la herida.

— Necesito una ducha — dijo Peter tragándose tres calmantes que Agustín le había dado.

Agustín sacudió la cabeza.

— No sé, man. Si se infecta…
— Se curará antes de que le dé tiempo a infectarse. Pásame ese bote de agua oxigenada — dijo señalando la mesa — y me pondré bien.

Mientras hablaba, lo rodeé para ver mejor, y por poco que no me desmayo de la impresión. Era como si le hubieran triturado el costado izquierdo, recorrido por incisiones profundas que dejaban músculos y huesos expuestos a la vista. Era imposible que aquellas heridas no estuvieran acompañadas de un mínimo de dos costillas rotas, seguramente más. Unos oscuros moretones empezaban a extenderse por el abdomen y el pecho.

— Por Dios bendito — musité alargando una mano en busca de una silla.
— ¡Lali! — Alarmada, Daky se acercó corriendo para ayudarme a tomar asiento —. ¿Estás bien?
— Sí — aseguré abanicándome —. No. — Volví a ponerme en pie y me enfrenté a Peter con furia renovada —. ¿Por qué haces esto? ¿Por qué pones tu vida en peligro?
— Holandesa —dijo en tono de advertencia.
— No, esto es una locura. ¿Para qué? No va a llevarte a ninguna parte.
— Gracias por el voto de confianza.
— Ya sabes a lo que me refiero. — Me acerqué, obligándome a no apartar los ojos de su cara —. Te encontrarán. Siempre acaban encontrándote.
— Holandesa — repitió alargando la mano y tomándome la barbilla —, tengo un plan. — Miró a Agustín de reojo, sin darme oportunidad a replicar —. A propósito, también necesitaré cinta adhesiva y unas esposas.

Agustín sonrió burlón. Daky suspiró, con una expresión beatífica que relajó su semblante.

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