jueves, 11 de mayo de 2017

Capítulo 45

Capítulo 45


¿Qué haría McGyver?
(Camiseta)

— ¿De verdad esto es necesario? — pregunté agitando las esposas.

La animosidad que sentía hacia PET por haber amenazado a mi padre había menguado ligerísimamente a la luz de una constante que se repetía en mi vida. Lanzani ya me había amenazado antes, y en más de una ocasión. Igual que un animal acorralado, arremetía contra quien fuera hasta conseguir lo que quería, aunque jamás me había hecho daño. En realidad, ni a mí ni a nadie que me importara.

Había agentes de policía en la habitación de al lado y él no quería volver a la cárcel, de modo que había hecho lo de siempre: lanzarse a la yugular, sabiendo cómo reaccionaría, consciente de que yo haría lo que fuera por mi padre. A pesar de ser capaz de racionalizar la situación, me costaba obviar el hecho de que un asesino fugado se supiera de memoria las señas de mis padres.

— Elige: o esto o te ato y te encierro en el sótano — dijo Peter señalando las esposas con un gesto de cabeza —. Lo que tú prefieras.

En su rostro se dibujó la sonrisa más malévola que hubiera visto jamás. Maldito fuera su maldito padre.

Daky trajo más toallas y ropa limpia para Peter y las dejó sobre la tapa del váter. Lógico, teniendo en cuenta que estábamos en un puto cuarto de baño y que yo estaba esposada al toallero. ¡Esposada! Aquello ya pasaba de castaño oscuro.

La mujer de Agustín ahogó una risita, enarcó las cejas en un gesto que podría calificarse de todo menos sutil y cerró la puerta detrás de ella. Aquello era una conspiración.

Aunque todavía no había abierto el grifo, Peter se quitó la toalla y entró en la ducha. Ya no sangraba. De espaldas a mí — una precaución inútil que no impidió que me temblaran las piernas — se vertió agua oxigenada en la herida abierta. Oí el burbujeo del desinfectante y el siseo de Peter, pero no conseguí despegar los ojos de aquel bello escorzo. Unos hombros perfectos cubiertos de tatuajes de líneas suaves y ángulos precisos se estrechaban hasta desembocar en una fina cintura y, probablemente, en el mejor trasero que hubiera visto nunca. Y luego aquellas piernas, fornidas, hechas para la guerra. Recorrí sus brazos con la mirada, puro acero trenzado y…

— ¿Ya has terminado?

Di un respingo y levanté la cabeza. Las esposas repicaron contra la barra metálica.

— ¿Qué? Estaba examinando la herida.

Sonrió.

— ¿Con tu visión de rayos X?

Cierto, era imposible que pudiera verla desde aquel ángulo, pero tenía todo el costado izquierdo de la espalda amoratado y los cardenales llegaban hasta la columna vertebral. Más que suficiente para mi.

— Tienes suerte de seguir vivo.
— Sí. — Se volvió hacia mí y, con la voluntad de un alcohólico en rehabilitación resistiéndose a su necesidad de beber, me obligué a mirarlo a la cara y solo a la cara —. Últimamente me lo dicen mucho.

Asomó medio cuerpo para dejar el bote de agua oxigenada en el tocador y me rozó sin querer. El calor que desprendía me acarició las mejillas y la boca. Luego volvió al interior de la ducha y abrió el grifo.

— ¿Sabes? Tal vez deberías ponerte más agua oxigenada después de ducharte.
— ¿Te preocupas por mí? — preguntó justo antes de cerrar la puerta de la mampara.
— No especialmente.

Observarlo a través del cristal que dibujaba ondas era como estudiar un cuadro abstracto y saber que el modelo que el artista había utilizado para su obra de arte era perfecto. Aparté la mirada. Había amenazado a mis padres. No debía olvidarlo. Aunque era bastante difícil seguir enfadada con un hombre herido y desnudo.

Alguien llamó a la puerta con delicadeza y acto seguido Daky asomó la cabeza.

— ¿Se puede? — preguntó.
— Adelante. El doctor Richard Kimble está en la ducha.

Entró sin perder tiempo y dejó unas botas en el suelo.

— Estás arriesgando mucho por él — dije en voz baja.

Daky me dirigió una sonrisa compasiva.

— Él me lo ha dado todo, Lali — contestó casi suplicándome que la entendiera —. De no ser por él, no tendría nada. Sin contar con que ahora sería camarera o cajera y que tendría que apañármelas como pudiera para salir adelante, me dio a Agustín. Si no fuera por Peter, mi marido no estaría vivo. No arriesgo nada que no me haya dado él. ¿Quién mejor que él por quien jugárselo todo?

Sonrió y cerró la puerta tras de sí al salir del cuarto de baño.
El olor a bosque del champú impregnaba el aire y cambié de postura, me así l toallero con la otra mano, examiné con atención la selección de jabones de la jabonera, lancé un enérgico suspiro de contrariedad y por fin dejé que mis ojos se pasearan hasta el lugar donde realmente querían detenerse, como si Peter estuviera hecho de gravedad. Las pompas de jabón que resbalaban por la puerta de cristal la volvían medio transparente. Acerqué el cuerpo un poco más. Peter no se movía. Estaba de pie,con un brazo apoyado en la pared y cogiéndose el costado con el otro. Me recordó nuestro último encuentro, cosa que lo hizo parecer casi vulnerable.

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