martes, 9 de mayo de 2017

Capítulo 39

Capítulo 39


— ¿Qué ha pasado?
— Tú.
— ¿Yo? — pregunté sorprendida.

Bajó el arma y se acomodó un poco mejor en el asiento del acompañante.

— Te dormiste.

Vaya, maldita sea, era cierto.

— Pero ¿qué tiene eso que ver con…?
— Parece ser que cada vez que te duermes, me arrastras contigo.
— Entonces, ¿yo tengo la culpa? ¿Es cosa mía?

Se volvió hacia mí con una mirada cargada de dolor.

— Estoy encadenado. Ya no puedo visitarte si no me invocas antes.
— Pero, no lo hago a propósito. — De pronto, me sentí abochornada —. Espera, ¿qué tiene eso que ver con que estés herido?
— Cuando me invocas, ocurre lo de siempre. Es como si tuviera un ataque.
— Ah.
— Un consejo: nunca entres en coma mientras intentas evitar la compactadora de un camión de basura.
— Ah. ¡Ah! Ay, Dios mío. Lo… Un momento, ¿por qué estoy pidiéndote disculpas? Te has fugado. Y de una prisión de máxima seguridad. ¿En un camión de la basura?
— Ya te lo he dicho. Era la única forma de salir de allí. — Recostó la cabeza hacia atrás y cerró los ojos. El dolor que lo atravesaba diezmaba sus fuerzas a pasos agigantados —. Vámonos de aquí.
— ¿Por qué no te llevas el Jeep y ya está? — pregunté tras un largo silencio.

Una sonrisa malévola se dibujó en su rostro.

— Es lo que estoy haciendo.
— Sin mí.
— ¿Para que puedas ir corriendo a avisar al de la tienda? Creo que no.
— No se lo diré a nadie, Peter. Te lo prometo. A nadie en absoluto.

Abrió los ojos y me miró, suspirando. Era tan hermoso. Tan vulnerable.

— ¿Sabes qué habría hecho si ese hombre hubiera llegado a adivinar lo que ocurría?

Bajé la cabeza y no contesté. Puede que no fuera tan vulnerable.

— No quiero hacerle daño a nadie.
— Pero lo harás si te ves obligado a ello.
— Exacto.

Puse el coche en marcha y me incorporé a la carretera.

— ¿A dónde vamos?
— A Buenos Aires.

Aquello me sorprendió. ¿Y México? ¿O Islandia?

— ¿Qué hay en Buenos Aires?

Volvió a cerrar los ojos.

— La salvación.

No hay comentarios:

Publicar un comentario