Peter se quedó inmóvil y el agudo silbido de su hoja
se desvaneció al instante. Aunque no podía verle la cara, supe que me estudiaba
con detenimiento desde el interior de la capucha.
Ni se te ocurra, Peter Lanzani.
________________________________________________________________________________
Se inclinó hacia nosotros y soltó un gruñido, pero
me mantuve en mis trece. Mientras lanzaba patadas y mis pulmones se quedaban
sin aire, pensé: Si lo haces, te daré una buena patada en el culo.
La masa oscura se retiró, sorprendida al parecer por
el hecho de que me hubiera atrevido a amenazarla. Sin embargo, no tenía tiempo
para preocuparme por eso. Ni para pensar en cómo podría llevar a cabo semejante
amenaza.
Arañarle las manos a Pi no estaba sirviendo de nada.
Había llegado el momento de apelar a mi ninja interior. El primer movimiento de
lo que esperaba fuera una serie de muchos, sería darle una patada a mi agresor
en la entrepierna. Las patadas bien dadas eran capaces de derribar hasta al más
duro de los oponentes. ¿Y con tacones? Mucho mejor.
Mientras mi mente se preparaba para la patada y
calculaba el siguiente movimiento, noté un dolor agudo en el cuello que bajó
por mi espada, vi un estallido incandescente y escuché un estruendoso crujido que
resonó en las paredes. Me convertí en gelatina en un abrir y cerrar de ojos.
Segundos antes de perder la conciencia, me di cuenta de que Pi me había roto el
cuello. Menudo capullo.
Casi esperaba escuchar el clamor de las trompetas, o
el canto de los ángeles, o incluso el sonido de la voz de mi madre, dándome la
bienvenida al Más Allá. En general había sido una buena persona. Teniendo en
cuenta todas las circunstancias. Seguro que mi alma ascendía a las alturas.
En lugar de eso, escuché el goteo del agua, tan
lento y constante como el latido de un corazón que apenas tenía fuerzas para
seguir adelante. Olí el polvo que había bajo mi cara, el cemento y los
productos químicos. Y saboreé la sangre.
Tardé unos segundos en comprender que Peter estaba
cerca. Podía sentirlo. Sentía su fuerza. Su furia demoledora.
Parpadeé unas cuantas veces y eché un vistazo a mi
alrededor sin moverme, por si acaso Bart Pi andaba por allí. No quería que se
diera cuenta de que estaba consciente e intentara finalizar lo que había empezado.
Estábamos en un pequeño almacén. Las paredes de cemento estaban cubiertas de
estanterías llenas de utensilios y productos de limpieza. Peter estaba
encaramado a una de ellas, balanceándose sobre los talones como un ave de
presa. Se negaba a contemplar la puerta abierta, y también a mí.
Sí, estaba furioso. Aunque todavía estaba envuelto
en la oscuridad de su capa, se había retirado la capucha, de modo que su rostro
y su cabello quedaban a la
vista. La capa permanecía inmóvil, al igual que su
hoja. Sostenía la empuñadura de aquella arma letal con una de sus fuertes manos
y mantenía la punta apoyada en el suelo de cemento. La hoja era recta, como la
de otras espadas, pero mucho más larga; sin embargo, ambos filos eran curvos,
con terribles dientes de metal. La espada me recordaba a dos cosas: a un
aparato de tortura medieval y a sus tatuajes.
—Estoy viva —dije con voz ronca al darme cuenta de
que Pi no estaba con nosotros.
—Por los pelos —replicó él, que aún se negaba a
mirarme.
Pero ¿cómo era posible? Levanté una mano y me froté
la garganta.
—Me rompió el cuello.
—Intentó romperte el cuello.
—Pues a mí me dio la impresión de que había tenido
mucho éxito.
Por fin, Peter se volvió hacia mí. La fuerza de su
mirada me dejó sin aliento.
—No eres como los demás seres humanos, Holandesa. La
cosa no es tan sencilla.
Y tú no te pareces a nadie que haya conocido, pensé.
Nuestros ojos se enfrentaron durante un largo momento mientras intentaba en
vano llenar mis pulmones de aire. En aquel instante nos interrumpió una voz
masculina.
—¿Quién anda ahí?
Después de muchos esfuerzos, conseguí incorporarme
un poco. Cuando me volví, vi a un hombre atado con los ojos vendados que estaba
en un rincón de la estancia. Tenía una barba canosa y abundante cabello oscuro.
También llevaba el alzacuellos de los sacerdotes católicos.
—¿Padre Federico? —pregunté.
El hombre se puso rígido antes de asentir con la
cabeza. ¡Bingo!
Estaba vivo. Y yo también. Aquel día mejoraba por
momentos. Hasta que sentí una pistola contra la sien.
Antes de poder volverme hacia Pi, escuché el silbido
de una hoja que atravesaba el aire. El arma cayó al suelo y Pi se dobló en dos
con un grito de dolor.
Joder. Mi padre iba a matarme.
Me arrastré para ponerme fuera del alcance de Pi,
regresé a por el arma y luego me arrastré de nuevo fuera de su alcance. Sin
embargo, el tipo se retorcía de dolor, se aferraba la muñeca y se mecía sobre
las rodillas. La mayoría de los hombres con la médula espinal seccionada no
podían mecerse sobre las rodillas. Alcé la vista, pero Peter se convirtió en
una masa oscura de humo y desapareció antes de que pudiera abrir la boca. Y
habría jurado que estaba sonriendo.
—¿Qué...? ¿Qué me ha hecho?
Buena pregunta. ¿Qué le había hecho Peter? Como de
costumbre, no había ni una gota de sangre.
Sussman apareció de repente, comprobó cómo se
encontraba Pi, me hizo un gesto de aprobación y volvió a desvanecerse.
—No puedo mover los dedos.
Pi no dejaba de llorar y de babear. Resultaba
bastante grotesco. Peter debía de haberle seccionado los tendones de la muñeca
o algo parecido. Estupendo.
Mantuve la pistola apuntada hacia su cabeza mientras
me acercaba al padre Federico. Justo cuando había empezado a desatarlo,
Angel entró en la estancia seguido por un desastrado tío Nico. Me pregunté
cómo había conseguido Angel guiarlo hasta allí.
En cuanto dos de los policías se hicieron cargo de Pi,
el tío Nico se arrodilló a mi lado.
—Lali —dijo con el rostro lleno de arrugas de
preocupación. Me rozó los labios con el pulgar. Seguro que Pi me había hecho
sangre al taparme la boca—, ¿estás bien?
—¿Bromeas? —pregunté mientras retiraba la venda de
los ojos del padre Federico—. Lo tenía todo controlado.
Luego se produjo un momento de lo más extraño. Una
especie de toma de conciencia o algo así. El tío Nico me quitó la pistola y
luego me ayudó con la venda del sacerdote. Cuando terminó de quitársela, la
expresión del rostro del hombre, llena de alivio y gratitud, me abrumó por
completo. Nicky me observaba con un gesto tan tierno, tan angustiado, que me
arrojé a sus brazos y lo estreché con fuerza. Mi tío me devolvió un abrazo que
me supo a gloria, aunque no fuera precisamente celestial.
Debía de haber sido el alivio. O el hecho de estar
viva. O de haber encontrado al padre Federico. O de haber acabado con Pi.
Mientras me hundía en la calidez del abrazo de Nicky, luché contra las lágrimas
que amenazaban con salir a la luz. No era momento para lágrimas. No podía
comportarme como una niña.
Luego sentí una mano sobre el hombro, y supe que era
la de Benja.
—Bueno, ¿puedo irme ya a ver a las strippers o qué?
Eché un vistazo por encima del hombro de Nicky y vi
la sonrisa de mi ángel sin alas. Lo habría abrazado también, pero siempre
quedaba muy raro cuando abrazaba a un muerto en público.
—Me tiró de la corbata —respondió el tío Nico cuando
le pregunté cómo nos había encontrado.
—¿Angel te tiró de la corbata?
—Me condujo directamente hasta ti.
Estábamos sentados en la sala de conferencias de la
comisaría, viendo el vídeo de la confesión de Pi. Era muy tarde, y habíamos
visto aquel vídeo unas siete mil veces. Creo que Benjamin lo veía una y otra
vez por las imágenes de mis chicas. Por lo visto quedaban muy bien en pantalla.
—Debo admitirlo, Esposito, estoy impresionado —dijo
con los ojos pegados a la pantalla—. Se necesitan cojones.
—Por favor... —dije con un resoplido—, lo que se
necesitan son ovarios. Y de esos tengo dos.
Se volvió hacia mí con un brillo de apreciación en
la mirada.
—¿Te he mencionado que soy licenciado en
ginecología? Si tus ovarios necesitan algo...
Puse los ojos en blanco, me levanté de la mesa y caminé
descalza hasta la puerta. Aunque había ocultado el hecho de que Pi me había
roto el cuello durante su intento de huida, no pude disimular que me había
torcido el tobillo de camino a la furgoneta. Malditos tacones. En fin, el
resultado era que tenía un dolor horrible de cuello y de tobillo.
En aquel momento, Barber y Elizabeth aparecieron
para decirme que habían localizado al padre Federico. Estaba en el hospital.
Solo se decepcionaron un poco cuando les expliqué que estaba en el hospital
porque nosotros lo habíamos llevado allí. No estaba en muy buenas condiciones,
pero sobreviviría.
Al final había sido un buen día. Teníamos la memoria
USB, el vídeo y el testimonio del padre Federico. Lo más probable era que Bart
Pi pasara el resto de su vida en prisión. O al menos, gran parte de ella. Por
supuesto, tendría que aprender a utilizar la mano izquierda, pensé con una
risilla para mis adentros.
El tío Nico se llevaría todo el mérito, pero así
debía ser. Con todo, el hecho de ser detective privado resultaba de gran ayuda
a la hora de encontrar tapaderas. Ya no era necesario buscar excusas que
explicaran por qué me encontraba en una escena del crimen o qué tipo de asesor
era exactamente. Era investigadora privada. Mucha gente dejaba de hacer preguntas
después de saberlo.
—Nunca me has dicho cómo se llaman —me dijo Benjamin.
Me di la vuelta y alcé las cejas en un gesto interrogante. Benja esbozó una
sonrisa maliciosa.
—Me presentaste a Peligro y a Will Robinson, pero
olvidaste presentarme a los otros dos. —Bajó la mirada hasta mi vientre.
—Vale —dije con un suspiro impaciente—, pero no
puedes reírte al escuchar sus nombres. Son muy sensibles.
Me mostró las palmas de las manos.
—Jamás se me ocurriría hacer algo así.
Tras reprenderlo con un ceño fruncido, señalé la zona
de mi ovario izquierdo.
—Este es Sácame de Aquí. —Luego apunté hacia el
derecho—. Y este es Scotty.
Benjamin soltó una risotada y enterró la cara en las
manos. Él lo había preguntado.
—Esperadme —dijo el tío Nico.
Se ofreció a llevarme a casa, ya que tenía el pie vendado
y cubierto de hielo.
—Buen trabajo, Esposito —dijo uno de los agentes
cuando pasé a su lado. Los miembros del personal de la comisaría se pusieron en
pie y me dedicaron sonrisas y gestos de aprobación. Sus bocas articulaban
la palabra «enhorabuena». Después de años recibiendo miradas hostiles y
comentarios desdeñosos, aquello me resultó algo inquietante.
—Recuperaremos tu jeep mañana —dijo Benjamin, que
nos siguió hasta el exterior. Me ayudó a subir al monovolumen de Nicky y se
aseguró de que me había puesto el cinturón de seguridad antes de cerrar la
puerta—. Buen trabajo —articuló con los labios mientras salíamos del
aparcamiento.
La cosa se estaba poniendo espeluznante.
Ya de vuelta en mi apartamento, me sentí mil veces
mejor. No me había dado cuenta de lo cansada que estaba. El tío Nico me ayudó a
entrar y esperó a que me pusiera el pijama para echarle un nuevo vistazo a mi
tobillo.
Los abogados se reunieron conmigo en el dormitorio
en cuanto terminé de cambiarme.
—Lo conseguimos —dijo Elizabeth con expresión
radiante.
—Sí, lo conseguimos.
Extendí los brazos para recibir su abrazo helado.
—Bueno, ¿y ahora qué? —preguntó Barber. Lo miré casi
con tristeza.
—Ahora cruzaréis.
-------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
Que sucedera ahora?